jueves, 3 de diciembre de 2009

Inexpresividad

El silencio sepulcral era el ambiente de cultivo perfecto para cuajar las emociones en el aire. Se respiraba amargo, incómodo, expectante. La incertidumbre aumentaba la distancia que de pronto se tajó entre ambos jóvenes: uno con la cabeza en las manos, encubriendo con pasmosa ecuanimidad externa la tormenta de pesares que revolvía sus entrañas. Y ella, contemplando la silueta de su novio, con el corazón en la mano en espera de una respuesta; mas la indecisión del futuro padre nublaba aquellas fantasías de apoyo que imaginó en el mejor de los casos. Su más terrible miedo comenzaba a reptar por el cuarto . Sentía como los ladrillos se acumulaban en su espalda, la comenzaban a hundir y a deformar, pero nadie estaba allí para ayudarla.

Si bien sus cuotas de responsabilidad eran idénticas, las cadenas que ataban al inexperto y abrumado joven a cumplir eran más delgadas. La puerta del cuarto estaba abierta, permeándose la luz del pasillo, esa que iluminaba la salida, que podría liberar el oxígeno de su densa constitución, que le permitiría, irónicamente, ingresar a un claustro de negación pretendida como infinidad libertaria, así pues, tentaba a ser la cachetada que lo despertaría de la pesadilla. Mientras, ella aún se aferraba a ese hipotético abrazo que sellaría la unión en los tiempos más oscuros.

Sus piernas lo levantaron del piso donde se había sentado, miró por unos segundos el semblante vidrioso de su compañera, y partió hacia la luz.

- Buscá la forma de no tener a ese chamaco

- Pero Jorge, yo no sé cómo hacer esas cosas, se necesitan contactos y plata y me puede pasar algo. Yo lo que quiero es que lo criemos juntos

- Tengo que pensar en todo Mariana, dejame respirar. Mi mama está diciéndome que me salga del cole para poder bretear a ver si acaso pagamos las deudas. No puedo tener un carajillo a estas alturas, nos palmamos de hambre todos. Si yo no voy a poder terminar el cole con la plata que tenemos, un hijo mío no saca ni sexto grado. }

El cuerpo del joven cruzando el umbral de la puerta proyectó sobre ella una sombra, el único despojo de contacto que podría pretender del tipo en huida, lamentablemente, ese trastrocamiento poseía las características banales y frías que solo la sombra, como oposición a la luz, puede proveer, bastante antagónico a la calidez que esperaba ella.

En todo caso, la sentencia era un hecho. Habiendo él abandonado ese cuarto, no existía ninguna fuerza en la tierra que lo hiciera volver. Ni el masoquismo más extremo lograría lo que el amor no pudo. Nunca más regresaría para encararla, no mientras el dilema se cuajara en esa habitación oscura y silenciosa.

Desnuda en el baño se palpaba el vientre, tratando de dimensionar lo que sucedía en su cuerpo. Cuando se aproximaba a una idea concreta los escalofríos se enarbolaban en el pecho. Se veía de perfil en el espejo y casi juraba que ya tenía un bulto. Lloraba imaginando los dolores de parto, se torturaba descubriendo las palabras con las que le diría todo a su madre. Pero no podía vivir de lamentos, tenía que asumir la realidad que tanto le asustaba.

El ambiente del desayuno era definitivamente extraño, Mariana siempre hablaba mucho con su mamá sobre la nimiedades cotidianas, pero su boca ahora solo se abría para comer cereal. La señora, ignorante del tormento, le trataba de hacer conversación pero las respuestas de la hija eran monosilábicas.

- Mami tengo que contarle algo – anunció angustiada la adolescente

- Ay Mari, ¿qué pasó? – respondió extrañada la madre


- Es que creo que hice algo muy malo– dijo con la voz quebrada y solloza

- ¿Qué torta de jalaste ahora muchacha?

Mariana trataba de repetir aquel discurso ensayado, esa súplica por piedad recitada frente al espejo, pero los nervios la hicieron temblar de cuerpo entero. De repente sintió un frío tremendo y las ganas de llorar empujaban en la garganta, trató de apretar los dientes para evitarlo, pero no pudo, y reventó en llanto.

Inmediatamente la madre se levantó de la silla, se arrodilló a la par de su hija y la abrazó.

- Decime lo que sea mi amor, si es tan grave prometo no enojarme, pero contame – concilió la señora

- Mami es que…aquel muchacho Jorge, es mi novio y di, tuvimos sexo. La cosa es que llevo dos meses de atraso, tengo síntomas de embarazo. Ya hasta me fui a hacer una prueba en la clínica, me la dan el martes.

La mujer en el piso petrificó una cara de perpleja estupefacción por varios segundos, después dejó su cabeza caer sobre los regazos de su hija y el llanto sobrevino.

Las lágrimas comenzaban a empapar el pantalón azul oscuro del uniforme de la colegiala. Ella tomó la cabeza de su madre y la alzó, suficiente para verla a los ojos.

- Mami, perdón, se lo juro que yo no quería que pasara – rogó, casi gimiendo

- ¿Por qué no te protegiste? ¿Por qué?

- ¡Yo no sé usar un condón! Son carísimos y si se los pido a usted fijo me mata; nosotras nunca hablamos de eso. Me hubiera sentido incómoda mami. Y lo peor es que Jorge no va a hacerse cargo. No puedo con esto, mi futuro va a ser demasiado difícil. – confesó alterada Mariana.

Las lágrimas continuaron corriendo el resto del desayuno. La madre se sentó en la mesa a brotar lamentos y lloriqueos sin dirigirle la palabra a su primogénita, la cuál esperaba una respuesta tangible con la que supiera que ya podría darle vuelta a esa página. De todos los escenarios que se imaginó, ninguno correspondía al sufrir sin sílabas ni oraciones que se precipitaba contra la madera.

Eventualmente la joven abandonó la cocina. El frío de la noche hipotética le erizaba los pelos, y nadie estaría allí para prestarle un abrigo o para hacerle un chocolate caliente. La adversidad mostraba sus colmillos y ella estaba cocinada y lista en el plato. Amparada en la nada, abrazada por el abandono, alimentada por el rechazo, así fue a clases, sin inspiración para respirar ni parpadear.

El caminar le daba energías a su mente autora de tramas oscuras y dolorosas que apestaban a predicción. Se abstraía del entorno y en vez de las chozas fabricadas con láminas de zinc de su barrio, veía un túnel oscuro que restringía el resto de su vida, que la alienaba de todo lo terrenal para encerrarla en una rutina esclavizante. En la noche cuando dormía soñaba con un ese embrión flotando en su interior que poco a poco se transformaba en un niño de unos seis años, acostado en posición fetal sobre una cama de cartones y bolsas de basura, todo costroso y envuelto en harapos. Después veía a este mismo niño vendiendo chucherías en la carretera, aspirando cemento en un callejón, peleando con otros por un trozo de pan mohoso. Ella reconocía sus ojos en ese pequeño.

La llave comenzó a girar el llavín y la puerta se abrió. La madre de Mariana botó las bolsas que llevaba en la mano tan pronto vio el cuerpo de su hija colgando de una viga. Aún estaba viva, puesto que mientras se mecía miró con ojos casi desorbitados a su madre, para poco a poco ir cerrándolos. La inspiración nunca apareció en ese pasadizo infernal. El llanto sin fin volvió a resonar en las paredes de la casa. Finalmente, dejó de parpadear y respirar. El peso sobre sus hombros era tal que colapso y se hundió hasta lo más profundo del abismo.


- Aló

- Si buenas, ¿se encuentra la señora Sánchez?

- Con ella habla

- La llamo de la clínica en donde su hija se realizó una prueba de embarazo. El resultado es negativo. Lamento decirle que todos los síntomas y demás, se debieron a un embarazo psicológico. Lo sentimos mucho por todo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

La Mentira

Nota: Esto lo escribió un hombre de las calles y me lo dió, no es de mi autoría.

