lunes, 1 de diciembre de 2008

Les presento a mi pene: Leviathan

¿Han notado esa rara tendencia de la gente a ponerle nombre a cosas inanimadas? A mi se me hace un poco ridícula a veces.

Supongo que alguien que nombre a su Ferrari o sus nuevos implantes, intenta darle énfasis a esa posesión material. ¿Será orgullo, alarde, materialismo?. No sé, pero he decidido unirme a esta tendencia.

Les presento a mi pene: Leviathan.

Algunos dirán que suena muy jactancioso, otros que es complicado de pronunciar. En mi defensa, siempre digo que me encanta la mitología.

Pero más allá del nombre, creo que deberían notar lo extraño en elegir ese...órgano, específicamente. Hay manos, ojos, pies, engrapadoras, guitarras, computadoras, pero, elegí mi pene. ¡Pero lo único extraño es el nombre!

He ahí la razón por la cual le puse Leviathan. A nadie parece molestarle tal despliegue de pedantería...¿nombrar el pene? Dios, es algo que solo un verdadero patán haría, un acomplejado machista, que cree que haciendo demostraciones descaradas de virilidad le valdrá estatus social. Pero la única queja que recibo es la rareza del nombre.

Me siento como cuando era niño, jugaba con mis amigos “Guerra de países”. En resúmen, la dinámica consistía en elegir el nombre de un país y lanzar un balón al aire (interesante manera de amenizar los conflictos bélicos) mencionando el país de otro, y esa persona tendría que apechugar el perseguir a los demás. Yo siempre escogía Emiratos Árabes Unidos o Turkmenistán, algo complicado de pronunciar.

La diferencia de entonces, es que cuando tenía ocho años si quería aparentar tener conocimiento infinito y ganar posiciones en el escalafón del barrio (y tal vez atraer la atención de alguna niña, pero posteriormente me tope con la verdad: El conocimiento no atrae mujeres bonitas, a menos que conlleve títulos y dinero). Era tan fácil como abrir el atlas y aprenderme nombres raros de países raros.

Hoy mis actos son en forma de denuncia, mi granito de arena para cambiar a la sociedad. Algunos se apegan al comunismo, otros se convierten en bomberos voluntarios o limpian las playas siniestradas por derrames de petróleo. Pero yo elegí magnificar la imagen de mi pene, y mi porte de macho en sí, a modo de mini experimento social.

Como todo experimento decidí aplicar un poco el método científico. Algo me acordaba de lo que aprendí en el colegio.

Empecé por plantear una pregunta: ¿Qué tanto la magnificación y ostentación pública son caminos válidos para obtener beneficios en la sociedad?

Procedí a la investigación de fondo, que en realidad fue hablar del tema en bares con amigos, y preguntarle al psicólogo de mi mamá que pensaba al respecto. Y llegué a la conclusión de que la manifestación más obvia de este fenómeno se da en el campo sexual, el cual termina siendo la culminación de casi todo acto social.

Formulé la hipótesis: El concepto del bigger better es tan campante en los componentes de la sociedad, inclusive en aquellas élites “intelectualmente superadas”, como cuando éramos niños de ocho años. En nuestra infancia claro, era más obvia, no teníamos ni tacto ni sutileza, pero cumplía la misma función que en todas las etapas de nuestra vida: Impresionar, batallar por esa hembra en celo, por ese puesto de trabajo, por ser el macho alfa del grupo de matones, o en su defecto, escalar más alto en la sociedad.

Pensé en muchas cosas para poner a prueba la hipótesis: Comprar ropa nueva y fingir ser un joven empresario; decir que soy asesor legislativo y cautivar con una verborrea poseedora de total irracionalidad, más la cual sería imperceptible para la rubia despampanante que estaría a la par mía. Al final como ustedes ya saben, decidí hacer algo más sencillo y opté por hacer de mi pene una prosopopeya machista.

Leviathan y yo fuimos entonces de gira, con una misión importante bajo el brazo.

Siempre que se presentaba la posibilidad, hacía mención del bautizo de aquel miembro masculino, ya fuera en clases de historia, en la carne asada familiar, frente a mis amigas, hasta con la cajera del banco.

He recibido muchos comentarios. Un amigo, tipo promedio de la sociedad me dijo “Mae, le hubieras puesto 'Cuello de jirafa' o 'Perling'”. Un snob compañero de la universidad más bien opinó “Ciertamente suena jocoso, más la referencia a un monstruo bíblico tan conocido solo me hace pensar en su falta de creatividad y soez, reduciendo el erotismo a una vulgaridad carente de mística. Personalmente le llamaría tras algún titán griego” (de nuevo, ¡desplegando su sabiduría para que me rinda a sus pies!, ya me acordé porqué no le hablaba. Su pene tal vez sea una gigantesca biblioteca llena de libros que nunca ha leído, de la cual se ufana cada vez que lleva a una pseudo bohemia a sus sábanas.).

Al final, las pruebas lanzaron resultados un tanto extraños. No era exáctamente lo que esperaba. Pero bueno, después de todo simplemente hablar de mi pene no me brindaría un harén de féminas per se, pero como todo, con la interpretación adecuada pude leer lo que andaba buscando.

El sentido de normalidad en darle cara al pene era lo mismo, a su debida dimensión, que considerar normal a un viejo de sesenta años en un descapotable rojo con una esbelta mujer de unos veinte. El hecho de que se llamara Leviathan es como que el viejo tratara de conquistar a la mujer comprando una excavadora, es raro, pero al final ella sabrá que esa excavadora es síntoma de dinero, ergo, sex appeal.

Entonces obtuve mi resultado. Nadie puede escaparse de la dinámica social que pretende subir y subir, figurar. Algunos tratarán de exprimirle un jalón más al puro que el resto, otros de tener la decoración hogareña más exótica (pero inútil).

Podremos tener ingeniería genética e internet, pero seguimos comportándonos como cavernícolas, es más, a veces veo algún documental de chimpancés en National Geographic cuando me aburro de los tontos realities. Los monos son más simples, es como “psicología para tontos”.

En fin; nombrar mi pene va más allá de poder sustituir la frase “Voy a mojar la sardina” por “Voy a mojar al Leviathan”. Es una manera de burlarse de todos, desnudando su superficialidad (a pesar de que muchos creen haber vencido esa etapa).

El problema es que únicamente yo entiendo el chiste, y no tiene sentido reirse solo. Es como ver una comedia un jueves en la noche sin nadie cerca, no tiene la misma gracia. Es más divertido estar rodeado de gente en un cine con la que se pueda lanzar carcajadas, y mirar al otro con cara de “Ves, entendí el chiste”.

Ni yo me escapo de estas conductas. Pero para terminar déjenme reformar una frase popular que reza Tanto tienes, tanto vales. Tengo que admitir que el materialismo no es la única forma de figurar en la sociedad. Recordemos que hay hippies que rechazan a priori cualquier manera de consumismo, o gente que con costos puede costearse comida y un par de láminas de zinc para vivir, pero al fin y al cabo, todo mundo se circunscribe a círculos sociales, los cuales tienen jerarquías y conductas que las llevan a encabezarlas. Reformo la frase a: Tanto ostentas, tanto vales.





sábado, 29 de noviembre de 2008

A penas era septiembre

Hace tres semanas estaba de camino a la parada de bus, atravesando una avenida peatonal adoquinada, y como siempre, observaba el patrón del piso, y sus rupturas, como las costras de quien sabe qué cerca de los basureros, o los espacios vacíos, donde alguien por alguna razón removió un adoquín.

Había una bandera de Costa Rica hecha de papel, mojada y destruida en el suelo, y como no. hacía cuatro días se celebró la independencia, y todos fingieron tener fervor por el país y pegaron banderitas en la ventana, hasta el 16 de septiembre, cuando ya había pasado de moda eso de amar a su patria.

