miércoles, 7 de enero de 2009

Asesinato Social

Los trapos mojados eran lanzados violentamente contra la pila. Las gotas de jabón salpicaban en la cara de doña Irma, a veces llegaban hasta su ceño fruncido. Su respiración empezó a acelerarse. Tomó un gran suspiro y...

- ¡David! Bajale el volumen a esa cochinada, estoy harta de oir esos alaridos! - gritó la madre desde el cuarto de lavado.

- Como jode esta señora. No comprende que no son alaridos...es música, mi música. - se dijo en voz baja.

Todo en esa habitación estaba siendo estremecido por las voces guturales que emitían los parlantes de la computadora de David. Hasta el póster con un patrón irreconocible, que se suponía era el nombre de un grupo, rodeado de un pentagrama invertido y una crucifixión donde Cristo parecía tener cuernos y una erección.

- ¡David! Es la última vez que te lo digo. Bajale el volumen a esa cosa, parecen perros y gatos agarrándose.

- Mami es música, entienda, es música. Cuando me pida que le baje el volumen a la música lo hago, pero los únicos alaridos que hay que callar aquí son los suyos.

Inmediatamente, la penumbra y el silencio inundaron el cuarto. Las luces, el telvisor, los alaridos, todo se apagó.

- ¡Suba el breaker! Mami...¡le voy a decir a mi papá! Usted nunca me deja en paz,

David tomó su silla y la lanzó al suelo. Se tiró en la cama y se durmió, para tratar de desvanecer el enojo.



Era viernes, faltaba casi hora y media para el atardecer, las nubes anaranjadas y el aire fresco invitaban a disfrutar el final del día, y como era viernes, de la noche, madrugada, y posterior resaca.

El vaivén del tintineo delataba la presencia del muchacho. Cualquiera pensaría que era el gato y su collar, pero no, David no había terminado de abrochase las botas, y las hebillas bailoteaban sin control.

Ya pactada la reunión social se disponía a engalanarse en sus atuendos imponentes, totalmente negros y publicitando alguna banda de música pesada, botas altas y pulseras con picos y clavos. Era su uniforme, el cual variaba si acaso cuando iba a visitar a su abuela. Su uniforme y el de muchos.

Mientras se ponía delineador de ojos negro, cantaba el coro de la canción que sonaba por todo el cuarto, pero solo se podía entender palabras aisladas como “cunt”, “christ”, “satan”, “fuck”. El adoraba la música con temática satánica, y entre más blasfema fuera, mejor. A pesar de que frente a sus amigos si acaso se consideraba ateo, y ante a su familia nunca se atrevía a negar ni aceptar la fé católica, solo titubeaba y abrazaba el beneficio de la duda.

Sus ojos listos significaban el fin de su ritual estético, y ya estaba presto a verse con su círculo social.

- Bueno mami, ya me voy

- ¿Cuando volvés? - respondió doña Irma con un tono sospechoso.

- Más tarde, en la noche seguro.

- Cuidado viene muy tarde, y nada de hacer loqueras.

- Si si bueno, hasta luego.

- Ay espérese, lo tengo que persignar.

- Bueno bueno.

El corazón de David empezó a palpitar muy rápido justo cuando comenzó a girar la perilla de la puerta, lo cual expondría su escandalosa facha a la juiciosa opinión pública. Sabía que todas las miradas le pertenecerían a lo largo del trayecto hasta el punto de encuentro. Su música no eran alaridos, era una expresión de odio hacia los dogmas de la sociedad, su apariencia era una forma de vida, no una moda adolescente o una blasfemia incoherente, al menos según él, pero pocas veces se había sentado a debatir sobre religión con alguien

La parada del autobús estaba cerca de su casa, así que en pocos minutos lo abordó. Su nerviosismo aumentó y no por nada. Tal si fuera una morena en minifalda, todos clavaron sus ojos en él. Los cuchicheos le botaban la cara por la vergüenza que sentía al imaginar todos los comentarios burlistas suscitados por su presencia, se sentía desnudo.

Se dedicó a buscar asiento rápidamente, pero para su mala suerte, no había ninguno. Fue el único pasajero de pie hasta la siguiente parada.

Al cabo del tiempo llegó a su destino. Estaba a unos pocos pasos de sus amigos, que a lo lejos ya se hacían notar. Una negra multitud había casi que tomado por la fuerza la plaza.

