martes, 12 de enero de 2010

Obsesiones Macabras

El sonido de los bloques de piedra hacia de banda sonora al meditar del hombre sentado en su banco ornamentado con dragones chinos y polvo de oro; un recuerdo lejano en medio desierto árabe, habitado por pequeñas dunas y casas cúbicas de terracota. La luz de la antorcha bailoteaba sobre su cara morena, cambiándole de tamaño la nariz constantemente, desapareciendo y creando arrugas en su turbante, delatando con el brillo los anillos en sus dedos, de oro, plata, y materiales insignificantes para el esclavo a la par suya, quién estaba un poco sorprendido por la presencia de su amo, al cual sólo había visto unas decenas de veces dándole órdenes al capataz, pero jamás tan cerca como para oír los gemidos de su interior. Los ropajes de seda y bordados artesanales, vistos bellísimos sobre el cuerpo ligeramente obeso del privilegiado amo, contrastaban con la túnica percudida, llena de hoyos, sudada y deshilachada del esclavo, que apilaba la estructura de un jardín elevado para la villa.

Aún con la extrañeza de la presencia superior el sumiso trabajador prosiguió levantando el pequeño muro de piedra, solo, sin ayuda de nadie más. En tanto, el otro hombre extendió una yesca hasta la antorcha y prendió una pipa de piedra que recién sacó de su bata. La inhaló un par de veces y la puso en sus regazos. Se llevó las manos a la cabeza y comenzó a renegar murmullos, luego lanzó un suspiro cargado con denso estrés. Sacó de su bata una hoja de pergamino y, mientras fumaba otro poco de la pipa, lo leyó. Tras cada párrafo hacía una mueca distinta, pero todas destilaban un intenso dolor, súplicas por piedad, una explicación, una salida. Sin terminarla, guardó la carta, para no hacerse más daño. Se acomodó mejor en la silla, jaló intensamente la pipa y, como para distraerse, enfocó toda su atención al cielo. Trató de relajarse y su meditación se prolongó por varios minutos.

Las actividades de ambos hombres no tenían nada en común excepto el lugar dónde se llevaban a cabo, más aún así parecían estar funcionando en distintos niveles de existencia, puesto que la presencia de uno poco afectaba al otro.

Pero al cabo del tiempo, y con la misma mirada, de alguien ido del cuerpo, navegando entre los sabios astros en busca de una respuesta a sus preocupaciones, el alcurnioso señor se dirigió a su laborioso obrero, como si fuese a hablar con el mismísimo Sirio.

-¿Cómo te llamas? – inquirió, con un tono altivo.

El alto esclavo rápidamente examinó con sus azules todo el alrededor, ligeramente afligido por no haber advertido a ése a quien su amo le preguntaba el nombre. Después se atemorizó un poco al no ver a nadie entre las palmeras y la arena y creyó que tal vez había un ente sobrenatural cerca, pero después se percató de que tal vez la pregunta era para él. En ese momento colocó una piedra embarrada de estuco y dijo:

- Poco creo que le importe mi nombre, si es que a mi me pregunta. En todo caso, soy Amir, o al menos así me llaman desde que llegué aquí.

El hombre de finas sandalias y dedos regordetes retiró su mirada de Venus y volcó su atención sobre su tímido compañero de plática, quien no paraba de bregar ni para contestarle al dueño de su cuerpo y destino. Y aunque sus brazos se veían algo lastimados, y su corazón estremecía fuertemente en el pecho, su actitud no parecía ser la de alguien forzado a llevarse al límite.

- Mucho gusto, Amir, que, por lo que veo, no es el nombre que tus padres te dieron, después de todo tu apariencia te delata de otros rumbos. Me llamo Abdullah. He venido a este lugar para encontrar sosiego a mis pesares pero para mi sorpresa me encuentro con un esclavo trabajando en medio de la noche, realmente me sorprendes Amir.

- Sinceramente señor, no debería sorprenderle, puesto que no lo hago, con todo respeto, en honor a usted y su magnífica obra. Es un asunto de menor importancia. A la hora de dormir me vinieron fugaces imágenes de mi antigua esposa, pero me parece innecesario sufrir por un alma que descansa tranquila, y que ha desvanecido de su cabeza esa duda incesante sobre el significado de la muerte. Entonces, para retomar mi felicidad me sumerjo en alguna actividad, en este caso, su jardín.