Subí la vista; alguien me ofrecía un volante, y por cortesía siempre los acepto. Aunque gracias al hecho de pasar de lunes a viernes a las 7 a.m y a las 5 p.m por ese mismo trayecto, ya casi podía predecir el encabezado del volante. Lo tomé y dije “gracias”.

Lo observé rápidamente y tuve que contener las ganas de decir en mi mente “¿Qué cabrones cursos baratos prostituyen ahora?”...estupefacto leí: “Cursos de personificación de Santa Claus, tan solo 25.000 el mes. Aprenda a sacarle sonrisas a los niños en sus regazos en un curso corto que le abrirá oportunidades laborales”.

Normalmente me hubiera sacado una pequeña risilla interpretar el mensaje pedofílico de doble sentido, o la demagogia en prometer oportunidades laborales para imitadores de Santa Claus. Pero lo que más me impresionó, es que, ¡a penas es septiembre!.

Supuse que simplemente era una premura poco común, pero...analicé un poco más el paisaje, y de las decenas de ventanales habían ya un par con parafernalias verdes, rojas y blancas...muñecos de nieve y gordos arios en traje de esquimal rojo (en medio trópico) saludaban desde el segundo piso a los transeuntes, que a penas y salieron con vida y sin hipoteca del día de la madre.

Pero bueno, en fin, desde septiembre tendrían muy en cuenta las promociones de esa ventana, para cuando su billetera volviera a tener algo para arrebatarle, además de los bauchers de la tarjeta de crédito.

Un par de días después, visité el supermercado, necesitaba unas cuantas cosas para sobrevivir...paté, queso maduro, salchichas importadas, etc etc.

El guarda de seguridad me miró extraño, como todo mundo lo hace supongo. Yo me limité a tomar impulso con el carrito y subirme en el, cada cinco o seis metros volvía a impulsarme, y así me hice a través de la puerta automática (no me gusta envejecer).

El aire acondicionado me tornó la pie de gallina, pero, de mi vista no se pudo escapar, un colosal gordo ario en traje esquimal rojo, bueno, un Santa Claus. Era ridículo, si el en vida hubiera sido luchador de sumo podría haber sido una réplica a escala. Era muy rojo, muy campante, llamativo, navideño, y siempre acompañado de un snowman. Al menos ahora había aire acondicionado.

Captaba muchas miradas ese estante navideño...pero, era septiembre ¿cómo diablos van a mercadear el nacimiento de Cristo a estas alturas? Es más: ¿qué tienen que ver el polo norte, los renos voladores, fábricas de juguetes, duendes y trineos con el nacimiento de Jesús?.

Más bien suena como el cuento que más de un fanático religioso tacharía de satánico, puesto que presenta influencias de “mitologías paganas” y “manifestaciones de magia y oscurantismo”. La verdadera navidad es instalar un portal, llenarlo de musgo, ponerle muchos santos italianizados, ovejas, su respectivo pastor, el ángel y la estrella de Belén, tal vez un río y montañitas...ah y la vaca (las señoras tampoco quieren envejecer y se divierten haciendo maquetas, no solo yo.)

Posteriormente, justo cuando arribe la navidad, se pone al niño Dios en su cuna (bueno yo lo ponía en una caja de fósforos), con la tez blanca como leche, las mejillas ruborizadas, sus rizos pelirrojos y ojos azules.

Servida la cena, se abren los regalos que hicieron fluir el aguinaldo hacia el olvido, se bebe el rompope (más ron que pope) y se hace un rezo. Bueno en mi casa es más como un poco de merengue y Joan Manuel Serrat, con vodka y pierna de cerdo, pero mis padres son ateos y son sinceros: usan las festividades navideñas para hacer fiestas, no para engañarse a sí mismos y mal dar culto a su mesías.

¿Ya ven? No puedo evitar repugnar la significancia de ese maldito aire navideño en pleno septiembre. Es casi como estar en una sala de lobotomía, donde a todos les ponen un casco con un montón de cables y luces, y les empiezan a lavar el cerebro con catálogos de perfumes y tiendas de juguetes.

Pero igualmente, conseguí mis víveres y no me dejé indignar más por la presencia macabra.

Un par de semanas después, ya en octubre, la perdición había comenzado. Y no había mejor forma de darse cuenta que, abriendo el refrigerador y viendo la caja de leche con motivos navideños.

Ya en la calle uno veía un par de autos con un ciprés amarrado en el techo. Las palabras aguinaldo, fin de año, regalos, vacaciones, playa, se oían frecuentemente, lo cual me causaba una nostalgia innecesaria.

La indignación ahora si no la pude ocultar. Los programas matutinos y sus efímeros reportajes sobre donde conseguir las mejores gangas y que tipo de muérdago obtener. Los guardas de seguridad me veían aún con más sospecha, tal vez creían que les iba a robar el aguinaldo, que de todas formas faltan dos meses para que les entreguen.

Parece que todo mundo se abstrae de la realidad poniendo cintas de colores y nieve falsa por toda la casa, pero me sigue pareciendo un acto inverosímil, irónico, hasta sarcástico casi.

Supongo que me dedicaré a seguir mi vida, esperando que el próximo año la gente tenga menos dinero y más hambre como para pensar en esas cosas, y se les caiga el negocio a estos ventanales pomposos.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Laberinto Onírico


Que molesto que es todo...ya no puedo sobrellevar mi rutina diaria, he venido en una espiral descendente, no me permite ni siquiera sentarme en mi oficina sin cabecear. Ya no puedo sostener el pulso firme en los dedos, y mucho menos aportar como antes en las juntas de la directiva. Ahora parezco un simple secretario tomando actas, a veces hasta confundo el año en que estamos cuando escribo las minutas.

La fatiga me tiene harto. Cuando a penas son las ocho de la mañana me siento como si la luna estuviera asomándose por la ventana.


Antes no tomaba café, ahora me siento indefenso sin una taza humeante en el escritorio, a las que usualmente les disuelvo una o dos tiaminas, a veces la receta ha comprendido anfetaminas, pero la verdad solo agravan el problema del sueño...todo por no querer dormir.

Anoche por ejemplo, decidí que iba a afrontarlo, trataría de dormir. El cansancio extremo me ingresó al sueño profundo en pocos minutos, a pesar de las dudas que tenía sobre querer soñar.

Y ahí empezó...mi sueño: De pronto, levanto la cabeza, estaba sobre mi escritorio, en mi oficina, pero todo estaba apagado. Al parecer me había tomado una siesta que se prolongó hasta la marca de salida. Supongo que mis compañeros no me despertaron por lástima, ya tenía muchas ojeras y se tornaban antiestéticas.


El reloj marcaba la media noche, y la penumbra completa cubría la planta. Todos se habían ido menos yo, que estaba solo en ese gigantesco espacio, lleno de cubículos, que a excepción de las fotos de uno que otro familiar, eran todos igualmente grises.

Por la ventana solo se veían nubes rojas, diría que eclipsaron al sol del ocaso, pero su color era tan intenso, que no podía ser jamás el sol, es como si las nubes se hubiera cubierto de sangro, que tal vez se evaporó a millones de litros por segundo del suelo empapado. Quien sabe que clase de tormenta podrían desatar.

El resto de la vista no era muy prometedora. Sesenta y siete pisos hacia abajo, en la acera, no se veía ni una sola persona transitando, de hecho, en las calles no habían autos, ni buses, ni nada... la ciudad se había enterrado en el silencio, sus sábanas eran rojas, y solo se oía la respiración del viento ferroso.


Las grúas, que usualmente adornaban el paisaje en constante construcción, estaban tan herrumbradas que un par no pudieron soportar más su brazo precipitándolo al piso. Muchos rascacielos tenían varias ventanas rotas y estaban en total abandono. Un tramo de la carretera elevada se había desplomado.


Todo estaba pintado con sombras, con un filtro rojo. Excepto la valla publicitaria que promocionaba una pasta de dientes, pero aún así, estaba totalmente empañada en suciedad.