Ellos mismos se hacían espectáculo público. Tenían un soez vocabulario y vociferaban blasfemias contra un grupo cristiano que predicaba la salvación a compás de tres cuartos con acordes de principiantes. Dios no reparó en darles mucho talento.

- ¡Mirá quien viene! Es Balzamuth – dijo un miembro de la negra multitud a los demás. Mientras otro se lanzaba encima de David para darle un abrazo.

- ¿Qué pura vida Sucubus? - respondió casi ahogándose.

- Acá en todas, cagándome en Cristo por ser el maldito mesías de los descerebrados cristianos.

- Mejor cuénteme dentro de cuanto nos vamos a la fiesta. Necesito alcohol urgentemente, mis venas están hartas del sobrio amor de Dios en ellas.

- En media hora.

Una carcajada rompió la atmósfera y llamó la atención de ambos.

- ¿Qué, cuál es el chiste? - preguntó el amigo de David

- Mae mae, ojo: Habían un emo, un punk, un metalero y un gótico en un bar... -

- ¡Ah no!, mejor ni me lo cuente, es más viejo que cagar sentado.

- Que amargado, ¿qué es que te gustan los emos? - dijo David

- Nada que ver, a esos malditos los odio. Son un poco de carajillos que solo saben mariquear y cortarse. Es pura moda esa cosa.

- ¿Me va a decir que a usted nunca le han dicho que usted anda de negro solo por moda? - inquirió David

- Si si, pero nosotros somos de verdad, nosotros sentimos el odio en la sangre, no es moda, es un estilo de vida.

- Supongo...pero, ¿para qué blasfemar tanto contra esta gente si lo que buscamos es que nos respeten?.

- Es divertido ¿no?.

De pronto unos silbidos interrumpieron la plática. Un muchacho desgarbado, caminaba cerca de ellos. Su cara era irreconocible, se perdía entre su pelo lleno de productos de salón, y una suéter morada y negra con gorro ocultaba el resto de su cabeza. Tenía el pantalón tan tallado que podían apreciarse las rodillas casi como si estuvieran desnudas.

- ¿Qué hace en la calle a estas horas emo cabrón? Su mama lo va a regañar.

- Si, largo de aquí, vaya córtese a su cuarto si no quiere que lo matemos. - decían los amigos de David.

Un escupitajo le aterrizó en cara y las carcajadas reventaron. El jóven se inmuto y apresuró el paso. Entonces alguien envuelto en una gabardina negra se interpuso en su camino y lo empujó.

- ¿Para donde cree qué va? - dijo

- No me toque – respondió en un tono cortante.

Otra figura de negro llegó a acosarlo y pronto el enjambre se hizo alrededor de la presa.

Primero eran empujones, y cuando cayó al piso, comenzaron las patadas y los golpes, la negra multitud se había lanzado casi en su totalidad encima del emo. David entre ellos. Él solo estaba viendo, cuando de pronto notó que un amigo suyo se salió de la muchedumbre con las manos llenas de sangre y los ojos totalmente descubiertos en asombro.

Pronto todos se apartaron también, asustados por la sangre y dejaron al jóven acosado descubierto con un puñal ensartado en el estómago. Él sostenía el mango con sus manos mientras vomitaba sangre y pedía ayuda, pero la dispersión de todos fue inmediata.

Luces azules dieron vuelta por todos los edificios circundantes y las sirenas empezaron a sonar.

David también corrió lejos, no sabía a donde ir, pero si lo relacionaban con esto sabría que no podría depararle algo bueno.

La adrenalina no daba abasto y David se arrecostó sobre una pared, justo a tiempo para no ser atropellado por la ambulancia que irrumpió en el paso peatonal por el cuál corría.

- Mierda – eso fue lo único que pudo articular, su opinión general del asunto.

Alguien lo tomó por los brazos y tan pronto volvió a ver, se le erizaron los pelos. Un policía, enorme, lo había apresado.

- ¡Al piso ya! - gritó el policía.

- Pero yo, yo...yo no hice nada. - titubeó David, lo cuál fue respondido con un puñetazo en la cara y la pérdida de conciencia.

Un fuerte movimiento lo despertó y golpeó su cabeza contra la puerta del camión de policía que lo transportaba. Sus manos estaban esposadas y todo en sus bolsillos había desaparecido.

