lunes, 5 de enero de 2009

Comunidad

La oscuridad solo era vencida por la tenue luz que escapaba por los bordes del gigantesco panel de vidrio polarizado ubicado en la pared, como de dos pisos de altura. Allí estaba el cuarto de control.

En la pared opuesta al cuarto de control, se encendieron unos pocos focos, vertiendo una gris luz y a la vez descubriendo una enorme insignia, que pendía unos ocho metros del techo, pero aún así estaba suspendida a casi veinte metros sobre el suelo.

La insignia era una estrella de siete picos y se levantaba encima de todo.

Acomodados en perfecta alineación, totalmente erguidos, habían unas dos mil figuras ahí dentro. Unísonos, todos vestían botas negras altas, camisetas negras con la estrella y pantalón fatigado.

Verlos inspiraba miedo y lástima. Maquinas programadas sin personalidad, alienados de todo lo humano.

Cascos ocultaban las expresiones. Tenían dos lentes de vidrio redondos para permitir la visión, cubría toda la cabeza en aleaciones metálicas, más estaba seccionado para poder levantar la careta y removerlo.

- ¿Cómo se sienten hoy hijos míos? - retumbo una voz por todo el edificio.

- Bien, orgullosos – replicó la totalidad de los hombres, con un tono invariable en la voz y sin exaltación alguna.

- No lo esperaba de otra forma –retumbó de nuevo – Sin embargo, nuestros informes revelan que uno de ustedes ha mostrado signos de inconformidad hacia nuestra acogedora comunidad. Haremos lo siguiente: Daré quince segundos, para que el rebelde pase al frente y exprese sus diferencias con nuestros métodos.

Todo permaneció inmutable, tan silente que solo la respiración coordinada de las filas se oía. La unanimidad fue rota entonces por el pequeño movimiento de cabeza de uno de los hombres, correspondido inmediatamente con la aparición de puntos rojos en la oscuridad del edificio, donde se hacían inciertas sus verdaderas dimensiones. Francotiradores amenazaban al transgresor de la totalidad.

Él desistió y no se movió ni un milímetro más.

Y así pasaron quince segundos, ningún rebelde, si existía, decidió darse a conocer.

- Bien pues, no quería llegar a esto, verdaderamente me apena, pero tendremos que obtener sus sugerencias por la fuerza. Adelante agentes.

Al término de la frase, se abrieron decenas de compuertas, justo debajo del cuarto de control. De ellas brotaba una intensa luz blanca, sobre la cual bailaban las ondas de densa niebla.

Inmediatamente, interminables figuras humanas cruzaron el umbral y se esparcieron por todos los rincones.

Portaban chalecos antibalas negros y enormes rifles. Se colaron entre las filas, inquiriendo indiscrimidamente todo a su paso.

A veces se detenían frente a alguien, vociferaban e increpaban coronando con un culatazo del rifle.

Un agente de control se posó frente a aquel que había perturbado la calma con su cabeza. Lo taladró con el semblante unos segundos y dijo: – ¿Eres tú verdad? Maldita comadreja malagradecida, deberían quemarte vivo.

Furibundo le lanzó un puñetazo al estómago, pero el cadete detuvo su puño. Oprimió tan fuerte la mano del agente que los dedos de éste estaban a punto de escurrirse entre los nudillos como si se tratara de una barra de mantequilla.

- ¡Suéltame sucia rata disidente! - dijo casi implorando, con tono de amenaza vacía.

Un rápido movimiento torció la muñeca, crujió hasta que las astillas de hueso traspasaron el cuero de los guantes del soldado. Su garganta se contrajo para emitir un grito ensordecedor.

El rebelde entonces rompió filas. Caminó y con su moción las luces rojas lo pintaron con amenazas de muerte. Para cuando había traspasado una fila ya todos tenían la atención sobre él. Los agentes se apresuraban a alcanzarlo. Iba ya pisando casi fuera de la formación cuando se oyó:

- Déjenlo, queremos oír todo lo que tenga que decir, somos una sociedad muy inclusiva.

Siguió avanzando, ahora todo se había calmado un poco, más había una gran tensión en el aire. Seguía pintado de rojo. Abandonada la formación detuvo su marcha. Dio media vuelta quedando de frente a todos.