Es la segunda parte de la verdad, busqué en lo más profundo del universo un tesoro sin precio, añoré poseerlo entre mis brazos, y sin embargo lloré lagrimas de sangre, busqué la muerte, porque no te tuve entre mis brazos, añoré dejar de existir porque te deseé, te quise y te querré, y aunque en honor a la verdad, jamás seas mía, siempre por ti viviré, porque tú eres, como un faro en medio de una noche tempestuosa con un mar agresivo, que me guía en medio de las tinieblas, jamás olvides que por ti yo seré quien tenga que ser y haré lo que sea y aún lo que no deba por tu bien, en lo más profundo de mi corazón tú reinas y vives y eres mi razón de ser, en medio de una noche clara estrellada, eres tú aún más que un cometa pasando en medio del espacio, una estrella fugaz inigualable y perfecta, yo no sé nada, lo único que yo sé, es que la mentira sería que yo dejara de amarte, y aunque algunos creen que la verdad es una copia, la verdad la escribo para ti, y la verdad surge de mi corazón y la verdad es indestructible, es real y palpable.

Amor mío, querida dulce amada mía, la verdad eres tú.



Nota: lo transcribí textualmente, únicamente agregué tildes para que cobrara sentido donde hacían falta, pero la redacción en sí está intacta. 

martes, 20 de octubre de 2009

Inconclusión

Extrañamente cobré conciencia de todo, el letargo acababa, y tímidamente abrí los ojos para comprobar que aquello que creí mi tiempo de vida había sido un largo sueño. La luz traspasó y violentamente encandiló mi primera impresión de la realidad, cuando por fin pude soportarla no logré enfocar mi vista por unos segundos.

Esos haces de luz desparramados sobre los objetos en la habitación me permitieron conceptuar mi nueva vida, me transportaron a la cotidianidad que a partir de entonces se apoderaría de mi ser y sería el panorama de cada amanecer en esa diminuta cama individual, dentro de ese apartamento gris como una noche lluviosa sin luna y sin alma, con ropa sucia pavimentando todos los caminos.

La ventana mostraba una escena que se pretendía espejo, más era el reflejo de un colosal edificio financiero apostado frente a mi residencia, ubicada en un piso alto en alguna ciudad gigante. La abrumadora noción de que estaba en un lugar nuevo, del cual nunca sospeché su existencia me obligó a acercarme y logré observar al fondo ríos de gente filtrándose entre murallas de automóviles con tal de llegar a la otra acera mientras el semáforo aún se ruborizaba con el halago de cientos de peatones obedeciéndole mecánicamente. En el horizonte se apostaban torres y torres erigidas por el hombre, pero abrigadas por un denso humo, únicamente las luces rojas en sus azoteas los delataba. Por un momento confundí todo eso con un mar de luciérnagas en un pantano apestoso, donde los mosquitos chupaban la sangre y te enfermaban y los cocodrilos se movían bajo las aguas esperando poder engullir cada extremidad de tu cuerpo.

El vértigo venció a la curiosidad de conocer la fuente de mis nuevos conceptos, y dejé a la luz de lado para apreciar el apartamento. Pequeño, la cocineta estaba casi sobre la mesa de noche y el televisor se podía mirar desde el baño. En mis viejos tiempos, o mas bien, en mis sueños, había visto alacenas tan grandes como esa habitación. Los olores de la ropa añeja se combinaban con los platos sucios y alguna comida rancia. Una corbata y un saco colgaban cerca de la puerta, y una computadora rodeada de papeles y libros parecían querer atarme a la silla.

La inspección fue veloz, después de todo el claustro le hacía honor a lo que representaba. Pero lo que más resentí de todo aquello fue el frío, el silencio, las paredes sin pintar y el olor a comida de microondas. Estaba desnudo y apetitoso en la boca del lobo, aunque en ese punto creo que me digerían en el cuarto estómago y ya casi me convertía en mierda…no podía estar más sumido en la colmena donde a nadie le importaba si yo iba o venía, me moría o cagaba viendo tele. En las fantasías oníricas cuando las alternativas se acababan, aún podía caer en las redes de la patria potestad y mis mayores líos no comprometían la existencia de mi manada unipersonal, a lo sumo representaban un regaño merecido. El vecino se preocupaba por mi, me odiaba tanto como para rastrillar mi cara hasta que quedara solo hueso, pero en la soledad de 30 metros cuadrados de cemento esas ideas vengativas hacia mi hubieran sido un lujo que, de tenerlo, sería capaz de brincar de la felicidad, sin importarme que eso violara la individualidad del habitante de abajo, que no quería ni sospechar que alguien por ahí se atrevía a tener alma, nombre o sentimientos.

De pronto, me di cuenta que me había aferrado a avatares de una infancia estática que en un despertar mutiló todos los elementos que conformaban una vida, a veces mala, pero era mi vida, era yo. Imágenes frágiles y delicadas que, como todo sueño, en la mañana perduran fugaces en el tiempo, tan banales en ese nuevo momento, que el rostro de mi madre era una mancha difuminada en los registros de pasado; traté de recordar su voz, pero los rugidos de la ciudad terminaron por distorsionarla y pervertirla para siempre. De todos modos, invocar mi antiguo comodín no serviría de nada, ya era hora de mentalizarme en perderla, después de todo su autoridad no tenía jurisdicción fuera de mi mente, ella estaba en un lugar muy lejos de allí y algún día partiría para hacia puerto inalcanzable.

No había diferencia entre mirar por la ventana y ver una figura miniatura retorcida en el vidrial de enfrente, que, se supone, era yo, o verme en el espejo del baño. Finalmente era igual de irreconocible en ambos, no lograba identificarme, mi esencia se había escurrido entre la pared y si acaso dejó un par de grietas que trataron de violentar la uniformidad del muro.
Salí a la calle con un traje ejecutivo barato que encontré planchado por ahí en el piso. Supuse que para sobrevivir debía adoptar una rutina que mantuviera ocupado a ese cuerpo que me secuestró. Al inicio me costaba distinguir entre los adoquines y los transeúntes, se parecían tanto, pero poco a poco me acostumbré y pude mirar sus caras atormentadas, inexpresivas que atestiguaban torturas similares a la mía, y en general, era difícil verlos parpadear, respirar o sonreír. Cada paso me llevaba hacia un lugar nuevo que no conocía, más aún así no me sentía perdido, sabía qué hacer, hacia a donde ir y cómo actuar, pero ese sentimiento de extrañeza no se iba, ni siquiera podía pronunciar mi nombre.

Alienado de todo lo que era, de mi entorno, de mis amigos, de mi familia. El mundo dentro del cual me forjé un día cambió de pronto, los que me rodeaban estaban lejos y tenían canas, algunos se habían casado y tenían hijos, algunos más murieron. Y yo, tenía asomo de barba, medía metro ochenta y tenía una profesión por ejercer, ahora tenía que danzar el baile de la productividad y las responsabilidades.

No había vuelta atrás, en mi sueño anterior creí haber estado viviendo la realidad que sucedió a una alucinación inconsciente, pero todo era una ilusión, el mundo era ahí, en ese momento, o al menos, tenía que actuar como si así fuera. Tal vez, el día que llegue a sentirme cómodo, otro amanecer me elevará a una nueva irrealidad por vivir, aún más traumática que la anterior, hasta que un día simplemente no despertaré.

jueves, 15 de octubre de 2009

Géminis

Y el géminis amoroso te cuenta palabras de alivio, que desvanecen aquellas penurias que todos asumen producto de la paranoia, del masoquismo que pretende dividir la razón de la estabilidad mental con su ejército de fantasmas. Los besos plásticos de la máscara se sentían tan reconfortantes; sus ojos, aunque semiocultos, prometían lechos de rosas y caminatas por el bosque, pero algo seguía inquietando al loco, vanas suposiciones tal vez.

