domingo, 31 de agosto de 2008

Neblina autoinducida

Y en el último trazo de la carrera el corredor flaqueó, la meta a una pedrada de distancia, con su reluciente redención brillando forjada en oro. Sus competidores estaban tan atrás que una espesa niebla de ignorancia y conformidad los separaba del puntero, pero su visión se fue acortando al punto que no llego a ver que sus rivales estaban a sus ascuas.

Y la piedra, la misma piedra que lo tropezó en la totalidad de las vueltas, se levanto de nuevo como una montaña altísima sobre la pista sintética, parecía un muro de hormigón a sus ojos, aunque en realidad no era más que un trozo olvidable que yacía en su camino, más su angosta visibilidad le hizo caer de nuevo, por cuarta o quinta vez. Caricaturesco desliz, ahora la misma niebla oculta al trofeo, permeando aún más sus deseos pero la realidad del corredor desparramado en el suelo abofeteaba cada segundo que lamía el suelo.

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