sábado, 29 de noviembre de 2008

A penas era septiembre

Hace tres semanas estaba de camino a la parada de bus, atravesando una avenida peatonal adoquinada, y como siempre, observaba el patrón del piso, y sus rupturas, como las costras de quien sabe qué cerca de los basureros, o los espacios vacíos, donde alguien por alguna razón removió un adoquín.

Había una bandera de Costa Rica hecha de papel, mojada y destruida en el suelo, y como no. hacía cuatro días se celebró la independencia, y todos fingieron tener fervor por el país y pegaron banderitas en la ventana, hasta el 16 de septiembre, cuando ya había pasado de moda eso de amar a su patria.

Subí la vista; alguien me ofrecía un volante, y por cortesía siempre los acepto. Aunque gracias al hecho de pasar de lunes a viernes a las 7 a.m y a las 5 p.m por ese mismo trayecto, ya casi podía predecir el encabezado del volante. Lo tomé y dije “gracias”.

Lo observé rápidamente y tuve que contener las ganas de decir en mi mente “¿Qué cabrones cursos baratos prostituyen ahora?”...estupefacto leí: “Cursos de personificación de Santa Claus, tan solo 25.000 el mes. Aprenda a sacarle sonrisas a los niños en sus regazos en un curso corto que le abrirá oportunidades laborales”.

Normalmente me hubiera sacado una pequeña risilla interpretar el mensaje pedofílico de doble sentido, o la demagogia en prometer oportunidades laborales para imitadores de Santa Claus. Pero lo que más me impresionó, es que, ¡a penas es septiembre!.

Supuse que simplemente era una premura poco común, pero...analicé un poco más el paisaje, y de las decenas de ventanales habían ya un par con parafernalias verdes, rojas y blancas...muñecos de nieve y gordos arios en traje de esquimal rojo (en medio trópico) saludaban desde el segundo piso a los transeuntes, que a penas y salieron con vida y sin hipoteca del día de la madre.

Pero bueno, en fin, desde septiembre tendrían muy en cuenta las promociones de esa ventana, para cuando su billetera volviera a tener algo para arrebatarle, además de los bauchers de la tarjeta de crédito.

Un par de días después, visité el supermercado, necesitaba unas cuantas cosas para sobrevivir...paté, queso maduro, salchichas importadas, etc etc.

El guarda de seguridad me miró extraño, como todo mundo lo hace supongo. Yo me limité a tomar impulso con el carrito y subirme en el, cada cinco o seis metros volvía a impulsarme, y así me hice a través de la puerta automática (no me gusta envejecer).

El aire acondicionado me tornó la pie de gallina, pero, de mi vista no se pudo escapar, un colosal gordo ario en traje esquimal rojo, bueno, un Santa Claus. Era ridículo, si el en vida hubiera sido luchador de sumo podría haber sido una réplica a escala. Era muy rojo, muy campante, llamativo, navideño, y siempre acompañado de un snowman. Al menos ahora había aire acondicionado.

Captaba muchas miradas ese estante navideño...pero, era septiembre ¿cómo diablos van a mercadear el nacimiento de Cristo a estas alturas? Es más: ¿qué tienen que ver el polo norte, los renos voladores, fábricas de juguetes, duendes y trineos con el nacimiento de Jesús?.

Más bien suena como el cuento que más de un fanático religioso tacharía de satánico, puesto que presenta influencias de “mitologías paganas” y “manifestaciones de magia y oscurantismo”. La verdadera navidad es instalar un portal, llenarlo de musgo, ponerle muchos santos italianizados, ovejas, su respectivo pastor, el ángel y la estrella de Belén, tal vez un río y montañitas...ah y la vaca (las señoras tampoco quieren envejecer y se divierten haciendo maquetas, no solo yo.)

Posteriormente, justo cuando arribe la navidad, se pone al niño Dios en su cuna (bueno yo lo ponía en una caja de fósforos), con la tez blanca como leche, las mejillas ruborizadas, sus rizos pelirrojos y ojos azules.

Servida la cena, se abren los regalos que hicieron fluir el aguinaldo hacia el olvido, se bebe el rompope (más ron que pope) y se hace un rezo. Bueno en mi casa es más como un poco de merengue y Joan Manuel Serrat, con vodka y pierna de cerdo, pero mis padres son ateos y son sinceros: usan las festividades navideñas para hacer fiestas, no para engañarse a sí mismos y mal dar culto a su mesías.

¿Ya ven? No puedo evitar repugnar la significancia de ese maldito aire navideño en pleno septiembre. Es casi como estar en una sala de lobotomía, donde a todos les ponen un casco con un montón de cables y luces, y les empiezan a lavar el cerebro con catálogos de perfumes y tiendas de juguetes.

Pero igualmente, conseguí mis víveres y no me dejé indignar más por la presencia macabra.

Un par de semanas después, ya en octubre, la perdición había comenzado. Y no había mejor forma de darse cuenta que, abriendo el refrigerador y viendo la caja de leche con motivos navideños.

Ya en la calle uno veía un par de autos con un ciprés amarrado en el techo. Las palabras aguinaldo, fin de año, regalos, vacaciones, playa, se oían frecuentemente, lo cual me causaba una nostalgia innecesaria.

La indignación ahora si no la pude ocultar. Los programas matutinos y sus efímeros reportajes sobre donde conseguir las mejores gangas y que tipo de muérdago obtener. Los guardas de seguridad me veían aún con más sospecha, tal vez creían que les iba a robar el aguinaldo, que de todas formas faltan dos meses para que les entreguen.

Parece que todo mundo se abstrae de la realidad poniendo cintas de colores y nieve falsa por toda la casa, pero me sigue pareciendo un acto inverosímil, irónico, hasta sarcástico casi.

Supongo que me dedicaré a seguir mi vida, esperando que el próximo año la gente tenga menos dinero y más hambre como para pensar en esas cosas, y se les caiga el negocio a estos ventanales pomposos.

1 comentario:

Avy Faingezicht dijo...
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