No esperé a descubrir que más había, porque en realidad ya lo sabía...era esa pesadilla de nuevo.


Apliqué las técnicas de sueño lúcido que aprendí hace unos años en aquel curso de meditación...”Esto es un sueño, esto es un sueño...despertate!”


Inmediatamente abrí los ojos, empecé a gritar. Di un brinco fuera de la cama y caí de bruces en el piso...creo que me dio un ataque de nervios o algo así, porque de pronto empecé a arremeter contra mi cama, ese lecho que todas las noches me daba miedo. Primero volqué el colchón, removí una de las tablas que lo soportaba, y la empecé a estrellar contra la pared, hasta que se partió en dos

Por todo ese ruido mi perro llegó y comenzó a ladrar, lo que me hizo entrar un poco en razón, y pues ahí me encontré: Medio enrollado en la sábana, agitado, con los ojos casi desorbitados, y la tabla destruida de una cama en mi mano. Supongo que fue un reflejo...


Esa cama me aterrorizaba cada noche, era como un foso que se escondía bajo el cubrecamas, siendo el sueño la carnada perfecta. Su fondo era un pantano, las paredes llenas de musgo hacían resbalar a cualquier que tratase de escalar. Y si, la traté de destruir para no afrontar más mis miedos, pero evidentemente fue inútil.

Toda la vida tuve mal dormir. Desde pequeño me desvelaba leyendo novelas de ciencia ficción, que provocaban que terminara viendo marcianos con pistolas de desintegración térmica, hombres lobo tratando de saciar su sed de carne conmigo o un cuarto de tortura de la mafia neptuniana, donde las más extrañas bestias del sistema solar me atormentaban por información que yo no tenía.

Tuve que aprender a convivir con ello. Hasta que finalmente, cuando las pesadillas se tornaron incesantes, decidí por...no dormir, o al menos no entrar a la etapa de sueño profundo, lo que implicaría estrés y fatiga constantes.

Los recuerdos sobre la pesadilla de la noche anterior estaban tan frescos que no podía evitar ver constantemente por la ventana para confirmar que las nubes eran blancas y el anuncio de pasta de dientes estaba en buen estado.


A veces cuando alguien entraba a mi cubículo con una de esas típicas torres de carpetas, me lo imaginaba muerto.

Pero no pude evitarlo, caí dormido sobre el teclado...


Tan fresco estaba la pesadilla, que parecí haber ingresado en su continuación, como que si mi fatiga fuera tan grande, que realmente nunca me desperté por completo y el sueño quedó ahí en mi memoria a corto plazo, esperando a ser finalizado.

Levanté la cabeza del teclado, y ahí estaba ese resplandor rojo desangrando el memo que la tachuela fijó en la pared prefabricada.

Por alguna razón sentí que tenía que llegar a algún lugar, y sabía exactamente a donde era: Al otro lado del largo edificio (malditos ingenieros), donde era la sala de reuniones, era.

El terror subió y subió por mi cuerpo, cuando colmó mi pecho llegó a mi cabeza, y la perdí, caí en estado de pánico y acaté a correr como desgraciado a través de ese laberinto prefabricado de murallas incoloras, solo bañados por unos cuantos rayos de intenso rojo.

Cuando aún mi silla daba vueltas, escuché un golpe a unos cubículos a mi izquierda, y mi corazón se aceleró, ya sabía que era.


Seguí corriendo, y a los pocos metros, sentí alguien se abalanzaba a mi espalda. Era uno de ellos...

Nos batimos en el suelo unos segundos, no tuve piedad, lo mordí, lo pateé, y finalmente logré escaparme, no sin antes propinarle una patada en la cabeza.

Esas criaturas eran hombres, o algo así. Tenían todos camisa blanca y corbata negra, el mismo estilo de zapatos y eran calvos. No tenían muchos rasgos faciales, solo pliegues en la piel donde asomaban intentos de labios y nariz, y se hundían unas depresiones donde debían ir las cuencas. La piel que los cubría asemejaban tejido de cicatriz. No tenían boca, eran mudos, pero un murmullo fantasmal brotaba como de la nada cuando estaban cerca, indistinguible, sabía que eran palabras solo por el fuerte siseo.

Cuando retomé mi curso vi que dos de ellos me seguían por el pasillo, no eran muy rápidos, pero eran muchos, y creo que podían teletransportarse a voluntad.

Traté de sortear mejor el laberinto, ya lo había hecho varias veces, y pues entonces medité un momento mi ruta, lo que me hizo ir más directo hacia mi objetivo y no golpear contra todas las paredes a mi paso.

Por fin logré llegar a la entrada del cuarto, resguardada por una puerta doble de madera gruesa...y la abrí.


Adentro, el cuarto parecía como el cuarto de control del laboratorio de un científico loco (o proyecto ultra secreto del gobierno), lleno de consolas, paredes llenas de cables y luces, y no había piso ni paredes, solo una malla metálica que permitía ver todo eso. En la pared opuesta a mi, había una mesa ovalada, con una mujer bellísima sentada con las piernas cruzadas en ella, tapándose los senos con el brazo derecho, mientras con el izquierdo me hacía señas para que me acercara.

Yo sabía que si lograba alcanzar a esa mujer, lograría acabar con las pesadillas, al igual que sabía donde quedaba ese cuarto, y como eran los hombres sin cara...ya había vivido eso, era instintivo. Pero, en ningún sueño, logré alcanzar a la mujer, no logré descruzar sus piernas ni quitar su brazo, mucho menos darle un beso, ella era mi salida, pero...siempre me cortaba la garganta uno de esos sin-rostro, siempre...y nunca podía alcanzarla...ese era mi mayor miedo: afrontar la frustración de nuevo, y no tanto el dolor “físico” que me causaba y el terror que me invadía...sino nunca advertir a ese maldito que siempre me degollaba. Era lo que quería evitar cuando dormía, la verdad.


lunes, 20 de octubre de 2008

Tributo a la Ventana

Me tome el vil atrevimiento de realizar un par de tributos a Carlos Salazar Herrera, en especial a su cuento "La Ventana". Solo espero que no se revuelque en la tumba por estos cortos párrafos que hice en su honor.

De rodillas al cemento destilaba el anuncio de su salida, usando el catre como escritorio. Tras cada párrafo sentía la brisa, impregnando el sabor a mar y orina.

Mientras exhalaba sus pulmones enteritos de ansias, su corazón latía más y más rápido, arítmico, por ese sueño de quitarle el herrumbre a la luna.


Se levantó con las rodillas pantanosas y siguió su día, su noche, su culpa, con la carta esperando por ahí la mañana.


Y así, la luna volvió a herrumbrarse y envió resabios de otros días.

El cartero ese día trajó la anunción exacta, programada, dentro de su bolsa. Ya había fecha para el día en que los pequeños duendes caóticos dejarían de velarla durante aquellas noches, postrada en su esperanza. Y ahora la luna, bailaba con la Osa Mayor...ya nada más hacían falta unas cuantas danzas más.



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El charco en el suelo, se alimentaba de gotas caídas del techo...caía una gota, comía un recuerdo...caía otra gota y de sus ojos emergía una poza. Las pupilas se abrían y abrían, pero no vencían a la oscuridad, más si al tiempo.


Los tímpanos vibraban al son del castigo, los llantos, los gritos, el tintineo...pero todo seguía oscuro, aún así, el dolor en su cuerpo era intenso, sus oidos le transferían cientos de pesares ajenos.


El fogón dibujaba abstracciones, provenientes de la mente de quien sabe quien, en su cara...esa noche había cambiado la ventana por esa llama.


Una taza de café estaba en una mesita a la par suya. Ya le habían robado un par de sorbos.

Su cuerpo estaba ahí, en la silla, no se movía, a excepción de los sorbos de insomnio. Su sombra se proyectaba por toda la sala, daba vueltas de acá para allá, caminaba en círculos y su oscura mano sobaba su mentón invisible.