Por suerte para la justicia, el géminis es experto en la mentira, más no sabe guardar sus huellas, no hay mejor detective que aquel que practica a ser traicionado todas las noches sin cariño; en el mundo no hay trama más compleja que la tejida por una mente en desasosiego con el mundo. Finalmente, ni el más diestro maestro del engaño es capaz de esconder su nuca para siempre, a partir de ese momento, la confianza forzada se convierte en ingenuidad, y las tribulaciones subjetivas devienen en intuición casi mágica. Más el premio de la agudeza no es otro sino correr el telón que oculta los guiones escritos por todos, finalmente, nuestro don supremo se convierte en un castigo, penetramos el averno y los demonios materializan nuestra prognosis infernal.

Ya sé porque nos llaman locos, después de todo somos capaces de descubrir las nucas costrosas que casi todos ennegrecen fundamentados en la libertad y el gozo; tienen miedo, por eso nos recluyen en manicomios, celdas donde las verdades solo rebotaran en el prístino blanco de las acolchonadas barreras, y mientras ellos afuera, continúan la danza sobre las tablas, con mucha utilería y palabrería.

jueves, 27 de agosto de 2009

Religiones Encubiertas

Las probetas y las placas de Petri poco a poco se van emplazando en el nuevo púlpito, donde de paso, el predicador substituyó la sotana por una bata blanca. Las liturgias ya no son pasajes bíblicos, sino leyes de la termodinámica, y de nuevo, antiguos revolucionarios son, en boca de otros, multiplicados como los nuevos dogmas por vencer, en contra de su principio originario.

Plantean ecuaciones matemáticas en pretensión de socavar las últimas esperanzas de las masas ennegrecidas por el hambre de sus jefes. Aducen que los males del mundo se deben a las mentiras de la fe, a la autocomplacencia como una conducta humana vergonzosa, solo vista en aquellos indignos e incapaces de pensar por su propia cuenta, los que dan solución a las incógnitas invocando las nubes del cielo…las ovejas…pero, los rebaños también se empapan de órdenes superiores en los auditorios de la Academia, también reflejan un fin, y no precisamente uno muy noble, después de todo, por las venas de la ciencia también corre oro, brillante oro.

Incuestionables los párrafos de sus libros, a pesar de saber bien que no se puede meter al universo en una gaveta, cerrarla y pasar al siguiente problema, como si la Teoría del Todo fuera un crucigrama de domingo. Su verborrea intenta escribir en piedra las palabras que los revolucionarios admitieron en arena, pues tras cada marea baja se necesitan reconstruir las carreteras de nuestra percepción existencial.

Verdaderamente, la línea entre cielo y tierra se desdibuja conforme los cables del titiritero se entrelazan mientras se dramatiza la pelea entre muñecos, finalmente, monigotes del mismo artesano.












Prefiero no escribir mucho al respecto, prefiero que el lector se forme un criterio pero...solo quiero aclarar algo, soy agnóstico, casi ateo. Solo por aquello que confundan mis posturas religiosas.

domingo, 23 de agosto de 2009

Teórica libertad

Los cables eléctricos cercenaban las nubes algodonadas y de paso servían como estación de reposo para los cuervos durante su tiempo ocioso. Así podían parlotear sobre las últimas novedades en su negro mundo; en esta ocasión, la muerte por inanición de un compañero de especie, hecho que se comenzaba a hacer común.

Todos lanzaban los típicos comentarios de lástima engrandeciendo al difunto, olvidando como en vida más bien le aborrecían y por dentro se decían “ya era hora para ese inútil“. Entonces un ave pensativa que miraba a las nubes se reincorporó a la conversación.

- Realmente considero a la supervivencia como una cosa sencillísima, consta únicamente de tomar decisión tras decisión. – propuso el filósofo emplumado. – Nuestro corazón siempre nos da pistas sobre el camino correcto, es sentido común, pero siempre somos unos vulgares conformistas que preferimos desperdiciar nuestros días volando pico en estos cables en vez de ir diligentemente a conseguir alimento, tal como lo dictan nuestros instintos y con esto haber tomado la decisión correcta. – sentenció gravemente mientras levantaba el tono de su voz, todos habían hecho silencio total para oírlo – ¡No movemos ni media ala!. Tal vez por esto se haya generalizado el odio hacia nuestra humilde especie. Si van a un parque humano cualquiera y observan, únicamente verán palomas infestando el espacio, y todas siendo alimentadas por esos caprichosos humanos. ¿Acaso han visto ustedes que esos feos lampiños dejen sus mascotas muertas o las sobras de su carne a nuestra merced?. – prosiguió el hábil orador, ahora siendo escuchado atentamente por toda la bandada que comenzaba a emocionarse - En todo caso, la solución está en nuestras manos, todo lo que necesitamos sea agua, carroña, pareja, refugio, está dispuesto en la espesura del bosque justo en las afueras de esta jungla de concreto. Aún así, seguimos muriéndonos de hambre ¡no tiene sentido colegas!. Después de todo, los cuervos son más viejos que la civilización humana, nuestros ancestros no necesitaban reposar en estos malditos cables para hacer su día.

El cuchicheo comenzaba a sobreponerse al silencio y cada vez eran más los cuervos que asentían al escuchar esas palabras, la atmósfera de reivindicación, de acción comenzaba a nutrir los bríos de la multitud.

De pronto una fuerte brisa sacudió el cablerío y con ella vino una intensa peste a muerte, lo que despertó el hambre de algunos.

- No seamos cuervos involuntariosos, con solo el acto de desear se puede obtener cuanto queramos. Así que compañeros, propongo que cumplamos nuestra noble misión, ese olor delata una vaca muerta, suficiente festín para todos. ¡Enrumbémonos hacía allí como nos dicta el corazón!. – finalizó el agitador, cuya habladuría caló el ánimo de la bandada, que unánime se hizo al viento en busca de su carroña indisputable.

A los pocos minutos las decenas de aves divisaron el gran mamífero tendido sin vida sobre el zacate, entre la sombra de un par de cipreses. Los individuos comenzaron a dar vueltas en círculo alrededor del cadáver mientras los primeros aventurados aterrizaban cerca. Pronto, eran todos los que se zambullían sobre el cuerpo.

Poco después, unas gigantes sombras eclipsaron el sol y alertaron al grupo. Los poderosos zopilotes estaban atisbando al mismo animal, únicamente afinaban detalles antes del ataque. En picada cayeron las gigantes aves amedrentando a los cuervos. Cuando extendían la envergadura de sus alas parecían premoniciones de muertes prematuras, con ello rápidamente la pasión se convirtió en pánico y los cuervos volaron despavoridos antes de siquiera imaginarse un enfrentamiento contra tales bestias del aire.

- Huyan escorias, ustedes jamás podrán disputar nuestros alimentos, nuestro abrigo, nuestro territorio. ¿Cómo se atreven a tan solo haberse acercado a nuestra presa?, es una transgresión al orden, ustedes abajo, nosotros arriba. Tal vez en un par de días esta vaca esté putrefacta y ya no nos apetezca, entonces ustedes podrán llenar sus pequeños estómagos con algo de carne y bacterias. – gritó uno de los zopilotes mientras las otras aves huían.

A los pocos días, al menos una decena más de cuervos habían sucumbido al hambre, y había poco que pudieran hacer. Ni las palabras, ni la buena voluntad, ni el querer, ni las fantasías, ni el status quo, ni la teórica potencialidad infinita de todo ser alcanzada a través del deseo y la perseverancia, podían llenarlos y perpetuarlos como especie. Más bien parecía ser la voluntad de los zopilotes de dejarles sobras podridas la que los mantenía con vida.

jueves, 30 de julio de 2009

De océanos y distancias, fuego y presagios.