Un reflector se encendió y de alguna manera le concedio la palabra. De nuevo la voz brotó.

- Ahora si cadete, permítase expresar sus críticas.

Examinó rápidamente su entorno. A los flancos estaban ya formados los soldados, a penas se distinguían, los delataba el reflejo de las luces en los visores de los cascos. Al frente, sus compañeros, varios ya postrados en el suelo, quejándose de algún golpe, otros inamovidos y serios, como siempre. Detrás, la omnipotente ventana del cuarto de control.

- Tengo que admitir que si, estoy en desacuerdo con sus métodos. Estoy harto de que nos impongan dogmas caprichosos, estoy cansado de no poder hablar sin ser espiado, no soporto más. Afuera me encantaba la buena comida, la música, hablar de temas polémicos. En cambio adentro solo nos permiten ver los noticiarios de la comunidad, leer sus periódicos parcializados, practicar sus deportes, me volveré loco...exijo un cambio...

- ¿¡Cambio!? - interrumpió violentamente la voz – El cambio es rotundamente inadmisible en estos confines. Nuestra reputación y éxito se basan en el establecimiento de férreos códigos de disciplina, y estos no son maleables a voluntad del disciplinado. ¡Es ilógico! Jaja, no puedo evitar reírme con la idea de cambiar regímenes por los sometidos a sus códigos. Si quiere también podríamos permitir que elijan el color de sus uniformes o la fragancia de las almohadas.

- Pues señor, difiero – y pronto se llevó las manos a la cabeza y empezó a hacer algo en su casco.

- ¿Qué hace cadete? - preguntó un soldado.

- Existir de nuevo...

- Pero, el casco, se lo está quitando.

- Si, soy alguien, demostraré lo que pienso, verán mi cara, sentirán lo que yo siento. Afuera siempre quise ser artista, pues supongo que al fin lo seré.

De pronto todos los soldados se irguieron y comenzaron a agruparse, y recitaron todos en coro:

- Artículo 57, Canon de comportamiento personal. Los internos en la Comunidad deberán portar siempre, sin excepción, el casco de reglamento. Expresiones corporales que puedan introducir ideas u opiniones subversivas y contrarias al bienestar general, serán reprimidas

- Mi obra maestra – y procedió a levantar la careta del casco, revelando una cara irrigada por abundante sudor y una espesa barba descuidada. Sus ojos mostraban un fuerte cansancio, hartazgo de todo, una intensa decisión de acabar con aquello que le molesta tanto.

-¡Reprimanlo! - ordenó lacónicamente la voz. In so facto a eso, una lluvia de proyectiles abatió al rebelde, cuyo cuerpo se tendió al suelo pintándolo de rojo. Pero su cara estaba expuesta, todos la vieron, ya el daño estaba hecho.

Cuando el eco de los disparos se disipó después de unos segundos, el silencio cubrió el recinto en un manto negro de incertidumbre. Las ideas en todos se acomodaban, nadie se movía a la expectancia de que alguien lo hiciera primero.

Un sonido metálico interrumpió la agitada calma: un casco estrepitándose contra el suelo. Un cadete nervioso veía a todos sin conocer la dimensión de su acto, pero todos podían verlo, sabían que sentía. Se sentía desnudo ante las miradas y las balas, sabía que ambos lo penetrarían juiciosamente sin piedad.

Los lásers se posaron en su cabeza, pero antes de ser asesinado, otro casco retumbó en el suelo, y otro, y otro. Los disparos respondían con rapidez a los rebeldes.

- ¡No toleraré una revuelta! - dijo la voz – Decretaré estado de emergencia.

En menos de un segundo, todas las compuertas por las que salieron los soldados se cerraron, las luces del cuarto de control se apagaron, y el sonido de un gas siendo liberado en el lugar empezó a inquietar a todos, agentes y cadetes.

Ahora contra el piso se estrellaban los cuerpos inconscientes de todo el que estuviera adentro. Pronto cada uno moriría, y nadie conocería nada sobre el episodio ese día. Después de todo nadie preguntaría por ellos, ni siquiera tenían nombre.

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