Otro sorbo corría por sus venas, y la sombra se veía hasta la casa de enfrente, el adobe deliberaba con la penumbra aquella, le dio una palmada en la espalda. Ya la taza develó su fondo, y la noche frente al fuego se fue con ella.





Adjunto La Ventana de Carlos Salazar Herrera

El dijo, en una carta, que aquella noche regresaría... y aquella noche, ella estaba esperándolo.

Sentada en una banca de la salita, de rato en rato, desde la ventana, hacía subir una mirada por la cuesta...hasta la Osa Mayor.

Las casas, enfrente, blanqueadas con cal de luna, estaban arrugadas de puro viejas.

A veces, las luciérnagas trazaban líneas con tinta luminosa.

El viento venía sobre los potreros cortando aromas de santalucías, y entraba fragante por la ventana... igual que el gato de la casa.

Del filtro de piedra caían las gotas en una tinaja acústica. Caía una gota y salía una nota... Caía una gota y salía una nota...

Sobre los tinamastes del fogón, el agua del caldero cantaba como nunca.

Un San Antonio guatemalteco, se había puesto negro de tanto tragar humo de culitos de candela.

La llama sobre el pabilo daba saltos sin caerse. Era un duendecillo de fuego... Pero al fin, un gatazo de viento se metió por la ventana... y lo botó.

La mujer se fue para la cocina, le robó al fogón un duende y, protegiéndolo con una mano, volvió a la sala.

En aquel momento, entró él.


El nuevo duendecillo proyectó en la pared un abrazo inmenso.

--¿Qué querés?... -dijo ella cuando pudo hablar.

--Dame un vaso de agua de la tinaja.


Hacía...¡siete años! que tenía ganas de beber un vaso de agua fresca y pura de aquella resonante tinaja, porque allá... donde él había estado tanto tiempo, el agua era tibia y salobre.

Después... se puso a acariciar con sus miradas la salita de su casa. ¡Su casa!... ¡Su hogar!...


Entonces notó que su mujer le había hecho quitar los barrotes de hierro a la ventana...

Y con una mirada, destilando gratitud, le dio las gracias.


De Cuentos de Angustias y Paisajes, 1947

jueves, 9 de octubre de 2008

Culminación

En la habitación solo se lograba oir el vaivén rechinante de la mesedora.

**Es solo un borrador, no le he revisado la ortografía o el estilo, después lo hago, mientras, léanlo y opinen por favor :) **

El viejo contemplaba el mundo por la ventana de su estudio, como miles de veces lo había hecho, en esa y otras cientas de ventanas, era un ritual espectacular, tan solo una pequeña visión, pero el la sabía explotar, el podía generar un caudal de pensamientos impulsados por la curiosidad, la sed de conocimiento. Tratar de dimensionar la magnificencia y complejidad del baile de las hojas con el viento, por ejemplo, hacía a su mente volar por otros mundos, mundos donde una gran pizarra se erguía, siempre tratando de develar otro secreto más, otra divagación.

La estancia estaba iluminada por algunas pocas candelas, el movimiento del fuego en la mecha lo hacía pensar que la lumbre era una fuerza caótica resistiéndose a vivir en los límites de la mecha mecha, esa llama quería huir, deseaba volar, ir más allá de su realidad, pero el universo de la candela se lo impedía, con esa lucha eterna se identificó el viejo durante toda su vida. El piano permanecía callado a la par del librero, en el muro opuestos a la puerta, dos menesteres vitales para el. ¡Cuantas melodías dieron explicación y nombre a miles de sentimientos allí mismo!, bastaba con levantar la tapa del teclado para exhortar a sus dedos de lucirse con esos sonidos que evocaban la sinestesia con el corazón y el pensamiento. Su librero, verlo era lo más cerca a poder palpar el conocimiento del viejo, un rastro que dejaba en el trillo del saber, pero claro, su inexactitud se definía a partir de la experimentación que siempre llevó a cabo, tratando de huir de los esquemas que solo podían causarle impotencia.

Y el escritorio, en medio de la habitación, siempre pasaba lleno de papeles con ideas e inspiraciones regadas por todo lado, la vieja computadora, usada a modo de máquina de escribir, frente a la silla, que permitía contemplar la ventana. Nunca se sabía cuando mirar por ella rescataría una idea suelta que el papel no capturó. Pero, esa noche, la máquina de escribir yacía al borde de la mesa con una manta blanca encima, guardada, su misión había terminado. Solo había un papel, una pequeña carta, en la mesa, lacónica.

El sonido de la mesedora de pronto dejó de oirse, no se movía más, el viejo permaneció unos segundos inmovil antes de levantarse, y empezó a dar tímidos pasos, lentos, como si tuviera que volver a justificar su destino tras cada paso, pero poco a poco su cuerpo se dirigía hacia la cómoda detrás de su escritorio. Se posó frente a ella y abrió una gaveta tan ancha como el mueble mismo. Contenía docenas de diarios y álbumes de fotos, otra ventana, pero esta era hacia el pasado, los pensamientos que evocaba, eran nostálgicos, a veces hasta dolorosos, otras gratificantes, dependía de cual página del diario estuviera abierta.

Domingo 5 de octubre del 2008.

A partir de este día consagro mis diarios, la bitácora de mi vida, como necesidad de satisfacer esa masoquista curiosidad de ver hacia el pasado, y no para grabar los grandes acontecimientos, no, no necesito una autobiografía ni dispondré de datos para los historiadores, eso permanecerá siempre en mi mente, sino más bien, lo hago para recordar esos pequeños detalles que no retendré, esas pinceladas que dieron color a mi vida y determinaron épocas de mi ser, esas cosas cotidianas que antes pasaba por alto, y de pronto, la era siguiente las borró y sin darme cuenta, las olvidé. La funcionalidad de este diario será, transportarme a mi pasado, ilustrándome esas cuestiones mundanas que ninguna anécdota recuerda: Aquella camisa, aquella canción, aquel bar, aquella cara, la realidad, eso quiero grabar, la realidad.”

Así empezaba el primero de sus diarios, aún conservado por Damian, el cual se cumplió la promesa, y a pesar de la pared jactándose de un Doctorado Honoris Causa, y tantas otras distinciones, el creía que su mayor logro, fue serse fiel, para bien o para mal, pero logró consumar su plan de vida, que a pesar de haber tenido grandes giros y traspiés (nada sale como se planea, he ahí lo interesante de idear planes, ver como no se realizan y los eventos sustitutos) había seguido grandes premisas, aunque el último paso aún tenía que darse y este tal vez, era el más difícil.

Lunes 13 de octubre del 2008

Hoy fue un día sin mayores sobresaltos, logré levantarme temprano, por fin llegué temprano a clases en lo que va del mes, se me olvidó llevar la mensaulidad eso si, pero no importa, estoy ya en trámites para ingresar a la universidad, y eso me emociona mucho, es un mundo nuevo, no sé que me pueda deparar, espero que sea bueno.

Bueno creo que aún no soy muy bueno en eso de plasmar detalles, con el tiempo tomaré práctica, de todas formas me quedan muchos días antes de mi muerte, muerte...jaja, tengo dieciocho años y ya estoy pensando en mi muerte. En todo caso, he decidido usar material de apoyo, compraré una cámara digital y adjuntaré fotografías, supongo que una imagen habla más que mil palabras.”

Y así aparecía la primera fotografía: Damian se mostraba frente a un edificio con otros dos jóvenes y un profesor, todos abrazados y sonrientes, se leía en un rótulo “Academia de Bachillerato Sirius”, el ver esa imagen lo conmovió enormemente, eran otras épocas, era un adolescente inmaduro, soñador, pero ahí estaban los detalles, ese rótulo significó mucho para el, también sus amigos y su profesor, personajes que vinieron y se fueron de la vida, como un trámite más, con ello un estilo de vida, una era llena de picardía, de vida, los locales de pizza y bares se juntaban con las primeras divagaciones, para así forjar a un Damian con tantos sueños como energía, contrastando con el viejo de la mecedora...una lágrima cayó sobre la foto.

