miércoles, 13 de agosto de 2008

Esclavizado entre cartones y cunetas

El sol empezó a calentar tanto los ropajes, tornando imposible sostener el sueño, por profunda que fuere su inducción tóxica. La polución mental carcomía sus neuronas, los sueños también, parecían alejarse de una concreción, era irremediable, la tentación llego a sus manos imbuyéndose con el fuego para hacerle cruzar la línea entre la sanidad y la muerte social.

Abrió los ojos para tratar de comprender su entorno, las ratas abundaban, sus colmillos feroces se lanzaban contra las fiambres putrefactas, y el verde de las moscas sobre su cara fue repulsivo, más el vómito llegó cuando logró visualizar las larvas tratando de adentrarse en su nariz y oidos...algún basurero de restaurante le dio posada la noche anterior, probablemente también la cena, puesto que la regurgutación era bastante similar a las viandas de las bolsas.


Había una ecuación por resolver, una vorágine de arrepentimientos inundó su mundo, el cual se estrecharía a unos cartones y un impulso al consumo como grillete en la voluntad. La gran incógnita se revelaba...¿ahora qué será de la vida?...la búsqueda por la respuesta se veía aplazada por el insesante olor rancio que emanaba de ese lugar, un callejón diminuto, cercado por dos paredes de concreto, húmedas, llenas de musgo y líquenes que ennegrecían y agrietaban los muros, una callejuela de tierra que servía de cloaca cuando se desbordaba el pequeño caño durante las grandes lloviznas, como hacía unas horas sucedió. Lúgubre y putrefacto, tal vez esa era la solución a su ecuación, su mañana era la primera de muchas mañanas que tendrían ese panorama como bienvenida.


Las bolsas de basura hacían de lecho, bastante cómodas, al menos para lo que se podía aspirar entonces, los harapos se encarnarían a su piel, igual que el mal olor y las cizañosas pupilas de la gente “normal”. Un título despreciado estaba ahora tatuado en su frente, como un velo que se ergía sobre su humanidad, sobre su personalidad, convirtiéndose en menos que un número, menos que una persona, disparado del tubo de escape del sistema, su nombre de pila decía “Piedrero”.

Los “por qués” llovían sobre su cabeza, a punto de ceder a la enormísima presión que representaba el aterrizaje hasta fondo del pozo, la pudredumbre (de uno o de muchos) expresada en el, pero eso no importaba en realidad, necesitaba resolver primero sus acciones en los próximos veinte minutos, y tal vez podría tener un poco de tiempo para remembrar el ritual de su hundimiento.

Sus pensamientos se abatían en dos frentes: Primero la urgencia irremediable a consumir placer, a activar sus sentidos una vez más, al son del titiritero crepitante y humeante, después halaba hacia su profunda depresión, encontrarse envuelto en porquería y estupefacientes no era exáctamente lo que quería ser cuando fuera grande, su proyecto de vida tomó un giro estrepitoso a un callejón sin salida.

Entre tanta meditación, cerca suyo se abrió una puerta de metal, medio desvencijada, chilló cada grado de su giro para permitir salir a un tipo de porte oriental, con un delantal ensangrentado y una cubeta, le cruzó una mirada con el ceño fruncido, dijo algunas palabras en su idioma y vació partes irreconocibles de animales desconocidos en el contenedor de metal detrás de él. Cosa que le habría despertado náuseas días antes, ahora le abrió una oportunidad a otra comida, a partir de hoy si el almuerzo no tenía gusanos sería un gran avance.

La condición de manufactura social, subproducto de la histeria colectiva, no era más que inevitable, es casi un azar honestamente. Esos muros que encerraron su conciencia, también aturden a los transeuntes de la sociedad, ese dedo que crítica y condena a punta de risas y refunfuños, puede ser el mismo dedo que termine sosteniendo ese tubo maldito. Ese sentimiento de inutilidad lo embargaba, mientras se ponía en pie logró al menos descifrar que escondite sostuvo su iniciación en las calles sodomitas, en la vida del aventurero del tubo maldito.

