martes, 20 de octubre de 2009

Inconclusión

Extrañamente cobré conciencia de todo, el letargo acababa, y tímidamente abrí los ojos para comprobar que aquello que creí mi tiempo de vida había sido un largo sueño. La luz traspasó y violentamente encandiló mi primera impresión de la realidad, cuando por fin pude soportarla no logré enfocar mi vista por unos segundos.

Esos haces de luz desparramados sobre los objetos en la habitación me permitieron conceptuar mi nueva vida, me transportaron a la cotidianidad que a partir de entonces se apoderaría de mi ser y sería el panorama de cada amanecer en esa diminuta cama individual, dentro de ese apartamento gris como una noche lluviosa sin luna y sin alma, con ropa sucia pavimentando todos los caminos.

La ventana mostraba una escena que se pretendía espejo, más era el reflejo de un colosal edificio financiero apostado frente a mi residencia, ubicada en un piso alto en alguna ciudad gigante. La abrumadora noción de que estaba en un lugar nuevo, del cual nunca sospeché su existencia me obligó a acercarme y logré observar al fondo ríos de gente filtrándose entre murallas de automóviles con tal de llegar a la otra acera mientras el semáforo aún se ruborizaba con el halago de cientos de peatones obedeciéndole mecánicamente. En el horizonte se apostaban torres y torres erigidas por el hombre, pero abrigadas por un denso humo, únicamente las luces rojas en sus azoteas los delataba. Por un momento confundí todo eso con un mar de luciérnagas en un pantano apestoso, donde los mosquitos chupaban la sangre y te enfermaban y los cocodrilos se movían bajo las aguas esperando poder engullir cada extremidad de tu cuerpo.

El vértigo venció a la curiosidad de conocer la fuente de mis nuevos conceptos, y dejé a la luz de lado para apreciar el apartamento. Pequeño, la cocineta estaba casi sobre la mesa de noche y el televisor se podía mirar desde el baño. En mis viejos tiempos, o mas bien, en mis sueños, había visto alacenas tan grandes como esa habitación. Los olores de la ropa añeja se combinaban con los platos sucios y alguna comida rancia. Una corbata y un saco colgaban cerca de la puerta, y una computadora rodeada de papeles y libros parecían querer atarme a la silla.

La inspección fue veloz, después de todo el claustro le hacía honor a lo que representaba. Pero lo que más resentí de todo aquello fue el frío, el silencio, las paredes sin pintar y el olor a comida de microondas. Estaba desnudo y apetitoso en la boca del lobo, aunque en ese punto creo que me digerían en el cuarto estómago y ya casi me convertía en mierda…no podía estar más sumido en la colmena donde a nadie le importaba si yo iba o venía, me moría o cagaba viendo tele. En las fantasías oníricas cuando las alternativas se acababan, aún podía caer en las redes de la patria potestad y mis mayores líos no comprometían la existencia de mi manada unipersonal, a lo sumo representaban un regaño merecido. El vecino se preocupaba por mi, me odiaba tanto como para rastrillar mi cara hasta que quedara solo hueso, pero en la soledad de 30 metros cuadrados de cemento esas ideas vengativas hacia mi hubieran sido un lujo que, de tenerlo, sería capaz de brincar de la felicidad, sin importarme que eso violara la individualidad del habitante de abajo, que no quería ni sospechar que alguien por ahí se atrevía a tener alma, nombre o sentimientos.

De pronto, me di cuenta que me había aferrado a avatares de una infancia estática que en un despertar mutiló todos los elementos que conformaban una vida, a veces mala, pero era mi vida, era yo. Imágenes frágiles y delicadas que, como todo sueño, en la mañana perduran fugaces en el tiempo, tan banales en ese nuevo momento, que el rostro de mi madre era una mancha difuminada en los registros de pasado; traté de recordar su voz, pero los rugidos de la ciudad terminaron por distorsionarla y pervertirla para siempre. De todos modos, invocar mi antiguo comodín no serviría de nada, ya era hora de mentalizarme en perderla, después de todo su autoridad no tenía jurisdicción fuera de mi mente, ella estaba en un lugar muy lejos de allí y algún día partiría para hacia puerto inalcanzable.

