jueves, 3 de diciembre de 2009

Inexpresividad

El silencio sepulcral era el ambiente de cultivo perfecto para cuajar las emociones en el aire. Se respiraba amargo, incómodo, expectante. La incertidumbre aumentaba la distancia que de pronto se tajó entre ambos jóvenes: uno con la cabeza en las manos, encubriendo con pasmosa ecuanimidad externa la tormenta de pesares que revolvía sus entrañas. Y ella, contemplando la silueta de su novio, con el corazón en la mano en espera de una respuesta; mas la indecisión del futuro padre nublaba aquellas fantasías de apoyo que imaginó en el mejor de los casos. Su más terrible miedo comenzaba a reptar por el cuarto . Sentía como los ladrillos se acumulaban en su espalda, la comenzaban a hundir y a deformar, pero nadie estaba allí para ayudarla.

Si bien sus cuotas de responsabilidad eran idénticas, las cadenas que ataban al inexperto y abrumado joven a cumplir eran más delgadas. La puerta del cuarto estaba abierta, permeándose la luz del pasillo, esa que iluminaba la salida, que podría liberar el oxígeno de su densa constitución, que le permitiría, irónicamente, ingresar a un claustro de negación pretendida como infinidad libertaria, así pues, tentaba a ser la cachetada que lo despertaría de la pesadilla. Mientras, ella aún se aferraba a ese hipotético abrazo que sellaría la unión en los tiempos más oscuros.

Sus piernas lo levantaron del piso donde se había sentado, miró por unos segundos el semblante vidrioso de su compañera, y partió hacia la luz.

- Buscá la forma de no tener a ese chamaco

- Pero Jorge, yo no sé cómo hacer esas cosas, se necesitan contactos y plata y me puede pasar algo. Yo lo que quiero es que lo criemos juntos

- Tengo que pensar en todo Mariana, dejame respirar. Mi mama está diciéndome que me salga del cole para poder bretear a ver si acaso pagamos las deudas. No puedo tener un carajillo a estas alturas, nos palmamos de hambre todos. Si yo no voy a poder terminar el cole con la plata que tenemos, un hijo mío no saca ni sexto grado. }

El cuerpo del joven cruzando el umbral de la puerta proyectó sobre ella una sombra, el único despojo de contacto que podría pretender del tipo en huida, lamentablemente, ese trastrocamiento poseía las características banales y frías que solo la sombra, como oposición a la luz, puede proveer, bastante antagónico a la calidez que esperaba ella.

En todo caso, la sentencia era un hecho. Habiendo él abandonado ese cuarto, no existía ninguna fuerza en la tierra que lo hiciera volver. Ni el masoquismo más extremo lograría lo que el amor no pudo. Nunca más regresaría para encararla, no mientras el dilema se cuajara en esa habitación oscura y silenciosa.

Desnuda en el baño se palpaba el vientre, tratando de dimensionar lo que sucedía en su cuerpo. Cuando se aproximaba a una idea concreta los escalofríos se enarbolaban en el pecho. Se veía de perfil en el espejo y casi juraba que ya tenía un bulto. Lloraba imaginando los dolores de parto, se torturaba descubriendo las palabras con las que le diría todo a su madre. Pero no podía vivir de lamentos, tenía que asumir la realidad que tanto le asustaba.

El ambiente del desayuno era definitivamente extraño, Mariana siempre hablaba mucho con su mamá sobre la nimiedades cotidianas, pero su boca ahora solo se abría para comer cereal. La señora, ignorante del tormento, le trataba de hacer conversación pero las respuestas de la hija eran monosilábicas.

- Mami tengo que contarle algo – anunció angustiada la adolescente

- Ay Mari, ¿qué pasó? – respondió extrañada la madre


- Es que creo que hice algo muy malo– dijo con la voz quebrada y solloza

- ¿Qué torta de jalaste ahora muchacha?