Dejó el diario y su álbum correspondiente en la gaveta, sin embargo no la cerró. Entonces miró sobre la cómoda, y vió el cuadro de su familia reposando en un tapete, observó detenidamente la imagen, su esposa, su hijo, su familia, los seres humanos más cercanos a él, los que probablemente llorarían más su plan, pero aún así comprenderían lo necesario que era. Aunque para el no sería fácil, no sabía que pasaría con ellos, si los volvería a ver, si nunca más los toparía, era incierto.


Comenzó a ponerse sensible, no deseaba vivir esto, el había proyectado otra cosa, precisamente quería evadir el doloroso momento de ver la vida pasar frente a sus ojos, ahora todo el esfuerzo que durante muchos años que ahora mostraban un lado negativo: una revisión de la vida con lujo de detalles, diarios narrando las pequeñas cosas que afectaron la vida de Damian, los llaveros, copas y demás souvenirs de a cuanto lugar fue a parar, las fotos de viejos amigos y eventos, la taza de té que le dejó su esposa minutos antes, todo le causaba nostalgia.

El piano que casi quería gritar alguna de las marchas negras que su maestro escribió pensando en la llegada de este momento, mostrando las distintas concepciones de la muerte que tuvo a lo largo de la vida, y el librero, suplicaba, mostraba como aún tenía espacio para más.

Ya un poco sollozo decidió beber la taza de té, quería herirse aún más, no podía no tener en cuenta toda su vida en ese momento, necesitaba recapitular segundo a segundo su camino.

Lunes 19 de febrero del 2018

¡Al fin!! Hoy por fin me gradué, soy máster en Ciencias políticas, no puedo ni pensar en todo el largo proceso desde el día que ingresé a la primera universidad, hasta hoy. Cuanto sudor, cuantas lágrimas, cuantas glorias, es infinito. Desde mi estadía en Europa, hasta mis controversiales discursos como dirigente estudiantil, ha sido una época genial. Tengo 28 años, he publicado un par de libros, de política, de literatura, he sido cineasta, músico, cocinero, artista de circo, amante, deportista, he vivido, puedo decir que si, he vivido.

Pero me asalta una preocupación, creo que no podía faltar, yo y mis visiones oscuras de pesimismo...

¿Ahora qué sigue? Lamentablemente creo que esto sella algo importante, ha llegado el fin de mi desatada juventud, claro, no soy viejo, pero a partir de hoy me consideraré un adulto, si claro, un poco tarde dirán algunos, pero yo más bien no quiero portar ese título nunca, tampoco quiero ser un viejo cuarentón de esos que aparentan ser adolescentes. Supongo que mis días más intensos han pasado, tal vez no vuelva a probar la cocaína ni me despierte en un sillón con dos francesas conocidas de la noche anterior, eso me atormenta, mi alma es joven.

Pero tengo una misión, tengo un plan, será un cambio paulatino, aunque en unos años careceré de pelo y andaré siempre corbata, alrededor de un grupo de gente aburrida en traje entero. Adios años mozos, tendré que reducir mi experimentación a partir de ahora, poseo más responsabilidades, he decidido irme a vivir con mi novia, quien sabe, tal vez y hasta algún día tengamos un hijo...hijo...da miedo esa palabra, es como muerte o calvicie...”


La fotografía enseña a un Damian en toga abrazado de sus padres, con una cara de satisfacción, con alivio, su espalda parece ahora liberada. Varios compañeros de facultad estaban cerca, la mayoría extranjeros, probablemente ninguno se sentía tan enérgico como él, no tenían tantas expectativas, no tenían un plan.

Alguien se empezó a aproximar por las escaleras, Damian limpió sus lágrimas con las mangas de su camisa y rápidamente se ubicó en la ventana, apoyó sus brazos en el marco y empezó a fingir que contemplaba el paisaje una vez más, en caso que alguien decidiera entrar.

La puerta lentamente se abrió, y tímidamente se adentró la figura de la esposa del viejo.

    - ¿Mi vida?...¿Estás bien? - preguntó la mujer, con la voz entrecortada y suspiros de por medio, pero no hubo respuesta, mientras, ella concentró su atención en la mesa, vacía, con solo una carta en medio, y el resto de la estancia como lista para ser cerrada para siempre, eso la atormentó

    - ...Mejor que nunca – respondió tras el silencio

    - Pues no suenas muy convencido

    - No siempre hay que estar convencido de lo que hacemos, simplemente saber que es lo correcto

    - Si no estás seguro de la decisión es mejor no tomarla, los sentimientos son humanos no son cosa de avergonzarse, el miedo, la inseguridad...

    - ¡Dios mio mujer! No he llegado a donde estoy deteniendome a leer mi corazón, los sentimientos no me dan respuestas, no me dan patrones, solo han conseguido desviar mis ideas peligrosamente, las decisiones más importantes se toman con la cabeza fría, ¡Al diablo el corazón!

    - ¿Solo en eso piensas verdad? En objetos, en cosas, en teorías, en libros, en pensadores, en tácticas. No estás mejor que nunca, al contario, pareces llevar mil pesares encima, no eres feliz, observa tu mundo, tomando decisiones “prácticas”, sacrificando todo por otros y olvidando de tu propia salud emocional. Lo correcto no es solo lo que los intelectuales aprueben, sino lo que tu corazón acepte y concienta...deja de ver todo como un fenómeno por analizar, mira el mundo como un lugar para disfrutar, para sentir. No por haber cumplido tus pragmatismos eres ya inútil.

    - ¿Y qué quieres que haga ahora? ¿Que me siente todo el día a ver televisión y a charlas con esos pretenciosos que se hacen llamar amigos míos rodeados de copas de brandy? ¿Que pase todo el día en la Asamblea peleando por cuanto problema surga?

    - Contigo no se puede razonar, te has convertido en un viejo terco, no eres el mismo...pareces un sacerdote, vives por una causa que no es la tuya, una vez satisfechos los otros eres un artículo dispensable, te remuerde vivir, te duele sentir, la terquedad te imprime culpa.

    Indignada la mujer dio media vuelta y se fue, casi corriendo, con la cara entre las manos y reventada en llanto, conocía de pies a cabeza el plan de su esposo, el le permitió siempre leer sus diarios. Nunca tocaban ese punto en específico durante sus conversaciones, ella no quería ni imaginar cuando el arrebataría al mundo de su presencia.


El marco de la ventana cedió ante la presión del puño cerrado del viejo, que no podía sentirse peor en ese momento, se astilló un poco. Defraudó a la mujer que amaba a costas de evitar sus miedos, pues si, le remordía sentir remordimiento.


Pero era un hecho: Ni la más ardua planificación psicológica logró convencer a algún valiente de consumar su deseo, inclusive se armó con un revolver y una cápsula de cianuro, por si se diera el caso caso de un colaborador decidido por atormentarlo mucho y hacerlo vivir su muerte. Pero no sucedió, para tranquilidad de su amada, la cual no podía dormir cada vez que a su esposo se le ocurría una nueva forma de incitar a algún loco para darle punto y final a su camino.


Jueves 6 de mayo del 2038.

Las canas me atormentan, verme al espejo y notar las líneas de expresión, la falta de pelo, y mis ojos ligeramente blancuzcos, no hacen más que despdrender la esencia de mi vida, mi cerebro aún funciona magníficamente, pero hace mucho ya vengo en decaída. 48 años, es mucho, siento su peso, sigo sin ser anciano, aún puedo tomar una bicicleta y dar un buen paseo, pero no es lo mismo...no es lo mismo.

En todo caso, algo me llena, soy feliz, mi nombre ahora es referente de cambio, mi nombre es conciencia, y este retumba en cada rincón de la sociedad, mis tesis lograron mucho, esas canas no son en vano, me las merezco, son casi un título de noble conjugado con muchas otras cosas, gracias Damian, por existir.”