Su estado físico era pésimo, a penas se ponía en pie la vista se le nublaba y no podía sostener el equilibrio, al aferrarse a algún objeto para no caer se daba cuenta que sus manos tenían profundas yagas, repetidas en muchas partes de su cuerpo, el ardor en el estómago era insoportable, los ácidos gástricos habían llegado hasta su lengua la cual ardía al hablar, pero esa tos seca traía a la memoria la tuberculosis medieval de un enfermo terminal, sus pulmones parecían querer escapar del cuerpo. Más su mente tal vez era la más tormentosa, las punzadas en su cabeza no se comparaban al dolor que le provocaba contextuar la situación, sentirse en un remolino directo al fondo del océano, no solo cuantificar sus errores, sino ir adaptándose a la vida de la calle, sentir una tremebunda paranoía hacia cualquier ser viviente, se sentía juzgado, señalado por cualquier persona que no esté en su mismo estado, sentía casi odio, la vida ya no valía nada, ni la suya ni la de nadie.

Ningún embargo ni intento de pensamiento pudo romper ni por un segundo el grillete, que reincidió en ansioso desespero por ubicar un par de aspiraciones de crack en su cuerpo, no hubo reparo en sentarse a formatear las celdas de su mente, justificando así su condición de objeto, adorno mal habido por la ciudad, habitando de fauna humana los sitios más oscuros, en los que solo las ratas se atreven a husmear, el se separó para siempre del mundo de los humanos, sus sueños materiales enpequeñecidas a un envoltorio de aluminio, la felicidad traficada.

Las bolsas de basura, albergaron de nuevo ese nuevo inquilino, gratificadas lo tuvieron en su primer día del resto de su muerte, si, ya selló el pacto con fuego, tal si un fierro al rojo vivo hubiere marcado su piel, dejando la identificación de lado, solo importando el dolor y la desfiguración metafórica y literal de su existencia.

2 comentarios:

Daniel dijo...

A continuaciòn mis opiniones, fundamentadas en absolutamente NADA. Deshecharlas o ignorarlas a su parecer:

Claramente escrito por alguien con con genuina curiosidad literaria que, a juzgar por el escrito, ha leido bastante por no ha escrito mucho.

Un lenguaje extremadamente florido y afectado que se siente esencialmente esnobista. Contiene varias imagenes claras y fuertes pero se pierden entre el montaje estrafalario de las ideas, el cual, dicho sea de paso, no calza del todo con la situacion ni el personaje del relato..

Si el relato estuviese escrito en terminos mas cotidianos las imagenes mas poderosas saltarian a la vista y nos dejarian atonitos. Al tratar de convertir TODO el relato en una gran diatraba de imagenes, se convierte este en una maraña monotona y verborrèica, sin altibajos ni matices.

El dominio del lenguaje no implica maestrìa sobre la literatura, y la buena literatura no requiere lexicografìa sofisticada.

Existe un quiebre poco despuès de la mitad, donde la narracion se convierte en una siloloquìa de ponderados filosoficos, sin pedirle permiso, o por lo menos excusa, a la trama. En este punto se pierde el interes del lector, que "deporsì" ya venia un tanto mareado.

Existe gran cantidad de repeticiones y elementos accesorios que le restan claridad a la idea. Podria beneficiarse de unas cuantas sesiones mas de edicion y pulido.

En esencia, es una pequeña joya en bruto que con atenciòn minuciosa puede llegar a ser pulida hasta brillar.

Cualquiera puede sentarse y escribir unas cuantas paginas en un par de horas, pero solo alguien con vocacion es capaz de sentarse semanas o meses enteros a pulir y construir ese producto de ocio para obtener literatura.

Iconoclasta dijo...

Mae muchísimas gracias por su comentario :) la verdad tiene toda la razón, yo precisamente que predico tanto contra el arte snob =/, y en realidad leo muy poco, no porque no me guste sino por vagancia, supongo que mi "lexicografía" se debe a que vivo debatiendo y mi medio.

Me parece muy objetivo, al chile muchísimas gracias, me sentiría honrado si me siguiera comentando =P