Las marcas en mi cuerpo no son
indelebles recuerdos , sino
tristes resabios que pronto sanaran.
Que mal…

Y es que aún destilo lágrimas
de cuando en cuando
con solo curiosear tu suerte
con suponer, imaginar, inventar
el lugar que te alberga ya.

Esa misma suerte me despelleja,
machaca con sus colmillos
las mariposas de mi estómago
vertiendo ácidos y olvido.

Me incompleta, discurre océanos
entre tu buena suerte y mi desdicha
Sonreís, lloro. Ambos somos felices.
Pero yo sigo aquí. Y mi felicidad
en realidad no existe

Soy feliz por vos, es tu camino
Yo entiendo: es tu cosmogonía
tu renacer, tu nueva vida.
Pero en mi cotidianidad, no es más
que arrancar una página de la vida,
arrugarla, romperla, esconderla,
pero sin antes voltearla, superarla,
agotarla.

Deseo retornar las manecillas
y hacerme masoquista
tomar el bus y verte,
aunque sea una tarde vez más.
Pero a estas alturas
de seguro un océano
ya divide nuestros cuerpos.

Y pensar que ayer
tan solo una mirada nos apartaba.


He acá una poesía. Casi nunca escribo poemas, y usualmente no lo hago muy bien, creo que esta no es la excepción. Más en todo caso, la utilicé como medio para desahogarme un poco. Aunque odio enclicharme y enmarcar la poesía en mi y mis sentimientos, cosa que generalmente no me gusta en otros autores. Pero bueno...

Tampoco me siento tan tan mal. Creo.

viernes, 24 de julio de 2009

Espíritu Débil

La agilidad era necesaria para sortear el tránsito por la calle peatonal, que a esas horas de la mañana se poblaba de seres dispuestos a nadar en la rutina de un día más de muchos que, sin grandes acontecimientos, se apilarían para contar una u otra biografía relámpago. Los alaridos de comerciantes dispuestos a lo largo de la avenida hacían cacofonías en contrapunto. Cada segundo nacía un nuevo grito publicitando chucherías chinas o películas pirata. Los indigentes se arrellanaban en el lecho adoquinado, costrosos y hediondos parecían esculturas urbanas que, después de todo, eran la concreción del modo de vida citadino.

Daniel caminaba presuroso, refugiándose del sol en las sombras de los pocos edificios altos levantados alrededor. A pesar del apuro le parecía imperioso admirar el carnaval donde los vendedores despreciaban a los indigentes, los transeúntes relegaban a los mercantes, y Daniel despreciaba a los que despreciaban…los indigentes repudiaban todo, aún que esgrimieran a Dios y su perdón divino como razón para atenderlos. En una valla en media calle se leía ”Esa mujer amada merece lo mejor para este 15 de agosto, regálele cocinas WomenAid“ y mostraba la imagen de una esbelta modelo cocinando y sonriendo al mismo tiempo, algo distante de su madre amargada y desgastada. Sorprendente que, tan pronto como el calendario hiciera del día del padre un ayer, ya los publicistas forraban la ciudad promocionando el día de la madre. De la nada y por la desatención a la realidad, se tropezó con la prótesis de pierna de un mendigo que cascabeleaba monedas en un vaso. Mientras procuraba equilibrio, el viejo le espetó una risilla pícara.

-Diay muchacho, aunque sea déme cien pesos para mandar la pata al taller – dijo entre risas acercándole el vaso.

Recién incorporado se rebuscó un par de monedas dentro del pantalón y se las dio al hombre.
- Gracias mi hermanito, que Dios lo bendiga.

- Tranquilo, más bien perdón – respondió Daniel suavemente tratando de aligerar el bochorno.

Ese pequeño episodio por alguna razón le despertó el hambre, y recordó no haber desayunado. Debía comer algo para completar sus compromisos, de otro modo se vería atascado en una fila o en un bus y las tripas se retorcerían en amenaza de desmayo . Así decidió dirigirse a una soda que se veía en la esquina. Se sentó en una banca de madera frente a una larga barra cubierta de cerámicas. A su izquierda estaba una vitrina de vidrio desplegando empanadas de queso que vertían grasa sobre el plato, emparedados fríos y enyucados del día anterior. Una mujer de corta estatura, con una red en el cabello y tez oscura se acercó a atenderle.

- ¿En qué se le puede servir muchacho? – preguntó la mujer con un marcado acento extranjero.

Daniel la miró casi con cierta duda y desconfianza.

- Si buenos días, señora. ¿Tiene desayunos? – preguntó con un tono frío y monótono.

Ya tomada la orden, la mujer encendió un televisor situado en un estante esquinero de su lado de la barra. De éste poco se podía ver, ya que una gruesa película de grasa difuminaba las imágenes. Daniel se quitó la mochila que andaba sobre la espalda para colocarla en otra silla, pero antes decidió sacar aquel periódico con editorial de izquierda que tanto le gustaba comprar, ya que él admitía cierta simpatía por la estética socialista, sin haberse comprometido nunca en alguna causa de este tipo.

“Desempleo aumenta al 8%, Sector de la construcción se contrae un 50%“ rezaba el titular del periódico. Tras cada vuelta de página una nueva mala noticia se anunciaba a Daniel,, y el denominador común para todas ellas era la siniestra y negligente administración de parte de un gobierno adicto al capitalismo, los rascacielos y el dinero. En el televisor grasoso se sintonizó el noticiario de las mañanas. “Policía finalmente desaloja a los vendedores ambulantes en Heredia“ contaba el presentador mientras se mostraban imágenes de tres policías apaleando en el piso a una señora cincuentona y con un vestido floreado. “Que se busquen un trabajo de verdad esos vagos. ¡El que es pobre es pobre porque quiere! Trabajos dignos hay por todo lado. “ aseveró un viejo encorbatado al noticiario desde su camioneta negra, ostentosa y lujosa como el carruaje de un noble francés de hace cuatro siglos.

La curiosidad obligó a Daniel a dividir su atención entre ambos medios de comunicación. No era tan fácil asimilar y aceptar las posiciones del papel contrapuestas a la televisión (todo lo que digan allí es cierto ¿no?). Sus dedos arrugaban la esquina de la página para pasar a la siguiente. “Construcción de nueva represa inundará pueblo colonial y reserva indígena“ decían las grandes y rojas letras impresas en el pliego. Daniel trataba de reflexionar un poco el asunto mientras mojaba un poco de pan en la yema cruda del huevo desparramado en su plato. Se llevó el trozo de bollo a la boca dejando sus labios amarillos y llenos de boronas. Entonces le llamó la atención el televisor de nuevo, transmitían la entrevista de un importante ingeniero con su gran casco amarillo, “¡No sé en que mundo viven estos ambientalistas!. Si construimos plantas térmicas, se quejan de la contaminación y el alto costo de la electricidad, y si hacemos plantas hidroeléctricas, ¡inundamos todo!. Pues el desarrollo no es gratuito“. Posterior a eso, los anuncios comerciales atiborraron el televisor de canciones estúpidas, mujeres imposibles y estafas maquilladas como menús económicos de comida chatarra. Inmediatamente después, la pantalla se hizo blanca y apareció una bandera de Costa Rica acompañada de las notas de algún himno entonado solo en alguna fecha patriótica indigna de remembrar, dado que no implicaba regalos y alegría para el mundo entero. Era una cadena televisiva donde el presidente haría gala de sus talentos diplomáticos.