La imagen mostraba al viejo en un podio, mucha gente estaba alrededor suyo, y al parecer un mar de gente frente a él, era importante ahora, sus expectativas y sus ansías habían empezado a concretarse.

Su misión había terminado, relativamente, al menos lo suficiente para llamarla satisfecha. Estaba ya enfermando, meses atrás había sufrido un infarto, su más grande temor estaba acechándolo, y el no permitiría que sus días culminaran en un cuerpo senil, deteriorado, incapaz de ser digno de las glorias de los buenos días.


El quería sentarse a leer página por página de los diarios, aunque no quería excederse, no permitiría vivir la variante de echar marcha atrás su destino y vivir uno aún peor, uno incierto regido por el caos de la naturaleza.


La taza de té ayudó a calmar un poco el tono de las tribulaciones mentales, hacía horas no hacía más que caminar a paso lento, pensando, urgando en las profundidades de sus memorias, ya era hora, la culminación de su mundo había llegado.

Hizo un verdadero desorden rebuscando entre sus diarios, uno específico, el cual abrió en una página y puso al lado de la carta. Después se dirigió al escritorio, se quedó inmóvil unos segundos. Su mano temblando entonces trató de abrir una gaveta a la derecha del escritorio, pero estaba con llave.

    -Demonios, ahora donde dejé a esta desgraciada

“¿Qué importa la fecha? Igual coincidirá con el día de mi muerte...

Solamente quería despedirme, los amo. Usualmente las responsabilidades más grandes eran las que tenía hacia terceros, pero hoy, la tarea inexorable, inevitable, es la que tengo conmigo mismo, perdón, pero creo que verme postrado en una cama es peor castigo que este familia, de verdad los amé toda mi vida, fueron el motor de mis últimos días”


Así rezaba escuetamente la carta, escrita a mano, las gotas de dolor bañaron el papel, el no lo quiso corregir, pensó que eso ayudaría a dar una mejor idea cuanto quería su perdón.


Tras un rápido vistazo encontró la llave en la bolsa del pantalón, y prosiguió a abrir la gaveta. Su revolver estaba allí, esperando a su amo darle la última orden.

Se paró en medio del estudio, encima de la alfombra, apuntó el arma a su sien.

    -Adios, juego asqueroso que te haces llamar vida, al fin develaré tu más grande secreto, no lo podrás ocultar más. Adios vida, adios todo, fue interesante la mayoría del tiempo.


Luego de sus últimas palabras, procedió a martillar la pistola. El ensordecedor estruendo dio paso a un silencio desolador. Sus “ideas” se esparcieron sobre el librero y el piano, salpicándolos de sangre y sesos. En el piso de abajo, solo se oía el incontrolable llanto de su viuda, desconsolada.

jueves, 18 de septiembre de 2008

De cadenas, vicios y castrantes rutinas

De cadenas vicios y castrantes rutinas


He llegado a una conclusión...me falta oxígeno, un exorcismo me vendría bien, no sé, algo me retiene, caputra mis deseos, me dependiza...

La sociedad celebra sus triunfos tecnológicos: el tren, la televisión, las vacunas, la bomba atómica, el internet, ahora los genocidios están a tan solo un click de distancia, y la demagogia de masas se hace más accesible para aquellos que quieran ponerla en práctica (bueno hoy día se llama “democracia” o “libertad”, y puede ser transmitida por medio de misiles de continente a continente en solo unas horas).


Las maestras nos contaban de niños como estos sucesos evolutivos humanos, han supuesto mejoras en la calidad de vida, facilidades, avance y optimización de rudimentarios procesos cotidianos (abrir un libro ahora no es necesario, mucho menos llenarse las manos de sangre para conseguir la comida o vengarse del vecino).


La justificación y razón de los impulsadores del avance juraba que daría más tiempo de ocio libre al hombre, reduciendo los tiempos de ejecución de (como ya dije) tareas mundanas, y así expandir la recreación y cultivación del ser. Fácilmente, un rápido análisis evidencia como estos “motores” de cambio, no eran más que los grandes encorbatados (bueno antes usaban monóculos, como Mr Peanut), los cuales, como cualquier artista de arte abstracto, podían sacarse excusas de la manga a docenas por minuto, para llevar a cabo sus planes financieros, conducidos por las vías asfaltadas sobre los hombros de las mayorías “proletarias”...bueno basta, no soy Lenin.

Finalmente, se generaron nuevas necesidades, igual o más mundanas que las anteriores, para así tener otra cosa a la cual reducirle el tiempo, y apretujar a como se pueda alguna más, sacada de la manga, actividad humana. Esto ha ido cercando peligrosamente a la humanidad (o al menos a su porción “civilizada”) en pequeños hábitats donde, de forma exclusiva, se presentan las condiciones para practicar el “progreso”, o mejor dicho, el conjunto de labores mundanas, en su mayoría divertidas y apasionantes, pero innecesarias (que dan dan cuerda a Wall Street y sus famosos encorbatados, para seguir con los satánicos planes...perdón, se me sale sin querer...)

He tratado de definir estos espacios, conocer sus límites, saber sus cánones y definiciones. Podemos barajar ciertos factores que dan frontera a las así llamadas ciudades.

  • Densidad de bares por kilómetro cuadrado: Claro, esta y otras atracciones recreativas son vitales, cuando la población crece, este vital servicio también tiene que hacerlo, sino su gente se volvería loca los viernes por la noche.

  • Alcance de la señal celular y de internet: No podemos darnos el lujo de comprar una casa sobre un bonito cerro en las afueras, si no me puedo comunicar con mis amistades, ¡Que locura! Si termino a mi novia, nadie me daría apoyo psicológico.

  • Saturación de Smog en el aire: El molesto aire de las montañas, se nos hace nocivo a los anaeróbicos citadinos, ¡Y las carreteras ya casi no dan abasto!

  • Y claro las comunes redes de comunicación, servicios públicos, agua potable, y demás cuyo análisis dejamos a los expertos.

En síntesis, estos oasis humanos, son ecosistemas artificiales, invernaderos diseñados para el confort, cautivando de tal forma a sus nativos, que los ha encerrado en una burbuja, y no los deja salir, no sin traje espacial.

Es lógico, una especia adaptada al 100% a un determinado ecosistema, se hace vulnerable al más mínimo cambio en este , y si, me confieso como amo de la jungla de concreto. Pero nos han criado para navegar los ríos de asfalto, para tratar con determinadas diplomacias a nuestros co-habitantes, de hecho, gran parte de nuestra psicología, idiosincrasia y conocimiento general, se circunscribe a nuestra ciudad natal...y nos hacemos seres inertes, tontos turistas con sandalias y cámaras, fuera de nuestros dominios.

INUTIL!! ¿Se dan cuenta? ¡Una ciudad, unas cuadras, el exclusivo espacio que tenemos para desenvolvernos plenamente! Unos minutos de viaje en carro y nuestro oxígeno empieza a faltar, nuestro universo cambia de forma y se hace una desconocida y amenazante imagen, que solo presenciamos en Discovery Channel conducidas por atrevidos aventureros, más las vacas, los árboles y el pasto se hacen como kryptonita para nuestras almas urbanas.


Antes, a nuestros antepasados, los conocimientos sobre el medio ambiente les aplicaban para vastas extensiones de terreno, mientras hoy, vivimos cercados, casi como ganado, y por más amos que seamos, necesitamos cosas, muchas cosas, brillantes, vibradoras, hechas en Malasia, y si el refrigerador tiene bluetooth, se convierte en una ventaja despampanante ante los peligros de la vida actual.

Es ridículo depender de tantos artilugios, vivir equipado hasta los dientes con masajeadores de espalda, televisores de plasma, cepillos de dientes eléctricos, etc, parafernalias inimaginables años atrás. Se hace el uso de jergas que solo entienden unos miles, costumbres, mapas mentales, amistades, hasta dinero, que solo sirven en unos cuantos metros a la redonda.


