miércoles, 3 de agosto de 2011

Apoteósico, nunca más.

A patadas tuvo que encajarlo hoy. Y es que cada año se vuelve más difícil forzar los resultados. La realidad se revela con mayor ferocidad cada vez, y las centenarias fórmulas clericales, son aplicadas a un cuerpo cuyas moléculas se transforman velozmente. El marco que ha de contenernos tiene los bordes ligeramente astillados, pero no crean, nunca falta quien, desde adentro, le aceite un poco, y terminemos introduciéndonos, no sin magullarnos e incomodarnos increíblemente. Y bueno, nunca faltarán, nunca faltaron.

La presión del hacinamiento nos impone el contorsionismo como habilidad esencial para sobrevivir, de otro modo nuestras extremidades se fracturarían o nos desangraríamos, tendríamos una muerte lenta, y nos pudriríamos entre la multitud, dejando la peste e infectando enfermedades, como el recato o el desdén, así como el ateo resentido profana palabras venenosas contra la gracia y el pudor. Pero el ateo renace para el próximo ciclo, y no solo él, sino muchos otros que no sobrevivieron. Y los sacerdotes se dan aconvencer a esa gran masa para entrar al cuadrilátero. Los tiempos cambian, ¿no es así?. Cambian los colores del cielo, las formas de las nubes, hasta las cordilleras nacen y mueren.

La incompatibilidad entre el sacerdote y el resto, se zanja cada vez más grande, hasta tal punto, que pronto no podrá tocarlos, no podrá mover ni a uno solo, como si fuera un fantasma, como si ellos fueran granos de arena que se deslizan entre sus dedos decrépitos. La institución que defiende con su sangre, su saliva y su castidad, perderá legitimidad eventualmente. Habrán muerto cien cordilleras y tres colibríes. Pero, los ríos siempre irán al mar, y la gravedad nos atraerá al centro del planeta.

¿Llegará el día en que ese cuerpo se vuelva incontenible y se esparza por una superficie más allá del horizonte, más allá de lo que si acaso imaginamos? Bueno, no todos los clérigos usan siempre sotana ni votan por la castidad. A veces se ponen pieles más acordes, y como buenos arquitectos, nos moldean encierros amorfos, asimétricos, que serpentean en direcciones tan erráticas como nuestra voluntad libre, ¡libre al fin!. Casi estimula nuestros caprichos modernos, y es que los más rebeldes intereses, culminan apoteósicos, se convierten los nuevos paladines. Comenzaron puros en la naciente, arriba de la montaña, pero el devenir los entregó al mar como aguas negras. Son el nuevo Dios®, que ya no será relacionado con túnicas, cruces y vírgenes, sino con dólares, putas y cuanta marca pueda concentrar más poder divino sobre sí.