No había diferencia entre mirar por la ventana y ver una figura miniatura retorcida en el vidrial de enfrente, que, se supone, era yo, o verme en el espejo del baño. Finalmente era igual de irreconocible en ambos, no lograba identificarme, mi esencia se había escurrido entre la pared y si acaso dejó un par de grietas que trataron de violentar la uniformidad del muro.
Salí a la calle con un traje ejecutivo barato que encontré planchado por ahí en el piso. Supuse que para sobrevivir debía adoptar una rutina que mantuviera ocupado a ese cuerpo que me secuestró. Al inicio me costaba distinguir entre los adoquines y los transeúntes, se parecían tanto, pero poco a poco me acostumbré y pude mirar sus caras atormentadas, inexpresivas que atestiguaban torturas similares a la mía, y en general, era difícil verlos parpadear, respirar o sonreír. Cada paso me llevaba hacia un lugar nuevo que no conocía, más aún así no me sentía perdido, sabía qué hacer, hacia a donde ir y cómo actuar, pero ese sentimiento de extrañeza no se iba, ni siquiera podía pronunciar mi nombre.

Alienado de todo lo que era, de mi entorno, de mis amigos, de mi familia. El mundo dentro del cual me forjé un día cambió de pronto, los que me rodeaban estaban lejos y tenían canas, algunos se habían casado y tenían hijos, algunos más murieron. Y yo, tenía asomo de barba, medía metro ochenta y tenía una profesión por ejercer, ahora tenía que danzar el baile de la productividad y las responsabilidades.

No había vuelta atrás, en mi sueño anterior creí haber estado viviendo la realidad que sucedió a una alucinación inconsciente, pero todo era una ilusión, el mundo era ahí, en ese momento, o al menos, tenía que actuar como si así fuera. Tal vez, el día que llegue a sentirme cómodo, otro amanecer me elevará a una nueva irrealidad por vivir, aún más traumática que la anterior, hasta que un día simplemente no despertaré.

jueves, 15 de octubre de 2009

Géminis

Y el géminis amoroso te cuenta palabras de alivio, que desvanecen aquellas penurias que todos asumen producto de la paranoia, del masoquismo que pretende dividir la razón de la estabilidad mental con su ejército de fantasmas. Los besos plásticos de la máscara se sentían tan reconfortantes; sus ojos, aunque semiocultos, prometían lechos de rosas y caminatas por el bosque, pero algo seguía inquietando al loco, vanas suposiciones tal vez.

Por suerte para la justicia, el géminis es experto en la mentira, más no sabe guardar sus huellas, no hay mejor detective que aquel que practica a ser traicionado todas las noches sin cariño; en el mundo no hay trama más compleja que la tejida por una mente en desasosiego con el mundo. Finalmente, ni el más diestro maestro del engaño es capaz de esconder su nuca para siempre, a partir de ese momento, la confianza forzada se convierte en ingenuidad, y las tribulaciones subjetivas devienen en intuición casi mágica. Más el premio de la agudeza no es otro sino correr el telón que oculta los guiones escritos por todos, finalmente, nuestro don supremo se convierte en un castigo, penetramos el averno y los demonios materializan nuestra prognosis infernal.

Ya sé porque nos llaman locos, después de todo somos capaces de descubrir las nucas costrosas que casi todos ennegrecen fundamentados en la libertad y el gozo; tienen miedo, por eso nos recluyen en manicomios, celdas donde las verdades solo rebotaran en el prístino blanco de las acolchonadas barreras, y mientras ellos afuera, continúan la danza sobre las tablas, con mucha utilería y palabrería.