Estaba consternado, arrepentido, asustado más que nada. Una persona había sido gravemente herida y el estuvo ahí, no lo detuvo, no lo criticó, tal vez murió, nadie sabe. Pero iba camino a algún lado, probablemente uno no muy bueno.

Se sentía sofocado por el intenso calor que hacía, y ni una gota de agua. Manchas de sangre decoraban el metal y su ferroso olor le daban ganas de vomitar.

El camión se detuvo, sintió alivió y un leve mareo por la brusca forma de manejar del chofer. Escuchó voces por unos segundos, después alguien empezó a abrir la puerta, y el sol del atardecer se introdujo por la rendija cada vez más grande, camuflando las manchas de sangre.

Una figura le indicó que saliera. Por fin pudo estirar las rodillas y ya no tenía que sentarse sobre sus manos. Un policía lo guió dentro de un edificio. Habían otros oficiales custodiando tipos en harapos con un fuerte olor a sudor y otros más pulcros pero con miradas penetrantes, las cuales ningún pasajero de bus prejuicioso podría emular.

- Este es uno de los camisas negras – informó el policía a el oficinista, el cual empezó a rebuscar papeles.

- ¿Su nombre es?

- David Fernández Camacho – respondió cabizbajo y con un tono lento David

- Edad

- Dieciséis

- ¡¿Dieciséis?!, cada día vamos peor. Oficial quítele las esposas, ya conoce la política con menores.

Y así prosiguió hasta que el oficinista obtuvo cuanta información necesitaba.

Lo condujeron hasta un sótano, el área de celdas. Un carcelero comenzó a abrir su celda.

- Espere, ¿no hay agua?.

- Si claro, allí – y señaló un estañón debajo de un grifo herrumbrado y lleno de líquenes que goteaba de vez en cuando.

- Ya no tengo sed .

La celda estaba sola, tuvieron algo de compasión. El servicio sanitario era una pieza de concreto, taqueada. Las heces flotaban desde hacía quién sabe cuándo.

Podía oir el televisor del carcelero, estaban dando las noticias

- Una turba descontrolada de bándalos atacó a un joven hoy, en media plaza central a vista y paciencia de todos. El joven sufrió de varios golpes y patadas y una apuñalada en el estómago. Lamentablemente murió camino al hospital. Hay siete detenidos, los cuales según el jefe de la policía, serán juzgados en las próximas horas. Oigamos las declaraciones del cruzrojista.

- Emm bueno, el masculino presenta desfiguración en el rostro, un ojo desorbitado, múltiples hematomas en todo el cuerpo. Una apuñalada letal en la zona de la panza, desangró toda su sangre y bueno emm, heridas incompatibles con la vida. Él murió camino al hospital, en la ambulancia. - dijo con un acento campirano y mala pronunciación un socorrista.

- Es hora de su llamada – dijo el carcelero.

- ¿Aló? Jorge...soy yo, David.

- ¿Que querés ahora?

- Es que...es que...estoy en la cárcel, en la cuarta comisaria, vení, pero no le digás nada a mami.

- ¿¡Qué putas hiciste ahora!? - respondió el hermano de David sumamente enfadado.

- Yo nada, pero mis amigos mataron a alguien.

- Ya voy para allá... - dijo lacónicamente

David no podía hacer más que sentir gran culpa, sentía el remordimiento carcomiendo sus tejidos y sabía que los problemas a penas estaban por comenzar.

- Su hermano está aquí.- anunció el carcelero.

- David...¿Qué hiciste?

- ¡Nada!, se lo juro, no hice nada – dijo David sollozo, a punto de reventar en llanto.

- Si si, no creo que hayás sido capaz. ¿Pero cuantas veces te dije que estas amistades no te sirven de nada? Solo andan juntos para sentirse más fuertes, para sentir que son alguien, porque fuera de ellos no son nadie. Así son todos, y no me refiero a tus amigos metaleros, sino a toda la gente que tienen que definir el mundo y a la gente con palabras cortas: trendie, punk, hip hopper. Critican a todos y no se ven en un espejo, todos son perfectos. No pueden tolerar a alguien que no quepa en su catálogo de estereotipos, y más rápido lo etiquetan y critican. Vos tenés mucho potencial como para que lo gastés con estas parias.

- Jorge pero no todos son así, no generalicés.