“…algunos me han criticado por ser uno de los hombres más ricos de Centroamérica, por poseer empresas, casas, influencias. Aseguran que soy incapaz de comprender al pueblo, pero creo que los comprendo mejor que nadie, ya que de una u otra forma todos anhelan estar en mis zapatos. Pero les aseguro que soy un hombre honesto, dispuesto al servicio del pueblo, ese es mi único objetivo…“. De vuelta al papel. Siguiente página: “Comisiones millonarias cobradas por el presidente son pagos por clientelismo político“, “Terrenos arrebatados a campesinos son ahora villas privadas de varios miembros del gabinete“

- La verdad es que si, el que es pobre es pobre porque quiere. En este mundo existen demasiadas formas de hacerse rico. – comentó Daniel a la señora que atendía mientras pagaba su desayuno.

- -Si, pero la mayoría no son correctas. – acotó la extranjera mientras le daba el cambio a Daniel.

- Pero aquellos que se ven perjudicados hoy pueden ser beneficiados mañana. Es pura astucia.

- No esté tan seguro, llevamos generaciones saliendo por dentro, y siempre somos los mismos – respondió la mujer.

- Quien sabe…nadie conoce a la gente la verdad – dijo Daniel mientras contaba su cambio y fijaba su mirada sospechosa en la señora.

Él se levantó, se puso la mochila y abandonó el local. Se diluyó con el flujo de gente y no se hizo notar más.

lunes, 18 de mayo de 2009

Chavelazo

La lluvia azolaba la tarde y los charcos aparecían poco a poco. Él golpeteaba el piso para chapotear el agua, le gustaba ver su cara deformada por las ondas del charco incipiente. Mientras, se mantenía bajo el pequeño techo en la entrada de su casa, esperando ese taxi que le pondría fin a una etapa.
Las alcantarillas rebalsadas creaban ríos urbanos, su fauna eran bolsas de plástico y pañales usados. Levantó la cabeza y frente suyo miró aquel eterno terreno baldío, cuya tapia de zinc herrumbrado estaba en gran parte tirada sobre la acera, forrada con propaganda electoral que la lluvia lavaba y descubría capas más viejas de afiches, ninguno de su agrado. – Cada pueblo tiene al líder que se merece – se dijo en un tono apagado y melancólico, después tiró un suspiro irónico
El taxi se estaba tardando mucho, así que decidió abrir su periódico, el último de aquella rutina masoquista diaria de conocer los acontecimientos nacionales. Por unos años dejaría de llenarse los dedos con esa tinta vergonzosa.
“Aplastante derrota a proyecto de ley para Uniones Civiles homosexuales” rezaba el titular, y aparecían la foto de un diputado con la cabeza en las manos sentado en su curul. Otra foto en la portada mostraba a una pueblerina en pocas ropas, medio bizca, con estrías, pero ahí estaba, semidesnuda aumentando las ventas del diario. Una columna a la derecha anunciaba el contenido de esa edición: chismes faranduleros, crónica del último reality, articulos de opinión de derecha conservadora (“…la pobreza es un estado mental, el que es pobre es pobre porque quiere, no permitamos que la retaguardia mental nos amarre al subdesarrollo, tenemos que ponerlos a trabajar…”) –Maldito periódico, la calidad de impresión es horrible, la redacción da lástima, no sé como en este lugar se le llama periodista a semejantes bestias…cada pueblo tiene al periódico que se merece, supongo – y después lanzó el periódico al aire, el cuál se deshojó y se empapó rápidamente en el suelo.
- Malditos taxis, siempre tarde, todos aquí son iguales, no los soporto – seguido golpeó con frustración el portón a su espalda -…no me soporto, me tengo que curar, son como infecciosos. – Se estaba carcomiendo por dentro, se sentía rezagado y quería incluirse en el mundo, ese mundo que veía por la ventana de plasma y le causaba terrible envidia.
Un claxon retumbó e hizo eco por toda la calle, ya se aproximaba el taxi. Rápidamente trató de verificar si no había olvidado algo. Palpó su bolsillo, pasaporte listo, documentos de admisión listos.
- ¿Usted llamó al taxi papillo?
- Si
- Listo, suba.

El auto lo hacía abandonar esas calles que fueron su paisaje, con un taladro de mirada dijo adiós a los drogadictos y sus cartones, a las montañas de bolsas verdes llenas de basura esperando hasta el otro mes cuando las llegaran a recoger, y de la compañía de agua, que estaba rompiendo una calle recién asfaltada porque la Sala Constitucional así lo ordenó. - Apúrese, quiero largarme ya. – dijo al taxista. La ansiedad lo carcomía, el miedo a volar se había eclipsado totalmente, él solo quería estar lejos, necesitaba la dosis de metrópoli, de sensatez, otro sol, al menos uno menos tropical.
El viaje comenzaría ahora, el desligamen de la paria para él. Ansiaba poner pie en los adoquines parisinos y preguntar: “Excuze moi madmoiselle. Quelle autobus j’abord pour aller a La Sorbonne?”.

sábado, 9 de mayo de 2009

El Camino Truncado

El eco bailoteaba de pared en pared en la polvorienta estancia. Después de tantos años volvió a vibrar algo, en aquel lugar donde los años se contaban como segundos.

La transgresión a la totalidad eran rumores de pasos que subían con apuro y el rechinar de clavos con madera podrida le hacía coro. La vía a la apoteosis se hallaba en una escalera de caracol cuyo aspecto distaba mucho del encanto hedonístico de los antiguos panteones.

La puerta ya poco podía privar de la sabiduría amen de sus años, por ende su herrumbrada cerradura no fue mayor reto para aquellos pasos que trajeron al transgresor de estancias polvorientas.

Abrió la puerta rápidamente, creando una ráfaga que se sucedió de polvazales, rompiendo el obsesivo orden que el tiempo había impuesto para todas las cosas. El umbral dejó penetrar así al primer visitante, en quién sabe cuánto tiempo. Aquellos misterios se veían la cara de nuevo con un ser humano.

Por alguna razón la visión se desempeñaba mejor allí que en las nocturnas escaleras, a pesar de que aún no habían fuentes de luz apreciables, excepto la linterna del curioso, que procedió a apagar. Una tenue luz metafísica iluminaba de dorado todo dentro esas cuatro paredes, especialmente al gran armario que yacía justo frente a la entrada.

Aún con la nube de polvo no asentada, se podía distinguir al lado del armario un escritorio bastante viejo, hecho de madera ahora carcomida, y encima un tintero semivacío. Las paredes y el piso estaban formados de tablillas de madera bastante afectadas por el tiempo, con más de un hoyo que suponía nidos de termitas.

Rápidamente volvió al portal y hacia las escaleras gritó: “¡Lo encontré, al fin es nuestro!“. Entonces, por un segundo un escalofrío bajó por su médula y el tenue brillo parpadeó rojo intenso. Pasado el extraño segundo volvió en sí y de inmediato hurgó torpe y rápidamente dentro de los bolsillos de su pantalón. La mano izquierda salió airosa con una extraña llave entre los dedos. Una llave larga, vieja, con una compleja combinación de muescas, relativamente intactas para la edad que atestiguaban con el opaco del metal.

A cada paso hacia lo interno de la habitación, el mortal tenía que lidiar contra las murallas de telarañas que generaciones de bichos construyeron como epítome de la ingeniería arácnida. Temía estar destruyendo una obra de la paciencia que cobrara venganza por la ofensa.

El individuo miró hacia el techo, y encontró explicación a la iluminación: nueve gemas, dispuestas en los vértices de tres triángulos, emanaban de sí aquel dulce fulgor, como si de la madera brotara ámbar. Al mismo tiempo, los escalones más allá de nuevo se estremecieron con presurosos augurios de unas dos personas subiendo por ellos. Y la luz ámbar parpadeaba al son de cada paso.

El venturoso extraño, llave en mano, se dispuso tan rápido como le permitía la percepción del tiempo y las tablillas podridas hacia el armario. Conforme se acercaba, aquella llave sin brillo comenzaba a vibrar, tras cada paso más fuerte. El corazón mortal a penas podía resistir la presión del momento…las llaves no vibran y las gemas no resplandecen.