Algo de aquello que dijo ese hombre se tornó inconcebible para el gran noble, emoción que expresó levantando su gruesa ceja derecha. Nunca antes había sabido de alguien encontrando felicidad en el trabajo manual, mucho menos cuando sus frutos no serían para sí mismo sino para otro, alguien que le robó la libertad, lo compró como si fuera una cabra y lo expuso a incesantes horas de sol abrasador. Precisamente la posesión de ése por aquél era una declaración de aversión al trabajo y egoísmo.

- ¿Un esclavo feliz?. Yo siempre imaginé su estado como el peor castigo, algo que jamás le desearía a nadie. Admito que algunas veces me he detenido a pensar en lo que sería si eso me llegara a pasar y me dan escalofríos con sólo pensar en no ser el que dictamina mi propio destino. Pero henos aquí, tú eres feliz en el vaivén de piedras y mi mundo se derrumba como la arena que escapa entre los dedos. ¡Miren todos!, Abdullah, Señor de muchos títulos está al lado de un esclavo clamando por ayuda. Será, Amir, ¿posible que tengas palabras de aliento para mi alma?, después de todo tu tono de voz suena cargado de experiencia.

- Pues de un esclavo poco puede esperar. Pero, ¿qué es aquello que ronda maliciosamente por su mente?

- He tomado malas decisiones, gracias a la avaricia…¡y es que ¿quién imaginaría que tantas caravanas serían enterradas bajo la arena?!, bueno, pues todos, igual decidí aventurarme a traer mercancías a pesar de las claras señales de tormenta. Todas mis monedas de oro se han ido en vano, puesto que compraron telas y artesanías que ahora están enterradas en la arena, rodeadas de cuerpos podridos de camellos en quién sabe dónde. Le prometí al Emir las más exquisitas decoraciones para su palacio en tiempo de escasez, aposté toda mi reputación retando las palabras de advertencia de los otros comerciantes. Me vi obligado a vender camellos y esclavos con tal de subsanar mis deudas. Una de mis esposas me ha dejado, un poderoso amigo mío canceló el compromiso que tenía con su hija y acabo de leer una carta de un prestamista cobrándome una nueva deuda y no tengo dinero para pagarla. Cada día son menos los que visitan mi hogar para fumar y hablar de negocios y de la vida. Pero son muchos los que vienen a preguntarme si subastaré alfombras o piezas de oro. Ya no sé qué hacer con mi vida. Todo se me fue de las manos.

La incomprensión ahora era mutua. Para el esclavo era inexplicable como alguien podría carcomerse las entrañas con odio hacia sí mismo por no haber tenido más dinero para pavonear en las caras de los demás o atraer esposas cuyos nombres con costos recordaba. Para él no había nada que administrar, ni el hambre, ni las ganas de ir al baño, lo concerniente a eso era decidido por los capataces. Sin poder dirigir ni siquiera su cuerpo, sólo le quedaba la mente, más en todo caso le era totalmente inútil, así que eso de tomar decisiones, y aún más, acarrear consecuencias y dolor por ello era una cosa que le costaba comprender. Ya hacía mucho se le había olvidado como opinar y dar consejos, aún así sentía la obligación de ayudar a su amo en su penuria.

- Mire señor, usted tiene comida, tiene ropa, tiene el amor de varias mujeres. Tiene la vida resuelta, poco tiene que hacer para sobrevivir los años que le restan de vida. La congoja en su caso está de más.

- Oh, esclavo, tú no entiendes las dinámicas de la vida. Poco me faltaba ya para agregar un título más a mi nombre, ahora solamente he hecho el ridículo, y no he logrado subsanar mi estancamiento económico.

- Oh amo, si que las entiendo – dijo el esclavo.

Finalmente paró de trabajar, y se tiró sobre la arena cerca de su dueño. Miró a lo alto del cielo y por un par de minutos parecía buscar algo en éste.