- Véalos...corriendo como los seres más miedosos del mundo. ¿Esos son los tipos que enjachan a todos? Blindados en picos y cuero, y no son capaces de afrontar las consecuencias de sus actos. ¿Qué es lo que buscan: a satán o a algún amigo real?

- Bueno pero...

- Listo señores, ya es hora de ir a la fiscalía – dijo un policía interrumpiéndolos.

- Jorge tengo miedo, yo no soy así.

- No, vos no sos así.

lunes, 5 de enero de 2009

Comunidad

La oscuridad solo era vencida por la tenue luz que escapaba por los bordes del gigantesco panel de vidrio polarizado ubicado en la pared, como de dos pisos de altura. Allí estaba el cuarto de control.

En la pared opuesta al cuarto de control, se encendieron unos pocos focos, vertiendo una gris luz y a la vez descubriendo una enorme insignia, que pendía unos ocho metros del techo, pero aún así estaba suspendida a casi veinte metros sobre el suelo.

La insignia era una estrella de siete picos y se levantaba encima de todo.

Acomodados en perfecta alineación, totalmente erguidos, habían unas dos mil figuras ahí dentro. Unísonos, todos vestían botas negras altas, camisetas negras con la estrella y pantalón fatigado.

Verlos inspiraba miedo y lástima. Maquinas programadas sin personalidad, alienados de todo lo humano.

Cascos ocultaban las expresiones. Tenían dos lentes de vidrio redondos para permitir la visión, cubría toda la cabeza en aleaciones metálicas, más estaba seccionado para poder levantar la careta y removerlo.

- ¿Cómo se sienten hoy hijos míos? - retumbo una voz por todo el edificio.

- Bien, orgullosos – replicó la totalidad de los hombres, con un tono invariable en la voz y sin exaltación alguna.

- No lo esperaba de otra forma –retumbó de nuevo – Sin embargo, nuestros informes revelan que uno de ustedes ha mostrado signos de inconformidad hacia nuestra acogedora comunidad. Haremos lo siguiente: Daré quince segundos, para que el rebelde pase al frente y exprese sus diferencias con nuestros métodos.

Todo permaneció inmutable, tan silente que solo la respiración coordinada de las filas se oía. La unanimidad fue rota entonces por el pequeño movimiento de cabeza de uno de los hombres, correspondido inmediatamente con la aparición de puntos rojos en la oscuridad del edificio, donde se hacían inciertas sus verdaderas dimensiones. Francotiradores amenazaban al transgresor de la totalidad.

Él desistió y no se movió ni un milímetro más.

Y así pasaron quince segundos, ningún rebelde, si existía, decidió darse a conocer.

- Bien pues, no quería llegar a esto, verdaderamente me apena, pero tendremos que obtener sus sugerencias por la fuerza. Adelante agentes.

Al término de la frase, se abrieron decenas de compuertas, justo debajo del cuarto de control. De ellas brotaba una intensa luz blanca, sobre la cual bailaban las ondas de densa niebla.

Inmediatamente, interminables figuras humanas cruzaron el umbral y se esparcieron por todos los rincones.

Portaban chalecos antibalas negros y enormes rifles. Se colaron entre las filas, inquiriendo indiscrimidamente todo a su paso.

A veces se detenían frente a alguien, vociferaban e increpaban coronando con un culatazo del rifle.

Un agente de control se posó frente a aquel que había perturbado la calma con su cabeza. Lo taladró con el semblante unos segundos y dijo: – ¿Eres tú verdad? Maldita comadreja malagradecida, deberían quemarte vivo.

Furibundo le lanzó un puñetazo al estómago, pero el cadete detuvo su puño. Oprimió tan fuerte la mano del agente que los dedos de éste estaban a punto de escurrirse entre los nudillos como si se tratara de una barra de mantequilla.

- ¡Suéltame sucia rata disidente! - dijo casi implorando, con tono de amenaza vacía.

Un rápido movimiento torció la muñeca, crujió hasta que las astillas de hueso traspasaron el cuero de los guantes del soldado. Su garganta se contrajo para emitir un grito ensordecedor.

El rebelde entonces rompió filas. Caminó y con su moción las luces rojas lo pintaron con amenazas de muerte. Para cuando había traspasado una fila ya todos tenían la atención sobre él. Los agentes se apresuraban a alcanzarlo. Iba ya pisando casi fuera de la formación cuando se oyó:

- Déjenlo, queremos oír todo lo que tenga que decir, somos una sociedad muy inclusiva.