Entonces, el brillo se apagó, y se oyó desde el umbral de la puerta: “Aquí estamos…ahora saca eso“. La oscuridad era absoluta, hasta que de la llave emanó un brillo azul profundo, y un zumbido rompió en los oídos de todos. Aquel de la llave sintió la unísona frecuencia del zumbido y la vibración del objeto en su mano, pero no se dejó aturdir más y continuó el avance.

Tan solo a un par de pasos más tarde, la llave vibró tan violentamente que los dedos mortales fueron incapaces de sostenerla y la dejaron caer. Mas antes de tocar suelo, la llave cambió su brillo a ámbar, igual que hicieron las gemas, y levitó por un par de segundos antes de volar rápidamente hacia la cerradura, ansiosa por acoplarse hermética después de tantos calendarios.

Las puertas del mueble comenzaron a abrirse; las bisagras estaban tan viejas que polvo de herrumbre caía al suelo conforme se movían. Finalmente giraron ciento ochenta grados cada una y develaron su gran tesoro: nueve libros apilados uno encima del otro. En su lomo de cuero resaltaban escrituras desconocidas.

“Al fin, he aquí los secretos de los cuales nos privan, que utilizan clandestinamente para construir con avaricia torres de marfil y paraísos orgiásticos con lo que nos pertenece, condenándonos a infiernos no merecidos. Malditas sanguijuelas, ahora si devolveremos el balance y os despojaremos de sus egos infinitos y elevaremos a toda una raza a los cielos, la pirámide se ha invertido“

El grito de dolor fue ensordecedor. La sangre bañaba el mango del puñal que se retorcía dentro del cuerpo de aquel hombre con tal de que sus viseras cercenadas le apagaran la vida. Cuando sus párpados pesaron tanto como la muerte, se apagó también la voz con las respuestas que prenderían las llamas en los corazones. El camino a la apoteosis colectiva se llenó de penumbra otra vez.

miércoles, 7 de enero de 2009

Asesinato Social

Los trapos mojados eran lanzados violentamente contra la pila. Las gotas de jabón salpicaban en la cara de doña Irma, a veces llegaban hasta su ceño fruncido. Su respiración empezó a acelerarse. Tomó un gran suspiro y...

- ¡David! Bajale el volumen a esa cochinada, estoy harta de oir esos alaridos! - gritó la madre desde el cuarto de lavado.

- Como jode esta señora. No comprende que no son alaridos...es música, mi música. - se dijo en voz baja.

Todo en esa habitación estaba siendo estremecido por las voces guturales que emitían los parlantes de la computadora de David. Hasta el póster con un patrón irreconocible, que se suponía era el nombre de un grupo, rodeado de un pentagrama invertido y una crucifixión donde Cristo parecía tener cuernos y una erección.

- ¡David! Es la última vez que te lo digo. Bajale el volumen a esa cosa, parecen perros y gatos agarrándose.

- Mami es música, entienda, es música. Cuando me pida que le baje el volumen a la música lo hago, pero los únicos alaridos que hay que callar aquí son los suyos.

Inmediatamente, la penumbra y el silencio inundaron el cuarto. Las luces, el telvisor, los alaridos, todo se apagó.

- ¡Suba el breaker! Mami...¡le voy a decir a mi papá! Usted nunca me deja en paz,

David tomó su silla y la lanzó al suelo. Se tiró en la cama y se durmió, para tratar de desvanecer el enojo.



Era viernes, faltaba casi hora y media para el atardecer, las nubes anaranjadas y el aire fresco invitaban a disfrutar el final del día, y como era viernes, de la noche, madrugada, y posterior resaca.

El vaivén del tintineo delataba la presencia del muchacho. Cualquiera pensaría que era el gato y su collar, pero no, David no había terminado de abrochase las botas, y las hebillas bailoteaban sin control.

Ya pactada la reunión social se disponía a engalanarse en sus atuendos imponentes, totalmente negros y publicitando alguna banda de música pesada, botas altas y pulseras con picos y clavos. Era su uniforme, el cual variaba si acaso cuando iba a visitar a su abuela. Su uniforme y el de muchos.

Mientras se ponía delineador de ojos negro, cantaba el coro de la canción que sonaba por todo el cuarto, pero solo se podía entender palabras aisladas como “cunt”, “christ”, “satan”, “fuck”. El adoraba la música con temática satánica, y entre más blasfema fuera, mejor. A pesar de que frente a sus amigos si acaso se consideraba ateo, y ante a su familia nunca se atrevía a negar ni aceptar la fé católica, solo titubeaba y abrazaba el beneficio de la duda.

Sus ojos listos significaban el fin de su ritual estético, y ya estaba presto a verse con su círculo social.

- Bueno mami, ya me voy

- ¿Cuando volvés? - respondió doña Irma con un tono sospechoso.

- Más tarde, en la noche seguro.

- Cuidado viene muy tarde, y nada de hacer loqueras.

- Si si bueno, hasta luego.

- Ay espérese, lo tengo que persignar.

- Bueno bueno.

El corazón de David empezó a palpitar muy rápido justo cuando comenzó a girar la perilla de la puerta, lo cual expondría su escandalosa facha a la juiciosa opinión pública. Sabía que todas las miradas le pertenecerían a lo largo del trayecto hasta el punto de encuentro. Su música no eran alaridos, era una expresión de odio hacia los dogmas de la sociedad, su apariencia era una forma de vida, no una moda adolescente o una blasfemia incoherente, al menos según él, pero pocas veces se había sentado a debatir sobre religión con alguien

La parada del autobús estaba cerca de su casa, así que en pocos minutos lo abordó. Su nerviosismo aumentó y no por nada. Tal si fuera una morena en minifalda, todos clavaron sus ojos en él. Los cuchicheos le botaban la cara por la vergüenza que sentía al imaginar todos los comentarios burlistas suscitados por su presencia, se sentía desnudo.

Se dedicó a buscar asiento rápidamente, pero para su mala suerte, no había ninguno. Fue el único pasajero de pie hasta la siguiente parada.

Al cabo del tiempo llegó a su destino. Estaba a unos pocos pasos de sus amigos, que a lo lejos ya se hacían notar. Una negra multitud había casi que tomado por la fuerza la plaza.

Ellos mismos se hacían espectáculo público. Tenían un soez vocabulario y vociferaban blasfemias contra un grupo cristiano que predicaba la salvación a compás de tres cuartos con acordes de principiantes. Dios no reparó en darles mucho talento.

- ¡Mirá quien viene! Es Balzamuth – dijo un miembro de la negra multitud a los demás. Mientras otro se lanzaba encima de David para darle un abrazo.

- ¿Qué pura vida Sucubus? - respondió casi ahogándose.

- Acá en todas, cagándome en Cristo por ser el maldito mesías de los descerebrados cristianos.

- Mejor cuénteme dentro de cuanto nos vamos a la fiesta. Necesito alcohol urgentemente, mis venas están hartas del sobrio amor de Dios en ellas.

- En media hora.

Una carcajada rompió la atmósfera y llamó la atención de ambos.

- ¿Qué, cuál es el chiste? - preguntó el amigo de David

- Mae mae, ojo: Habían un emo, un punk, un metalero y un gótico en un bar... -

- ¡Ah no!, mejor ni me lo cuente, es más viejo que cagar sentado.

- Que amargado, ¿qué es que te gustan los emos? - dijo David

- Nada que ver, a esos malditos los odio. Son un poco de carajillos que solo saben mariquear y cortarse. Es pura moda esa cosa.

- ¿Me va a decir que a usted nunca le han dicho que usted anda de negro solo por moda? - inquirió David

- Si si, pero nosotros somos de verdad, nosotros sentimos el odio en la sangre, no es moda, es un estilo de vida.