Como ejemplo, expongo a vivas voces mi ineptitud biológica: me dan miedo las tortugas, dudo que pueda nombrar más de diez frutas, los únicos ríos que conozco huelen a excremento (en realidad son torrentes de las cosas que queremos ocultar, ese lado que escondemos debajo de la alfombra e ignoramos su existencia), si paso un par de días sin internet, siento una soledad profunda, pienso que más allá de mi ciudad la gente se come entre sí, mis instintos de supervivencia se limitan a abrir latas de atún y meter cosas al microondas, y puedo seguir, pero la verdad prefiero conservar mi autoestima.


Los ejemplos sobre la hegemonía de lo irracional sobran en cualquier ciudad del mundo, lamentablemente. La cacofonía de los claxons, las ofertas de chucherías en las calles hechas mercados, anuncios de neón que “se ven desde el espacio”, erguiéndose como las murallas chinas del siglo XXI, construidas para mantener a los bárbaros (si si, esos campesinos incultos que no saben ni prender una computadora) a raya de nuestros intocables monumentos sociales (ustedes saben, Myspace, Britney Spears, McDonalds).


Al final nada sirve, todo es una superestructura conceptual e imaginativa, dentro de un edificio pueden habitar miles de conceptos, bancos, hospitales, agencias de publicidad, todo es un concepto puesto en práctica por gente siguiendo ordenes, funcionando como hormigas, si eso es, colonias de insectos que se mueven instintivamente, acatando mandatos del orden establecidos (para mantener la “paz”), carentes de personalidad, con la mirada taladrando el suelo de 8 am a 5 pm, y los más estresante de todo, es la ceguera que estos pequeños insectos tienen...parece que los miles de canales de televisión absorben sus pensamientos, ¡las lobotomías ahora son inalámbricas! Nadie está conciente que vive en un mundo de conceptos, la complejidad de la ciudad es intangible, los obreros mantienen a los zánganos, y las reinas pasan el día fornicando y pariendo (no hablo de hormigas).


Más todo esto nos va a llevar a un fin inevitable, las desventajas del mundo civilizado se vuelven cada día más grande, y va a llegar el momento en que alguien nos cobre todo lo que hemos usado sin pedir permiso ni dar gracias, cuando hasta el más inepto de los consumistas, tendrá que tomar conciencia si quiere sobrevivir, si, soy apocalíptico, Dios va a tirar su granja de hormigas a la basura, no sin antes quemarnos con una lupa, o jinetes, o meteoritos.


La ironía hace huecos en las calles, el sarcasmo causa terremotos e inundaciones, a veces la picardía calienta y quema nuestras ciudades, y al menos yo, me siento totalmente desprotegido, me siento cobijado por una pequeñísima manta, ansioso y a la espera de esa gran nube gris que se vislumbra por las montañas, cargadas con pesadas gotas de agua, en el mejor de los casos. Los truenos de esa oscura tormenta, son como los cantos ceremoniales del caos, el grito gutural de la desesperanza, la burbuja se va a romper, y a la deriva quedaremos los citadinos incautos, imperfectos evolutivamente, y con nosotros arrastraremos el resto de la telaraña que se llama humanidad, la broma que fuera nuestra existencia, anunciará su final con la reverberante carcajada de Dios, Gaia, Xenu, los chinos, o quien diablos hubiere maquinado tal conspiración, lo peor, es que la humanidad nunca comprenderá el chiste y morirá como los grandes ñoños del planeta tierra que nunca maduraron, que nunca guardaron sus juguetes a tiempo.

domingo, 31 de agosto de 2008

Cibernauta anónimo

Las 4 de la mañana significan descanso para la gran mayoría de las personas, pero para el no había razón alguna para ello mientras hubiera algún sitio web aún sin descubrir. El brillo de la pantalla bañaba su cara con placeres inexistentes, encorbandose cada vez más hacia ese inmaterial mundo.

Su piel pálida hacía notar la falta de luz solar, los lentes trataban de arreglar un poco lo que la radiación constante hacía a sus ojos había hecho, pero sus ojeras nada las quitaba. Todas las noches parecían repetirse en su vida, una silla

Las 4 de la mañana significan descanso para la gran mayoría de las personas, pero para el no había razón alguna para ello mientras hubiera algún sitio web aún sin descubrir. El brillo de la pantalla bañaba su cara con placeres inexistentes, encorbandose cada vez más hacia ese inmaterial mundo.

Su piel pálida hacía notar la falta de luz solar, los lentes trataban de arreglar un poco lo que la radiación constante había hecho a sus ojos, pero sus ojeras nada las quitaba. Todas las noches parecían repetirse en su vida, una silla, un computador, un sujeto sin vida ni personalidad hipnotizado ante el vaiven de pixeles, y una evidente aversión a la realidad.


El reloj marcaba ya las 4:30am, aunque para el eso del tiempo era una medida arbitraria, lo que importaba era que el alterego del videojuego ganara otro nivel más, una importantísima meta que se había trazado en su realidad virtual.

El cibernauta anónimo vagaba noche a noche en las catacumbas rondadas por muchos como el, blogs, páginas porno, videojuegos, noticias sobre tecnología, foros de cultura japonesa, y cuanta cosa pudiera surprimirlo de su silla y transpotarlo a otras vidas, a sueños frustrados o tal vez solo irrealizables.

Durante el día trabajaba medio tiempo en una oficina, más computadoras, más internet, y su voluntad seguía desvaneciéndose, no parecía tener un norte claro más que su adicción.

Cuando salía a la calle, trataba de hacer su contacto lo más breve posible, nunca veía a nadie a la cara, su mirada fija al piso, esperaba al autobús con menos pasajeros (a menudo tomaba hasta una hora o más sentado en la parada), no comía en restaurantes donde la gente estuviera cerca suyo, ni si quiera sabía el nombre de sus vecinos, con costos saludaba a su madre al entrar a la casa.

Cada click en su mundo, parecían alejar más esos recuerdos de rechazo social, esas golpiezas después de clases, las pesadillas amorosas y las constantes burlas. Antes sentía celos cuando por la ventana veía gente socializar (cuando oía risas se retorcía y simplemente generaba odio hacia la sociedad), ahora simplemente se conformaba con amigos cuya única referencia era un correo electrónico. La solución de sus problemas se canalizó en anclarse a una silla y olvidarse de todo, era necesario para no derrumbarse ante el peso que le imponían, poco convencional claro, algunos acudían a las drogas o el alcohol.

Nadie parecía entenderlo, mucho menos ayudarlo, lo único que se oían eran comentarios sobre su inmadurez y apatía, que pretendían más encasillarlo que concientizarlo, tal vez la gente no estaba preparada para el, ni el para la gente, al menos en este siglo, aunque quizás lleguemos a ser todos como el algún día.

, un computador, un sujeto sin vida ni personalidad hipnotizado ante el vaivén de pixeles, y una evidente aversión a la realidad.

El reloj marcaba ya las 4:30
am, aunque eso para el eso del tiempo era una medida arbitraria, lo que importaba es que el aletargo del videojuego tenía ahora un nivel más, una importantísima meta que se había trazado en su realidad virtual.

El
cibernauta anónimo vagaba noche a noche en las catacumbas rondadas por muchos como el, blogs, páginas porno, videojuegos, noticias sobre tecnología, foros de cultura japonesa, y cuanta cosa pudiera suprimirlo de su silla y transportarlo a otras vidas, a sueños frustrados o tal vez solo irrealizables.

Durante el día trabajaba medio tiempo en una oficina, más computadoras, más
Internet, y su voluntad seguía desvaneciéndose, no parecía tener un norte claro más que su adicción.

