lunes, 1 de diciembre de 2008

Les presento a mi pene: Leviathan

¿Han notado esa rara tendencia de la gente a ponerle nombre a cosas inanimadas? A mi se me hace un poco ridícula a veces.

Supongo que alguien que nombre a su Ferrari o sus nuevos implantes, intenta darle énfasis a esa posesión material. ¿Será orgullo, alarde, materialismo?. No sé, pero he decidido unirme a esta tendencia.

Les presento a mi pene: Leviathan.

Algunos dirán que suena muy jactancioso, otros que es complicado de pronunciar. En mi defensa, siempre digo que me encanta la mitología.

Pero más allá del nombre, creo que deberían notar lo extraño en elegir ese...órgano, específicamente. Hay manos, ojos, pies, engrapadoras, guitarras, computadoras, pero, elegí mi pene. ¡Pero lo único extraño es el nombre!

He ahí la razón por la cual le puse Leviathan. A nadie parece molestarle tal despliegue de pedantería...¿nombrar el pene? Dios, es algo que solo un verdadero patán haría, un acomplejado machista, que cree que haciendo demostraciones descaradas de virilidad le valdrá estatus social. Pero la única queja que recibo es la rareza del nombre.

Me siento como cuando era niño, jugaba con mis amigos “Guerra de países”. En resúmen, la dinámica consistía en elegir el nombre de un país y lanzar un balón al aire (interesante manera de amenizar los conflictos bélicos) mencionando el país de otro, y esa persona tendría que apechugar el perseguir a los demás. Yo siempre escogía Emiratos Árabes Unidos o Turkmenistán, algo complicado de pronunciar.

La diferencia de entonces, es que cuando tenía ocho años si quería aparentar tener conocimiento infinito y ganar posiciones en el escalafón del barrio (y tal vez atraer la atención de alguna niña, pero posteriormente me tope con la verdad: El conocimiento no atrae mujeres bonitas, a menos que conlleve títulos y dinero). Era tan fácil como abrir el atlas y aprenderme nombres raros de países raros.

Hoy mis actos son en forma de denuncia, mi granito de arena para cambiar a la sociedad. Algunos se apegan al comunismo, otros se convierten en bomberos voluntarios o limpian las playas siniestradas por derrames de petróleo. Pero yo elegí magnificar la imagen de mi pene, y mi porte de macho en sí, a modo de mini experimento social.

Como todo experimento decidí aplicar un poco el método científico. Algo me acordaba de lo que aprendí en el colegio.

Empecé por plantear una pregunta: ¿Qué tanto la magnificación y ostentación pública son caminos válidos para obtener beneficios en la sociedad?

Procedí a la investigación de fondo, que en realidad fue hablar del tema en bares con amigos, y preguntarle al psicólogo de mi mamá que pensaba al respecto. Y llegué a la conclusión de que la manifestación más obvia de este fenómeno se da en el campo sexual, el cual termina siendo la culminación de casi todo acto social.

Formulé la hipótesis: El concepto del bigger better es tan campante en los componentes de la sociedad, inclusive en aquellas élites “intelectualmente superadas”, como cuando éramos niños de ocho años. En nuestra infancia claro, era más obvia, no teníamos ni tacto ni sutileza, pero cumplía la misma función que en todas las etapas de nuestra vida: Impresionar, batallar por esa hembra en celo, por ese puesto de trabajo, por ser el macho alfa del grupo de matones, o en su defecto, escalar más alto en la sociedad.

Pensé en muchas cosas para poner a prueba la hipótesis: Comprar ropa nueva y fingir ser un joven empresario; decir que soy asesor legislativo y cautivar con una verborrea poseedora de total irracionalidad, más la cual sería imperceptible para la rubia despampanante que estaría a la par mía. Al final como ustedes ya saben, decidí hacer algo más sencillo y opté por hacer de mi pene una prosopopeya machista.

Leviathan y yo fuimos entonces de gira, con una misión importante bajo el brazo.

Siempre que se presentaba la posibilidad, hacía mención del bautizo de aquel miembro masculino, ya fuera en clases de historia, en la carne asada familiar, frente a mis amigas, hasta con la cajera del banco.

He recibido muchos comentarios. Un amigo, tipo promedio de la sociedad me dijo “Mae, le hubieras puesto 'Cuello de jirafa' o 'Perling'”. Un snob compañero de la universidad más bien opinó “Ciertamente suena jocoso, más la referencia a un monstruo bíblico tan conocido solo me hace pensar en su falta de creatividad y soez, reduciendo el erotismo a una vulgaridad carente de mística. Personalmente le llamaría tras algún titán griego” (de nuevo, ¡desplegando su sabiduría para que me rinda a sus pies!, ya me acordé porqué no le hablaba. Su pene tal vez sea una gigantesca biblioteca llena de libros que nunca ha leído, de la cual se ufana cada vez que lleva a una pseudo bohemia a sus sábanas.).

Al final, las pruebas lanzaron resultados un tanto extraños. No era exáctamente lo que esperaba. Pero bueno, después de todo simplemente hablar de mi pene no me brindaría un harén de féminas per se, pero como todo, con la interpretación adecuada pude leer lo que andaba buscando.

El sentido de normalidad en darle cara al pene era lo mismo, a su debida dimensión, que considerar normal a un viejo de sesenta años en un descapotable rojo con una esbelta mujer de unos veinte. El hecho de que se llamara Leviathan es como que el viejo tratara de conquistar a la mujer comprando una excavadora, es raro, pero al final ella sabrá que esa excavadora es síntoma de dinero, ergo, sex appeal.

Entonces obtuve mi resultado. Nadie puede escaparse de la dinámica social que pretende subir y subir, figurar. Algunos tratarán de exprimirle un jalón más al puro que el resto, otros de tener la decoración hogareña más exótica (pero inútil).

Podremos tener ingeniería genética e internet, pero seguimos comportándonos como cavernícolas, es más, a veces veo algún documental de chimpancés en National Geographic cuando me aburro de los tontos realities. Los monos son más simples, es como “psicología para tontos”.

En fin; nombrar mi pene va más allá de poder sustituir la frase “Voy a mojar la sardina” por “Voy a mojar al Leviathan”. Es una manera de burlarse de todos, desnudando su superficialidad (a pesar de que muchos creen haber vencido esa etapa).

El problema es que únicamente yo entiendo el chiste, y no tiene sentido reirse solo. Es como ver una comedia un jueves en la noche sin nadie cerca, no tiene la misma gracia. Es más divertido estar rodeado de gente en un cine con la que se pueda lanzar carcajadas, y mirar al otro con cara de “Ves, entendí el chiste”.

Ni yo me escapo de estas conductas. Pero para terminar déjenme reformar una frase popular que reza Tanto tienes, tanto vales. Tengo que admitir que el materialismo no es la única forma de figurar en la sociedad. Recordemos que hay hippies que rechazan a priori cualquier manera de consumismo, o gente que con costos puede costearse comida y un par de láminas de zinc para vivir, pero al fin y al cabo, todo mundo se circunscribe a círculos sociales, los cuales tienen jerarquías y conductas que las llevan a encabezarlas. Reformo la frase a: Tanto ostentas, tanto vales.