- Supongo...pero, ¿para qué blasfemar tanto contra esta gente si lo que buscamos es que nos respeten?.

- Es divertido ¿no?.

De pronto unos silbidos interrumpieron la plática. Un muchacho desgarbado, caminaba cerca de ellos. Su cara era irreconocible, se perdía entre su pelo lleno de productos de salón, y una suéter morada y negra con gorro ocultaba el resto de su cabeza. Tenía el pantalón tan tallado que podían apreciarse las rodillas casi como si estuvieran desnudas.

- ¿Qué hace en la calle a estas horas emo cabrón? Su mama lo va a regañar.

- Si, largo de aquí, vaya córtese a su cuarto si no quiere que lo matemos. - decían los amigos de David.

Un escupitajo le aterrizó en cara y las carcajadas reventaron. El jóven se inmuto y apresuró el paso. Entonces alguien envuelto en una gabardina negra se interpuso en su camino y lo empujó.

- ¿Para donde cree qué va? - dijo

- No me toque – respondió en un tono cortante.

Otra figura de negro llegó a acosarlo y pronto el enjambre se hizo alrededor de la presa.

Primero eran empujones, y cuando cayó al piso, comenzaron las patadas y los golpes, la negra multitud se había lanzado casi en su totalidad encima del emo. David entre ellos. Él solo estaba viendo, cuando de pronto notó que un amigo suyo se salió de la muchedumbre con las manos llenas de sangre y los ojos totalmente descubiertos en asombro.

Pronto todos se apartaron también, asustados por la sangre y dejaron al jóven acosado descubierto con un puñal ensartado en el estómago. Él sostenía el mango con sus manos mientras vomitaba sangre y pedía ayuda, pero la dispersión de todos fue inmediata.

Luces azules dieron vuelta por todos los edificios circundantes y las sirenas empezaron a sonar.

David también corrió lejos, no sabía a donde ir, pero si lo relacionaban con esto sabría que no podría depararle algo bueno.

La adrenalina no daba abasto y David se arrecostó sobre una pared, justo a tiempo para no ser atropellado por la ambulancia que irrumpió en el paso peatonal por el cuál corría.

- Mierda – eso fue lo único que pudo articular, su opinión general del asunto.

Alguien lo tomó por los brazos y tan pronto volvió a ver, se le erizaron los pelos. Un policía, enorme, lo había apresado.

- ¡Al piso ya! - gritó el policía.

- Pero yo, yo...yo no hice nada. - titubeó David, lo cuál fue respondido con un puñetazo en la cara y la pérdida de conciencia.

Un fuerte movimiento lo despertó y golpeó su cabeza contra la puerta del camión de policía que lo transportaba. Sus manos estaban esposadas y todo en sus bolsillos había desaparecido.

Estaba consternado, arrepentido, asustado más que nada. Una persona había sido gravemente herida y el estuvo ahí, no lo detuvo, no lo criticó, tal vez murió, nadie sabe. Pero iba camino a algún lado, probablemente uno no muy bueno.

Se sentía sofocado por el intenso calor que hacía, y ni una gota de agua. Manchas de sangre decoraban el metal y su ferroso olor le daban ganas de vomitar.

El camión se detuvo, sintió alivió y un leve mareo por la brusca forma de manejar del chofer. Escuchó voces por unos segundos, después alguien empezó a abrir la puerta, y el sol del atardecer se introdujo por la rendija cada vez más grande, camuflando las manchas de sangre.

Una figura le indicó que saliera. Por fin pudo estirar las rodillas y ya no tenía que sentarse sobre sus manos. Un policía lo guió dentro de un edificio. Habían otros oficiales custodiando tipos en harapos con un fuerte olor a sudor y otros más pulcros pero con miradas penetrantes, las cuales ningún pasajero de bus prejuicioso podría emular.

- Este es uno de los camisas negras – informó el policía a el oficinista, el cual empezó a rebuscar papeles.

- ¿Su nombre es?

- David Fernández Camacho – respondió cabizbajo y con un tono lento David

- Edad

- Dieciséis

- ¡¿Dieciséis?!, cada día vamos peor. Oficial quítele las esposas, ya conoce la política con menores.

Y así prosiguió hasta que el oficinista obtuvo cuanta información necesitaba.

Lo condujeron hasta un sótano, el área de celdas. Un carcelero comenzó a abrir su celda.

- Espere, ¿no hay agua?.

- Si claro, allí – y señaló un estañón debajo de un grifo herrumbrado y lleno de líquenes que goteaba de vez en cuando.

- Ya no tengo sed .

La celda estaba sola, tuvieron algo de compasión. El servicio sanitario era una pieza de concreto, taqueada. Las heces flotaban desde hacía quién sabe cuándo.

Podía oir el televisor del carcelero, estaban dando las noticias

- Una turba descontrolada de bándalos atacó a un joven hoy, en media plaza central a vista y paciencia de todos. El joven sufrió de varios golpes y patadas y una apuñalada en el estómago. Lamentablemente murió camino al hospital. Hay siete detenidos, los cuales según el jefe de la policía, serán juzgados en las próximas horas. Oigamos las declaraciones del cruzrojista.

- Emm bueno, el masculino presenta desfiguración en el rostro, un ojo desorbitado, múltiples hematomas en todo el cuerpo. Una apuñalada letal en la zona de la panza, desangró toda su sangre y bueno emm, heridas incompatibles con la vida. Él murió camino al hospital, en la ambulancia. - dijo con un acento campirano y mala pronunciación un socorrista.

- Es hora de su llamada – dijo el carcelero.

- ¿Aló? Jorge...soy yo, David.

- ¿Que querés ahora?

- Es que...es que...estoy en la cárcel, en la cuarta comisaria, vení, pero no le digás nada a mami.

- ¿¡Qué putas hiciste ahora!? - respondió el hermano de David sumamente enfadado.

- Yo nada, pero mis amigos mataron a alguien.

- Ya voy para allá... - dijo lacónicamente

David no podía hacer más que sentir gran culpa, sentía el remordimiento carcomiendo sus tejidos y sabía que los problemas a penas estaban por comenzar.

- Su hermano está aquí.- anunció el carcelero.

- David...¿Qué hiciste?

- ¡Nada!, se lo juro, no hice nada – dijo David sollozo, a punto de reventar en llanto.

- Si si, no creo que hayás sido capaz. ¿Pero cuantas veces te dije que estas amistades no te sirven de nada? Solo andan juntos para sentirse más fuertes, para sentir que son alguien, porque fuera de ellos no son nadie. Así son todos, y no me refiero a tus amigos metaleros, sino a toda la gente que tienen que definir el mundo y a la gente con palabras cortas: trendie, punk, hip hopper. Critican a todos y no se ven en un espejo, todos son perfectos. No pueden tolerar a alguien que no quepa en su catálogo de estereotipos, y más rápido lo etiquetan y critican. Vos tenés mucho potencial como para que lo gastés con estas parias.

- Jorge pero no todos son así, no generalicés.

- Véalos...corriendo como los seres más miedosos del mundo. ¿Esos son los tipos que enjachan a todos? Blindados en picos y cuero, y no son capaces de afrontar las consecuencias de sus actos. ¿Qué es lo que buscan: a satán o a algún amigo real?

- Bueno pero...

- Listo señores, ya es hora de ir a la fiscalía – dijo un policía interrumpiéndolos.

- Jorge tengo miedo, yo no soy así.

- No, vos no sos así.

lunes, 5 de enero de 2009

Comunidad

La oscuridad solo era vencida por la tenue luz que escapaba por los bordes del gigantesco panel de vidrio polarizado ubicado en la pared, como de dos pisos de altura. Allí estaba el cuarto de control.

En la pared opuesta al cuarto de control, se encendieron unos pocos focos, vertiendo una gris luz y a la vez descubriendo una enorme insignia, que pendía unos ocho metros del techo, pero aún así estaba suspendida a casi veinte metros sobre el suelo.