Cuando salía a la calle, trataba de hacer su contacto lo más breve posible, nunca veía a nadie a la cara, su mirada fija al piso, esperaba al autobús con menos pasajeros (a menudo tomaba hasta una hora o más sentado en la parada), no comía en restaurantes donde la gente estuviera cerca suyo, ni si quiera sabía el nombre de sus vecinos, con costos saludaba a su madre al entrar a la casa.

Cada
click en su mundo, parecían alejar más esos recuerdos de rechazo social, esas golpizas después de clases, las pesadillas amorosas y las constantes burlas. Antes sentía celos cuando por la ventana venía gente socializar (cuando oía risas se retorcía y simplemente generaba odio hacia la sociedad), ahora simplemente se conformaba con amigos cuya única referencia era un correo electrónico. La solución de sus problemas se canalizó en anclarse a una silla y olvidarse de todo, era necesario para no derrumbarse ante el peso que le imponían, poco convencional claro, algunos acudían a las drogas o el alcohol.

Nadie parecía entenderlo, mucho menos ayudarlo, lo único que se oían eran comentarios sobre su inmadurez y apatía, que pretendían más
encasillarlo que concientizarlo, tal vez la gente no estaba preparada para el, ni el para la gente, al menos en este siglo, quizás lleguemos a ser todos como el.

Neblina autoinducida

Y en el último trazo de la carrera el corredor flaqueó, la meta a una pedrada de distancia, con su reluciente redención brillando forjada en oro. Sus competidores estaban tan atrás que una espesa niebla de ignorancia y conformidad los separaba del puntero, pero su visión se fue acortando al punto que no llego a ver que sus rivales estaban a sus ascuas.

Y la piedra, la misma piedra que lo tropezó en la totalidad de las vueltas, se levanto de nuevo como una montaña altísima sobre la pista sintética, parecía un muro de hormigón a sus ojos, aunque en realidad no era más que un trozo olvidable que yacía en su camino, más su angosta visibilidad le hizo caer de nuevo, por cuarta o quinta vez. Caricaturesco desliz, ahora la misma niebla oculta al trofeo, permeando aún más sus deseos pero la realidad del corredor desparramado en el suelo abofeteaba cada segundo que lamía el suelo.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Esclavizado entre cartones y cunetas

El sol empezó a calentar tanto los ropajes, tornando imposible sostener el sueño, por profunda que fuere su inducción tóxica. La polución mental carcomía sus neuronas, los sueños también, parecían alejarse de una concreción, era irremediable, la tentación llego a sus manos imbuyéndose con el fuego para hacerle cruzar la línea entre la sanidad y la muerte social.

Abrió los ojos para tratar de comprender su entorno, las ratas abundaban, sus colmillos feroces se lanzaban contra las fiambres putrefactas, y el verde de las moscas sobre su cara fue repulsivo, más el vómito llegó cuando logró visualizar las larvas tratando de adentrarse en su nariz y oidos...algún basurero de restaurante le dio posada la noche anterior, probablemente también la cena, puesto que la regurgutación era bastante similar a las viandas de las bolsas.


Había una ecuación por resolver, una vorágine de arrepentimientos inundó su mundo, el cual se estrecharía a unos cartones y un impulso al consumo como grillete en la voluntad. La gran incógnita se revelaba...¿ahora qué será de la vida?...la búsqueda por la respuesta se veía aplazada por el insesante olor rancio que emanaba de ese lugar, un callejón diminuto, cercado por dos paredes de concreto, húmedas, llenas de musgo y líquenes que ennegrecían y agrietaban los muros, una callejuela de tierra que servía de cloaca cuando se desbordaba el pequeño caño durante las grandes lloviznas, como hacía unas horas sucedió. Lúgubre y putrefacto, tal vez esa era la solución a su ecuación, su mañana era la primera de muchas mañanas que tendrían ese panorama como bienvenida.


Las bolsas de basura hacían de lecho, bastante cómodas, al menos para lo que se podía aspirar entonces, los harapos se encarnarían a su piel, igual que el mal olor y las cizañosas pupilas de la gente “normal”. Un título despreciado estaba ahora tatuado en su frente, como un velo que se ergía sobre su humanidad, sobre su personalidad, convirtiéndose en menos que un número, menos que una persona, disparado del tubo de escape del sistema, su nombre de pila decía “Piedrero”.

Los “por qués” llovían sobre su cabeza, a punto de ceder a la enormísima presión que representaba el aterrizaje hasta fondo del pozo, la pudredumbre (de uno o de muchos) expresada en el, pero eso no importaba en realidad, necesitaba resolver primero sus acciones en los próximos veinte minutos, y tal vez podría tener un poco de tiempo para remembrar el ritual de su hundimiento.

Sus pensamientos se abatían en dos frentes: Primero la urgencia irremediable a consumir placer, a activar sus sentidos una vez más, al son del titiritero crepitante y humeante, después halaba hacia su profunda depresión, encontrarse envuelto en porquería y estupefacientes no era exáctamente lo que quería ser cuando fuera grande, su proyecto de vida tomó un giro estrepitoso a un callejón sin salida.

Entre tanta meditación, cerca suyo se abrió una puerta de metal, medio desvencijada, chilló cada grado de su giro para permitir salir a un tipo de porte oriental, con un delantal ensangrentado y una cubeta, le cruzó una mirada con el ceño fruncido, dijo algunas palabras en su idioma y vació partes irreconocibles de animales desconocidos en el contenedor de metal detrás de él. Cosa que le habría despertado náuseas días antes, ahora le abrió una oportunidad a otra comida, a partir de hoy si el almuerzo no tenía gusanos sería un gran avance.

La condición de manufactura social, subproducto de la histeria colectiva, no era más que inevitable, es casi un azar honestamente. Esos muros que encerraron su conciencia, también aturden a los transeuntes de la sociedad, ese dedo que crítica y condena a punta de risas y refunfuños, puede ser el mismo dedo que termine sosteniendo ese tubo maldito. Ese sentimiento de inutilidad lo embargaba, mientras se ponía en pie logró al menos descifrar que escondite sostuvo su iniciación en las calles sodomitas, en la vida del aventurero del tubo maldito.

Su estado físico era pésimo, a penas se ponía en pie la vista se le nublaba y no podía sostener el equilibrio, al aferrarse a algún objeto para no caer se daba cuenta que sus manos tenían profundas yagas, repetidas en muchas partes de su cuerpo, el ardor en el estómago era insoportable, los ácidos gástricos habían llegado hasta su lengua la cual ardía al hablar, pero esa tos seca traía a la memoria la tuberculosis medieval de un enfermo terminal, sus pulmones parecían querer escapar del cuerpo. Más su mente tal vez era la más tormentosa, las punzadas en su cabeza no se comparaban al dolor que le provocaba contextuar la situación, sentirse en un remolino directo al fondo del océano, no solo cuantificar sus errores, sino ir adaptándose a la vida de la calle, sentir una tremebunda paranoía hacia cualquier ser viviente, se sentía juzgado, señalado por cualquier persona que no esté en su mismo estado, sentía casi odio, la vida ya no valía nada, ni la suya ni la de nadie.

Ningún embargo ni intento de pensamiento pudo romper ni por un segundo el grillete, que reincidió en ansioso desespero por ubicar un par de aspiraciones de crack en su cuerpo, no hubo reparo en sentarse a formatear las celdas de su mente, justificando así su condición de objeto, adorno mal habido por la ciudad, habitando de fauna humana los sitios más oscuros, en los que solo las ratas se atreven a husmear, el se separó para siempre del mundo de los humanos, sus sueños materiales enpequeñecidas a un envoltorio de aluminio, la felicidad traficada.

Las bolsas de basura, albergaron de nuevo ese nuevo inquilino, gratificadas lo tuvieron en su primer día del resto de su muerte, si, ya selló el pacto con fuego, tal si un fierro al rojo vivo hubiere marcado su piel, dejando la identificación de lado, solo importando el dolor y la desfiguración metafórica y literal de su existencia.