Mariana trataba de repetir aquel discurso ensayado, esa súplica por piedad recitada frente al espejo, pero los nervios la hicieron temblar de cuerpo entero. De repente sintió un frío tremendo y las ganas de llorar empujaban en la garganta, trató de apretar los dientes para evitarlo, pero no pudo, y reventó en llanto.

Inmediatamente la madre se levantó de la silla, se arrodilló a la par de su hija y la abrazó.

- Decime lo que sea mi amor, si es tan grave prometo no enojarme, pero contame – concilió la señora

- Mami es que…aquel muchacho Jorge, es mi novio y di, tuvimos sexo. La cosa es que llevo dos meses de atraso, tengo síntomas de embarazo. Ya hasta me fui a hacer una prueba en la clínica, me la dan el martes.

La mujer en el piso petrificó una cara de perpleja estupefacción por varios segundos, después dejó su cabeza caer sobre los regazos de su hija y el llanto sobrevino.

Las lágrimas comenzaban a empapar el pantalón azul oscuro del uniforme de la colegiala. Ella tomó la cabeza de su madre y la alzó, suficiente para verla a los ojos.

- Mami, perdón, se lo juro que yo no quería que pasara – rogó, casi gimiendo

- ¿Por qué no te protegiste? ¿Por qué?

- ¡Yo no sé usar un condón! Son carísimos y si se los pido a usted fijo me mata; nosotras nunca hablamos de eso. Me hubiera sentido incómoda mami. Y lo peor es que Jorge no va a hacerse cargo. No puedo con esto, mi futuro va a ser demasiado difícil. – confesó alterada Mariana.

Las lágrimas continuaron corriendo el resto del desayuno. La madre se sentó en la mesa a brotar lamentos y lloriqueos sin dirigirle la palabra a su primogénita, la cuál esperaba una respuesta tangible con la que supiera que ya podría darle vuelta a esa página. De todos los escenarios que se imaginó, ninguno correspondía al sufrir sin sílabas ni oraciones que se precipitaba contra la madera.

Eventualmente la joven abandonó la cocina. El frío de la noche hipotética le erizaba los pelos, y nadie estaría allí para prestarle un abrigo o para hacerle un chocolate caliente. La adversidad mostraba sus colmillos y ella estaba cocinada y lista en el plato. Amparada en la nada, abrazada por el abandono, alimentada por el rechazo, así fue a clases, sin inspiración para respirar ni parpadear.

El caminar le daba energías a su mente autora de tramas oscuras y dolorosas que apestaban a predicción. Se abstraía del entorno y en vez de las chozas fabricadas con láminas de zinc de su barrio, veía un túnel oscuro que restringía el resto de su vida, que la alienaba de todo lo terrenal para encerrarla en una rutina esclavizante. En la noche cuando dormía soñaba con un ese embrión flotando en su interior que poco a poco se transformaba en un niño de unos seis años, acostado en posición fetal sobre una cama de cartones y bolsas de basura, todo costroso y envuelto en harapos. Después veía a este mismo niño vendiendo chucherías en la carretera, aspirando cemento en un callejón, peleando con otros por un trozo de pan mohoso. Ella reconocía sus ojos en ese pequeño.

La llave comenzó a girar el llavín y la puerta se abrió. La madre de Mariana botó las bolsas que llevaba en la mano tan pronto vio el cuerpo de su hija colgando de una viga. Aún estaba viva, puesto que mientras se mecía miró con ojos casi desorbitados a su madre, para poco a poco ir cerrándolos. La inspiración nunca apareció en ese pasadizo infernal. El llanto sin fin volvió a resonar en las paredes de la casa. Finalmente, dejó de parpadear y respirar. El peso sobre sus hombros era tal que colapso y se hundió hasta lo más profundo del abismo.


- Aló

- Si buenas, ¿se encuentra la señora Sánchez?

- Con ella habla

- La llamo de la clínica en donde su hija se realizó una prueba de embarazo. El resultado es negativo. Lamento decirle que todos los síntomas y demás, se debieron a un embarazo psicológico. Lo sentimos mucho por todo.