Siguió avanzando, ahora todo se había calmado un poco, más había una gran tensión en el aire. Seguía pintado de rojo. Abandonada la formación detuvo su marcha. Dio media vuelta quedando de frente a todos.

Un reflector se encendió y de alguna manera le concedio la palabra. De nuevo la voz brotó.

- Ahora si cadete, permítase expresar sus críticas.

Examinó rápidamente su entorno. A los flancos estaban ya formados los soldados, a penas se distinguían, los delataba el reflejo de las luces en los visores de los cascos. Al frente, sus compañeros, varios ya postrados en el suelo, quejándose de algún golpe, otros inamovidos y serios, como siempre. Detrás, la omnipotente ventana del cuarto de control.

- Tengo que admitir que si, estoy en desacuerdo con sus métodos. Estoy harto de que nos impongan dogmas caprichosos, estoy cansado de no poder hablar sin ser espiado, no soporto más. Afuera me encantaba la buena comida, la música, hablar de temas polémicos. En cambio adentro solo nos permiten ver los noticiarios de la comunidad, leer sus periódicos parcializados, practicar sus deportes, me volveré loco...exijo un cambio...

- ¿¡Cambio!? - interrumpió violentamente la voz – El cambio es rotundamente inadmisible en estos confines. Nuestra reputación y éxito se basan en el establecimiento de férreos códigos de disciplina, y estos no son maleables a voluntad del disciplinado. ¡Es ilógico! Jaja, no puedo evitar reírme con la idea de cambiar regímenes por los sometidos a sus códigos. Si quiere también podríamos permitir que elijan el color de sus uniformes o la fragancia de las almohadas.

- Pues señor, difiero – y pronto se llevó las manos a la cabeza y empezó a hacer algo en su casco.

- ¿Qué hace cadete? - preguntó un soldado.

- Existir de nuevo...

- Pero, el casco, se lo está quitando.

- Si, soy alguien, demostraré lo que pienso, verán mi cara, sentirán lo que yo siento. Afuera siempre quise ser artista, pues supongo que al fin lo seré.

De pronto todos los soldados se irguieron y comenzaron a agruparse, y recitaron todos en coro:

- Artículo 57, Canon de comportamiento personal. Los internos en la Comunidad deberán portar siempre, sin excepción, el casco de reglamento. Expresiones corporales que puedan introducir ideas u opiniones subversivas y contrarias al bienestar general, serán reprimidas

- Mi obra maestra – y procedió a levantar la careta del casco, revelando una cara irrigada por abundante sudor y una espesa barba descuidada. Sus ojos mostraban un fuerte cansancio, hartazgo de todo, una intensa decisión de acabar con aquello que le molesta tanto.

-¡Reprimanlo! - ordenó lacónicamente la voz. In so facto a eso, una lluvia de proyectiles abatió al rebelde, cuyo cuerpo se tendió al suelo pintándolo de rojo. Pero su cara estaba expuesta, todos la vieron, ya el daño estaba hecho.

Cuando el eco de los disparos se disipó después de unos segundos, el silencio cubrió el recinto en un manto negro de incertidumbre. Las ideas en todos se acomodaban, nadie se movía a la expectancia de que alguien lo hiciera primero.

Un sonido metálico interrumpió la agitada calma: un casco estrepitándose contra el suelo. Un cadete nervioso veía a todos sin conocer la dimensión de su acto, pero todos podían verlo, sabían que sentía. Se sentía desnudo ante las miradas y las balas, sabía que ambos lo penetrarían juiciosamente sin piedad.

Los lásers se posaron en su cabeza, pero antes de ser asesinado, otro casco retumbó en el suelo, y otro, y otro. Los disparos respondían con rapidez a los rebeldes.

- ¡No toleraré una revuelta! - dijo la voz – Decretaré estado de emergencia.

En menos de un segundo, todas las compuertas por las que salieron los soldados se cerraron, las luces del cuarto de control se apagaron, y el sonido de un gas siendo liberado en el lugar empezó a inquietar a todos, agentes y cadetes.

Ahora contra el piso se estrellaban los cuerpos inconscientes de todo el que estuviera adentro. Pronto cada uno moriría, y nadie conocería nada sobre el episodio ese día. Después de todo nadie preguntaría por ellos, ni siquiera tenían nombre.