domingo, 16 de mayo de 2010

Contradicciones de la Unidad y Cero a la Izquierda

Sintonizados en distintas frecuencias, se levantan trabas conceptuales, visiones de mundo que no les permite relacionarse realmente, comunicarse dentro del mismo marco de acepciones. De su lengua brota el mismo idioma que aprendieron de niños, pero sus corazones se desviven por distintas pasiones. Sus cuerpos podrán compartir espacio físico, más sus almas se encuentran en dimensiones indeterminables la una para las otras. Así se fundamenta la distancia emocional gigantesca que se taja entre el hombre que camina entre las piezas del ajedrez y las fichas mismas que con descreimiento observan al tipo, el único en ese tablero bicolor capaz de romper con el blanco y el negro, esgrimiendo colores ilógicos y desconocidos para las figuritas de plástico barato (algunas, de otros tableros, serán de mármol o de ébano, pero siguen sin conocer otro color más que el propio o el antagónico, más los matices, violatorios a sus dogmas, no son aceptables, perceptibles, apreciables). ¿Camina por sus propios medios? ¡Oh si¡, otra bofetada al sentido común que rige para el juego, dado que ninguna figura es capaz de moverse sin que una conciencia aparte, una determinación independiente a la figura en cuestión, decida darle rumbo; pero él podía arrogarse el derecho de hacerse camino al andar, haciendo gala de sus colores, escandalizando al mundo de las torres, los peones y los alfiles (cuyas funciones y atribuciones en el tablero distan y difieren formalmente, pero en el fondo no son más que estáticas piezas de un juego, de cuyas reglas jamás podrán escapar).


Él trata de hablarles, hace una pregunta, espeta un saludo, y en el mismo español que pronunció el hombre responden las piezas, pero sus respuestas son inverosímiles, y las palabras que profieren no satisfacen el mensaje original, algo así como si las mentes no lograran establecer comunicación real, como si sus contextos, sus sentidos, sus pronósticos del mundo, sus vidas, fueran incapaces de relacionarse profundamente, más allá de una diplomacia formal, que con costos podía entablarse. La desesperación comienza a invadir al peatón detenido en el centro del tablero, pues, su tan humana sed de gente, de vivas conversaciones, de roce social, se ve insatisfecha ante esas figuras deshidratadas, secas, carentes de los fluidos del alma. Pronto, las fuerzas motoras externas, en pos de sus intereses, comienzan el juego. Adoctrinan al blanco a odiar al negro, y le atribuyen cada mal del mundo, y viceversa. El caballo blanco se come al caballo negro, se regocija con su sangre, sin tomar en cuenta que sus coincidencias, toda su forma, su biología, su estratagema de batalla, sus movimientos, son iguales, y lo que los separa es tan solo el color del plástico que los forma, material químicamente equivalente en ambos. El hombre no comprende el objetivo de la partida, pero se siente atrapado entre criterios encontrados; los negros lo acusan de blanco, y los blancos lo apuntan con el dedo y le culpan de ser negro (el daltonismo psicológico no permitió hacer cabida en sus estrechas mentes para lograr identificar otro color, sus lecturas sobre otras fichas sólo podía variar entre blanco, negro, alfil, reina, etc. Si de primera entrada no calzaba, pues se le forzaba dentro de algún esquema pre establecido, pero que jamás podría contener al espíritu indómito del humano). La lucha poco tiempo después culminaba, toda librada dentro de los términos pactados tácitamente por las voluntades superiores y exteriores, e impuestas sobre los demás. Era increíble para aquel hombre ver a cada ficha cumplir estrictamente los lineamientos en cuanto a sus movimientos, como cada uno aceptaba, a veces melancólico, a veces no tanto, el papel que se le asignó.


¡Jaque¡, un rey murió. A él no le importa cuál, el resultado será el mismo: se reacomodarán las fichas en sus posiciones iniciales, y la danza macabra, la fingida batalla comenzará de nuevo, y él seguirá atrapado entre inertes figuras del ajedrez ciegas y con un velo que no les permiten existir o ver por fuera de las reglas, que se baten día a día en una coreografía ajena a sus voluntades; tampoco son capaces de comprender lo que de aquella esencia, la del hombre, emana,. El inerme humano interpuesto en un rompecabezas que no le corresponde sufre las consecuencias de ser el enemigo de todos, dada su incapacidad de volverse ficha. Será por siempre el extraño del tablero, el que con sus pies se mueve libremente sin respetar los cuadros, sin miramientos por los turnos o el tiempo. El que puede configurarse fuera de los dominios de los invisibles dedos que hurgan, ponen y quitan, en las entrañas, el sentido común y las ideologías de los trozos de plástico anulados del mundo fantástico, condenados a no sentir el viento en la cara, a no conmover sus fibras con las más sublimes melodías del violín, a no plasmar con la pluma los nervios, las penurias o los amores, a no llorar con el recuerdo nostálgico del pasado, a no emocionarse con los planes utópicos del futuro, ni a desentrañar e interiorizar los placeres vivos del presente. Y entonces el hombre miró al cielo, extendió los brazos y comenzó a gritar, a cantar, a llorar.