La insignia era una estrella de siete picos y se levantaba encima de todo.

Acomodados en perfecta alineación, totalmente erguidos, habían unas dos mil figuras ahí dentro. Unísonos, todos vestían botas negras altas, camisetas negras con la estrella y pantalón fatigado.

Verlos inspiraba miedo y lástima. Maquinas programadas sin personalidad, alienados de todo lo humano.

Cascos ocultaban las expresiones. Tenían dos lentes de vidrio redondos para permitir la visión, cubría toda la cabeza en aleaciones metálicas, más estaba seccionado para poder levantar la careta y removerlo.

- ¿Cómo se sienten hoy hijos míos? - retumbo una voz por todo el edificio.

- Bien, orgullosos – replicó la totalidad de los hombres, con un tono invariable en la voz y sin exaltación alguna.

- No lo esperaba de otra forma –retumbó de nuevo – Sin embargo, nuestros informes revelan que uno de ustedes ha mostrado signos de inconformidad hacia nuestra acogedora comunidad. Haremos lo siguiente: Daré quince segundos, para que el rebelde pase al frente y exprese sus diferencias con nuestros métodos.

Todo permaneció inmutable, tan silente que solo la respiración coordinada de las filas se oía. La unanimidad fue rota entonces por el pequeño movimiento de cabeza de uno de los hombres, correspondido inmediatamente con la aparición de puntos rojos en la oscuridad del edificio, donde se hacían inciertas sus verdaderas dimensiones. Francotiradores amenazaban al transgresor de la totalidad.

Él desistió y no se movió ni un milímetro más.

Y así pasaron quince segundos, ningún rebelde, si existía, decidió darse a conocer.

- Bien pues, no quería llegar a esto, verdaderamente me apena, pero tendremos que obtener sus sugerencias por la fuerza. Adelante agentes.

Al término de la frase, se abrieron decenas de compuertas, justo debajo del cuarto de control. De ellas brotaba una intensa luz blanca, sobre la cual bailaban las ondas de densa niebla.

Inmediatamente, interminables figuras humanas cruzaron el umbral y se esparcieron por todos los rincones.

Portaban chalecos antibalas negros y enormes rifles. Se colaron entre las filas, inquiriendo indiscrimidamente todo a su paso.

A veces se detenían frente a alguien, vociferaban e increpaban coronando con un culatazo del rifle.

Un agente de control se posó frente a aquel que había perturbado la calma con su cabeza. Lo taladró con el semblante unos segundos y dijo: – ¿Eres tú verdad? Maldita comadreja malagradecida, deberían quemarte vivo.

Furibundo le lanzó un puñetazo al estómago, pero el cadete detuvo su puño. Oprimió tan fuerte la mano del agente que los dedos de éste estaban a punto de escurrirse entre los nudillos como si se tratara de una barra de mantequilla.

- ¡Suéltame sucia rata disidente! - dijo casi implorando, con tono de amenaza vacía.

Un rápido movimiento torció la muñeca, crujió hasta que las astillas de hueso traspasaron el cuero de los guantes del soldado. Su garganta se contrajo para emitir un grito ensordecedor.

El rebelde entonces rompió filas. Caminó y con su moción las luces rojas lo pintaron con amenazas de muerte. Para cuando había traspasado una fila ya todos tenían la atención sobre él. Los agentes se apresuraban a alcanzarlo. Iba ya pisando casi fuera de la formación cuando se oyó:

- Déjenlo, queremos oír todo lo que tenga que decir, somos una sociedad muy inclusiva.

Siguió avanzando, ahora todo se había calmado un poco, más había una gran tensión en el aire. Seguía pintado de rojo. Abandonada la formación detuvo su marcha. Dio media vuelta quedando de frente a todos.

Un reflector se encendió y de alguna manera le concedio la palabra. De nuevo la voz brotó.

- Ahora si cadete, permítase expresar sus críticas.

Examinó rápidamente su entorno. A los flancos estaban ya formados los soldados, a penas se distinguían, los delataba el reflejo de las luces en los visores de los cascos. Al frente, sus compañeros, varios ya postrados en el suelo, quejándose de algún golpe, otros inamovidos y serios, como siempre. Detrás, la omnipotente ventana del cuarto de control.

- Tengo que admitir que si, estoy en desacuerdo con sus métodos. Estoy harto de que nos impongan dogmas caprichosos, estoy cansado de no poder hablar sin ser espiado, no soporto más. Afuera me encantaba la buena comida, la música, hablar de temas polémicos. En cambio adentro solo nos permiten ver los noticiarios de la comunidad, leer sus periódicos parcializados, practicar sus deportes, me volveré loco...exijo un cambio...

- ¿¡Cambio!? - interrumpió violentamente la voz – El cambio es rotundamente inadmisible en estos confines. Nuestra reputación y éxito se basan en el establecimiento de férreos códigos de disciplina, y estos no son maleables a voluntad del disciplinado. ¡Es ilógico! Jaja, no puedo evitar reírme con la idea de cambiar regímenes por los sometidos a sus códigos. Si quiere también podríamos permitir que elijan el color de sus uniformes o la fragancia de las almohadas.

- Pues señor, difiero – y pronto se llevó las manos a la cabeza y empezó a hacer algo en su casco.

- ¿Qué hace cadete? - preguntó un soldado.

- Existir de nuevo...

- Pero, el casco, se lo está quitando.

- Si, soy alguien, demostraré lo que pienso, verán mi cara, sentirán lo que yo siento. Afuera siempre quise ser artista, pues supongo que al fin lo seré.

De pronto todos los soldados se irguieron y comenzaron a agruparse, y recitaron todos en coro:

- Artículo 57, Canon de comportamiento personal. Los internos en la Comunidad deberán portar siempre, sin excepción, el casco de reglamento. Expresiones corporales que puedan introducir ideas u opiniones subversivas y contrarias al bienestar general, serán reprimidas

- Mi obra maestra – y procedió a levantar la careta del casco, revelando una cara irrigada por abundante sudor y una espesa barba descuidada. Sus ojos mostraban un fuerte cansancio, hartazgo de todo, una intensa decisión de acabar con aquello que le molesta tanto.

-¡Reprimanlo! - ordenó lacónicamente la voz. In so facto a eso, una lluvia de proyectiles abatió al rebelde, cuyo cuerpo se tendió al suelo pintándolo de rojo. Pero su cara estaba expuesta, todos la vieron, ya el daño estaba hecho.

Cuando el eco de los disparos se disipó después de unos segundos, el silencio cubrió el recinto en un manto negro de incertidumbre. Las ideas en todos se acomodaban, nadie se movía a la expectancia de que alguien lo hiciera primero.

Un sonido metálico interrumpió la agitada calma: un casco estrepitándose contra el suelo. Un cadete nervioso veía a todos sin conocer la dimensión de su acto, pero todos podían verlo, sabían que sentía. Se sentía desnudo ante las miradas y las balas, sabía que ambos lo penetrarían juiciosamente sin piedad.

Los lásers se posaron en su cabeza, pero antes de ser asesinado, otro casco retumbó en el suelo, y otro, y otro. Los disparos respondían con rapidez a los rebeldes.

- ¡No toleraré una revuelta! - dijo la voz – Decretaré estado de emergencia.

En menos de un segundo, todas las compuertas por las que salieron los soldados se cerraron, las luces del cuarto de control se apagaron, y el sonido de un gas siendo liberado en el lugar empezó a inquietar a todos, agentes y cadetes.

Ahora contra el piso se estrellaban los cuerpos inconscientes de todo el que estuviera adentro. Pronto cada uno moriría, y nadie conocería nada sobre el episodio ese día. Después de todo nadie preguntaría por ellos, ni siquiera tenían nombre.