viernes, 13 de julio de 2012

El Paraguas

Nacimos con un gran paraguas sobre nuestras cabezas. Es tan grande que excede la capacidad de nuestra vista. Con el tiempo, hemos llegado a considerarlo natural, como el tope del mundo, como lo que es y será. Sin embargo, sería iluso afirmar la eternidad de dicho paraguas, y sería prudente tener en cuenta la fragilidad de sus materiales, que cualquier vendaval puede llevarse. Es difícil explicar esto a las nuevas generaciones, que no conocen otra realidad que esta. Algunos queremos volver a ver el cielo, celeste e infinito, ese sí, es imperecedero. Sin embargo, existen aquellos tercos que nos llaman ilusos, nos denuncian por crear falsas esperanzas, y por poner en cuestión aquello que es natural; inercia de la voluntad divina son las varillas y la tela negra que nos cubre. Para ellos, no hay más allá que el paraguas. Ignoran, por supuesto, las marcas de deterioro, el herrumbre en las varillas, los gigantescos hilos deshilachados colgando por doquier. Aún así, reniegan de los pequeños rayos de luz que se filtran de cuando en cuando. Nos acusan de quererlos hacer pensar igual que ellos, de coartar su libertad para elegir sus propias ideas, como si en todo caso tuviéramos elección, sin darse cuenta que ya alguien, hace mucho, les quitó su libertad y los condenó a vivir bajo el paraguas, sin conocer la luz del sol ni la graciosa dispersión de las nubes, o el titilante brillar de las estrellas por la noche, y además, los hizo asumir una sola idea, tan grande, tan avasalladoramente impuesta, que no cabe en sus cabecillas cuestionarlas: el paraguas es el fin del mundo, su inicio y su final, y otra forma de existir no tiene sentido. No ven más allá de sus narices, y confunden lo artificial con lo natural, creando a partir de ello una suerte de moral que solo tiene validez y sentido bajo ese paraguas, que sin embargo, ocupa una pizca miserable de materia en el espacio.

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