- Mire, esa estrella. En Europa, de donde vengo, la bautizaron con mi nombre. El astrónomo de mi corte la catalogó. Yo era el señor de vastas tierras, hace tanto tiempo, que poco recuerdo, y más bien, desearía erradicar esos pensamientos de mi cabeza. Fueron tiempos oscuros, de sufrimiento. Al igual que usted yo dedicaba muchos días de mi vida a planificar como hacer crecer la montaña de oro; creía que sólo de ese modo podría expandir mi horizonte y mis goces, pero realmente, la satisfacción siempre transitó de lejos. Un desasosiego insistía en alojarse en mi almohada; sacaba sus tentáculos durante la noche y atrapaba mi cabeza en sus desilusiones y pesadillas. La noche: el momento en que mi mente dormía de las compulsivas planificaciones y tomas de decisiones. Poco a poco los cabos comenzaron a atarse, casi por un instinto de sobrevivencia, de otro modo me hubiera vuelto totalmente loco. Me dí cuenta que los amigos no eran tal, sino maniáticos que llenaban mi piso de babas fantaseando con mi trono, mi mujer, mis títulos. La inteligencia me legó la habilidad de ver detrás de los rostros las calaveras diabólicas llenas de odio. El poder sobre mis hombros logró atraer a los más mortales enemigos, que sonreían y brindaban en mi salón. El amor me tatuó torturas insubstanciales, en muerte y vida de mi esposa era imposible armonizar el afecto. A fin de cuentas era prisionero de mis ambiciones, había alcanzado todo, pero en la cima sólo cabía uno, y los elogios se transportaban sobre ráfagas que hacían a botarme, como si la hipocresía materializada me empujase al son de vítores. En todo caso, así era mi vida, y creía que podría sortearla hasta el día en que alguien me librara de ello, tal vez ahogándome o con el sutil beso de la daga. Pero para mi gran desgracia nunca previne que las raíces de todo esto alcanzarían a mi esposa, y un día simplemente amaneció envenenada. Sospecho que la asesina fue la hija de un noble que siempre trató de meterme en la cama. En todo caso, ya sin oídos sobre los cuales desahogar mis lamentos decidí escapar. Unos piratas en la costa me secuestraron y me vendieron como esclavo, poco recuerdo de eso, solo sé que para mi ellos tenían alas de ángeles. He de confesar que estar enjaulado en una caravana camino a esta villa, distaba poco de aquel ambiente hostil, dónde finalmente igual me encontraba solo, pero sin peligro de muerte. Ningún interés recae sobre mi anonimato, y no me hace falta ningún lujo real. Sinceramente eso de la libertad está sobrevalorado. Es una obsesión humana sin sentido, como el poder, la vida eterna, la inteligencia, el amor: nos juzgamos por cuánto de ellos poseemos y vivimos persiguiéndoles, pero si realmente las alcanzáramos nos daríamos cuenta de que su grandeza es sólo tan grande como los telones que se dejan caer para develarnos la escoria que en realidad yace en las almas de la gente. Por otro lado aquí, el plato de comida siempre estará en la mesa, y mis cavilaciones se restringen a nada. El trabajo me complace claro, después de todo me mantiene ocupado y me prohíbe resucitar las torturas que viví cuando mi sangre era azul. Le ofrezco mis cicatrices emocionales para ayudarle a meditar.

El rostro tosco del semita mostró una estupefacción completa. Sintió como su desesperación extrema deformó la realidad hasta traer a sí una respuesta inesperada viniendo de alguien aún menos esperado. Hasta cierto punto sintió miedo. Pero se dejó ir y amasó en sus manos la luz que recién bajo del cielo hasta sus manos. El esclavo se levantó, aún mirando a la cara de su amo, y continuó su trabajo.

- ¿Es que acaso me estás recomendando huir y dejar todo de lado? – preguntó el señor árabe, como quien le pregunta a alguien de sabiduría superior, a una autoridad, ignorando el hecho de que se dirigía a un costroso esclavo que no se había bañado en días.

- No, solo digo que yo huí y dejé todo de lado. Pero si le recomiendo que aleje ese cuchillo de su garganta. El poder nunca viene gratis, y por cada cosa buena que usted ha vivido gracias a él, otra mala vendrá a buscarlo, y entre más alto haya subido, más dolorosa será la caída.

- Gracias Amir, tu consejo será recompensado.

Y Abdullah se levantó de su silla, sacó el pergamino que detallaba una serie de cuentas pendientes, y la hizo arder en la antorcha. Después, se retiró y se perdió entre las sombras.

Pocas semanas después, Abdullah lanzó un banquete al que asistieron figuras importantes del emirato. Los que no sucumbieron al veneno, si lo hicieron con las llamas. Nadie supo qué sucedió con él, si se dejó hundir con todos los demás, o si huyó lejos de ahí.